Tabú

3

Tenían nueve cuando su madre escuchó a Jean cantar una dulce canción para dormir a su hermano y, sin una pizca de empatía, estalló en risas pensando que aquello era absurdo, pues Ángel no podía oírlo ni podría hacerlo jamás. Un año más tarde, Jean fue seleccionado entre sus compañeros para ser parte del coro de la escuela, mientras su hermano se unía al club de arte, en donde solo había tres personas, igual de silenciosas que él.

A los trece años, Ángel terminó su primera gran obra de arte, un retrato-autoretrato de la unidad Jean/Ángel en medio de una tormenta pero rodeados de arcoíris. Diana no elogió su pintura, pero ninguno de sus hijos lo esperaba. Lo que sí les sorprendió, fue que la vendiera sin su autorización a un precio ridículo en una venta de garaje. Esa misma noche, Diana volvió a oír la canción de cuna que Jean solía cantar, aunque su función esta vez, era consolar a su hermano por perder su amada pintura. Ángel no podía oírle, pero la sola vibración que la voz de su hermano provocaba, era suficiente para hacerlo feliz. Pero Ángel daba igual a ojos de Diana. Lo que mantenía a esa madre despierta tras la puerta, no era el llanto triste de su hijo, si no su mente imaginando la cantidad de dinero que podría ganar gracias a la voz de Jean, tan pura y hermosa como ella habría deseado para sí misma. Y si su atención no se hubiese puesto en eso, habría podido notar la forma en que las manos de sus gemelos se unían sobre el pecho de Jean.

En aquellos días, Diana comenzó a separarlos, y aunque pensaba que le sería imposible, Jean aceptó y colaboró de forma sorprendente en distanciarse de su hermano. El chico iba de un lado a otro, probando su voz en diferentes estudios y casas discográficas, hasta que a los quince años, cuando lo contrataron en una banda local emergente por una disquera de mala muerte, el verdadero horror dio inicio.

Jean comenzó a tocar en algunos bares con autorización de Diana, que disfrutaba la ovación del público hacia su hijo como si estuviera cumpliendo su propio sueño. Siguieron las fiestas, las mujeres y el alcohol, mientras Ángel aguardaba en casa, pues esos no eran lugares para un chico como él. Siempre los esperaba despierto, ansioso por ver a su hermano y preguntarle por su día, pues por alguna extraña razón su conexión espiritual ya no funcionaba de la misma manera. Jean, por su parte, día a día llegaba a casa más tarde y con menos deseos de verlo o hablarle. Para cuando cumplieron dieciséis, Jean simplemente había dejado de cantarle a él.

Con el paso de los días, Ángel dejó de buscarlo, encontrándose solo en un mundo que no estaba preparado para comunicarse con él. Desde siempre, su hermano había estado ahí para ayudarlo a comprender lo que sucedía a su alrededor, lo que iba más allá de manejar la lengua de señas, gracias a la conexión de almas gemelas que tenían entre ellos. La escuela comenzó a venirse abajo para él, muy pocas personas intentaron acercase y cuando lo hacían, Ángel pretendía ser incapaz de entenderles. Fue allí cuando los profesores comenzaron a tomar atención, pues todo el colegio había sido capacitado para por lo menos ser capaz de entablar una conversación básica con él. Al notar que autoridades y profesores intentaban mantenerse al tanto de la vida familiar en casa de los gemelos, Ángel comenzó a faltar. Pero en casa ya no había nadie. La soledad arremetió contra él y comenzó a enfermar cada vez más seguido, hasta que su última fiebre lo hizo terminar en el hospital.

Esa horrorosa noche, Jean acababa de llegar junto a su madre, pasadas las tres de la mañana, como se había vuelto habitual. Ambos estaban un poco ebrios, pero la borrachera se esfumó de ellos al encontrar a Ángel inconsciente y ardiendo en fiebre a los pies de la escalera. El cuerpo del muchacho ya no resistía el abandono y la debilidad de sus huesos se había incrementado. Jean lo llevó en brazos hasta el auto y así lo mantuvo, mientras su madre manejaba a toda prisa hasta el hospital más cercano. Estuvo inconsciente dos días, batallando con una neumonía que trajo a Jean de vuelta a su lado, colmado de culpa y arrepentimientos. Diana, por supuesto, jamás imaginó lo grave del asunto, hasta que Servicios Sociales amenazó con demandarlos por el grave estado de desnutrición que presentaba Ángel, situación que empeoró al constatar que Diana nunca había aprendido a comunicarse con su hijo. Solo consiguieron librarse del juicio tras asumir el compromiso de visitas semanales de una Asistente Social especialista en menores de edad a su hogar, con el fin de comprobar la salud de ambos jóvenes.

Por esos días, Jean volvió a hacerse cargo de todo, aun cuando temía que aquellos confusos sentimientos que la madurez se encargó de aclarar, volvieran a él, y aunque continuó cantando, las presentaciones disminuyeron, alcanzando cierta paz con el fin de permanecer al cuidado de su hermano por más tiempo, hasta el día en que cumplieron diecisiete y el caos estalló una vez más. Esa tarde, Thiago, representante de Jean y novio de Diana, entró a casa llevando una torta enorme y una buena nueva para sorprenderlos. Cada vez que aquel hombre entraba a la casa, Ángel huía, como si lo responsabilizara por el tiempo que su hermano pasaba en el estudio. Pero su madre, a diferencia de otras ocasiones, no permitió que escapara de su invitado como siempre hacía. Él obedeció, y aunque se mantuvo sentado junto a ellos, no prestó atención a lo que sus labios decían, hasta que Diana le levantó su rostro para obligarlo a felicitar a Jean. Confundido, el joven observó a su hermano. Su rostro no parecía estar feliz, ¿por qué había que felicitarlo entonces? Jean, con manos temblorosas explicó lo que ocurría, y en el momento en que Ángel logró entender lo que ocurría, corrió angustiado hasta su habitación.

Jean rogó a su madre, enfurecida por aquel escándalo de niño consentido, algo de tiempo para consolar a su hermano y subió tras él. Diana sabía que eran unidos, tan solo no imaginó hasta qué punto lo eran. Por la noche, alarmada por lo que supuso un llanto angustiado de uno de sus hijos, caminó hasta la que fuera la inocente habitación de los gemelos desde el día en que llegaron a casa y enloqueció.




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