Tabú

5

Luego de encontrarlos besándose en la cama que parecían compartir, Diana estuvo fuera por siete días, dándoles tiempo suficiente para que los gemelos tramaran alguna estrategia que les permitiera extender los minutos que permanecían juntos y, conservar, dentro de lo que les fuera posible, su relación. Resolvieron así, que Jean solo aceptaría firmar el contrato por la pequeña gira nacional si le aseguraban que Ángel iría con él, y que por ningún motivo daría su consentimiento en algo tan absurdo como liarse con la modelo juvenil que tanto éxito aseguraban que traería.

Estaban desayunando cuando ella volvió a casa. Jean escuchó sus pasos atravesar la sala y apretó con fuerza la mano de Ángel que sostenía sobre la mesa.

—Ya está aquí —avisó, y ambos entendieron lo asustados que estaban.

El mayor se acercó a su hermano y lo besó con suavidad, mientras el agudo tacón de Diana anunciaba que se acercaba a ellos. Ninguno se apartó al verla rodear la mesa y ubicarse frente a sus ojos, sin disimular en lo más mínimo el desprecio que sentía por ambos.

—¿Saben lo enfermizo que es eso? —dijo, apuntando a las manos que se unían con más fuerza tras sus palabras.

Los gemelos la observaron furiosos, en un intento por ocultar el miedo que sentían de ella y su real capacidad de separarlos. Jean respiró profundo, y habló, utilizando lengua de señas para que su hermano pudiera comprender todo lo que sucedía.

—Es gracias a los contratos y presentaciones que puedes tener esta vida que tanto te gusta. Si no deseas vernos, puedes irte de aquí y dejarnos tranquilos. Yo seguiré cantando, y el dinero seguirás recibiéndolo tú, pero no firmaré para la gira si Ángel no viene conmigo. Y puedes olvidar desde ya lo de Anabell.

Diana rio ante la desfachatez del gemelo mayor. ¿De verdad creía que podía decirle qué hacer?

—¿Crees que aceptaré? Déjame decirte algo, cariño: ¿Cómo crees que se tomará Servicios Sociales esto? ¿Has pensado en cómo vivirás cuando los separen? ¿Llorar como el maricón que eres?

Ángel se aferró a su hermano y rogó que su plan pudiera funcionar. Ellos eran buenos. No se merecían que algo así les ocurriera.

—Nadie va a separarnos —sentenció Jean—. Porque te gusta demasiado el dinero que haces a costa mía. Te encanta la bohemia y la buena vida, y sin mi firma en ese contrato, jamás podrás tener ni lo uno, ni lo otro.

Ella volvió a sonreír, maliciosa. Sus gemelos tenían razón, pero no iba a dejárselos tan fácil.

—Si se sabe que ustedes, además de ser homosexuales están envueltos en una relación incestuosa, será el fin de tu carrera y de su vida relativamente normal. Ángel puede acompañarte, pero ambos tendrán que tener una pareja, y ellas serán Anabelle y Tiare, sin discusión.

Jean golpeó la mesa, molesto con su madre. La odiaba, pero más ahora que lo obligaba a involucrar a su hermano en un trato tan sucio. Ángel lo atrajo hacia su cuerpo para calmarlo antes de aceptar el acuerdo, frente a la mirada de asombro su gemelo.

Diana los observó satisfecha, pero agregó lo más importante:

—Esta sigue siendo mi casa, y aquí, ustedes van a estar separados. Mientras esté viva, ni siquiera vuelvan a mirarse, porque prefiero perderlo todo a soportar la aberración que están cometiendo.

Esa noche, Jean durmió por primera vez en la habitación de invitados y, a medida que pasaron los días, necesitaron aprender el arte de pasar inadvertidos para abrazarse cuando nadie los observara o tocarse fugazmente. Lo cierto es que por mínimo que fuera el contacto, a ellos los revivía.

Semanas más tarde conocerían a las modelos que su madre había conseguido para aparentar una funcional y armónica familia durante la gira y, contrario a lo que esperaban, se hallaron con dos cálidas y amables muchachas que no tardaron en notar el profundo amor que los gemelos se tenían, sorprendiéndose por sus risas espontáneas y actitudes idénticas que muchas veces los hacían parecer un espejo vivo del otro.

La gira comenzó, y junto a ellos viajaron las jóvenes que ante las cámaras respondían como sus novias. Diana dejó de molestarlos, al menos durante las presentaciones, lo que incluso los llevó a pensar que podría aceptarlos en algún momento, tal vez con la ilusión presente de que su madre, finalmente, los reconociera como hijos y no como un simple medio de pago para sus lujos.

Estuvieron tres meses recorriendo las principales ciudades del país, en donde Jean sobresalía en aquella banda en la que los instrumentos eran un mero acompañante para su hermosa voz. Poco a poco, se transformaron en los hermanos favoritos de la prensa rosa, que no dudaba en publicar bellos y mal intencionados artículos sobre su relación fraternal, siempre intentando dejar entrever que algo más allá de la hermandad había entre ellos. En esos momentos, agradecían la ocurrencia de Diana y aquel par de novias falsas que tanta libertad les daban fuera de las cámaras.

Pero regresaron a casa, y su madre volvió a ser la misma de siempre. Aunque esta vez, los gemelos tenían una carta bajo la manga: su mayoría de edad, y las crecientes invitaciones de distintos sellos discográficos y programas de televisión. El mundo del espectáculo los esperaba ansiosos a ambos. El carisma de Jean los había conquistado, y la dulzura de Ángel dejaba a su paso cientos de jovencitas enloquecidas con sus tiernas actitudes.

Solo tenían que esperar seis meses para tomar las riendas de su vida y alejar a Diana de ellos. Aunque olvidaban que su madre jamás aceptaría de buena manera que la apartaran de los flashes y las cámaras, y que para prevenir que sus gemelos la abandonaran al igual que lo había hecho con ellos al nacer, sería capaz de cualquier cosa.




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