Después de despedirme de mi madre, entre al colegio. Me tomó por sorpresa encontrar a mis compañeros fuera del salón mientras la profesora custodiaba la entrada. Busqué un lugar para ubicarme, siendo atrás, el único disponible.
—Buenos días, ¿cómo amanecieron? —saludó la profesora, mostrándose más emocionada de lo habitual—. La razón por la que aún no hemos entrado al salón es porque les tengo una actividad muy interesante para el día de hoy. —De su mochila sacó una carpeta gris.
Mi mirada se fijó en el paquete antes de sentir un ligero empujón en mi hombro izquierdo.
—Disculpa.
—No te preo...
Me silencié. Su mirada era tan seria que dada la sensación de estar frente a un adulto poco amigable; era la primera vez que lo veía, por lo que seguí analizando su aspecto.
Al estar detrás de todos, la luz del corredor iluminó la humedad de su cabello, haciendo más notorias las pequeñas ondulaciones que se formaban en cada mechón que se adhería a los costados de sus lívidas mejillas. Sentí que algo se agitaba levemente en mi pecho.
—¿Tengo algo en mi cabello? —preguntó, en un tono monótono.
—No, no, es muy bonito, es solo eso —admití, agitando mis manos en el aire con la intención de no darle mucha importancia.
Noté que su mirada expresó sorpresa por un instante, antes de decir:
—Entiendo... Es un placer, mi nombre es keitan —impostó su presentación, extendiendo su mano hacia mí.
—Lisy, un gusto.
Me apresuré a tomarla, mientras me preguntaba si el pequeño cambio que noté era real o solo fue parte de mi imaginación.
En el momento en que mi palma entró en contacto con la suya, agregué:
—También tienes unos ojos muy bonitos.
Sonreí para que entendiera que se trataba de un cumplido, pero en vez de recibir otra sonrisa de vuelta sentí que su mano se tensó justo antes de soltarme de manera repentina y tomar mis hombros para girarme hacia delante.
Volví a mi posición inicial.
—Podemos hablar después, estamos en clase —indicó con rapidez, vacilando un poco.
La sorpresa del suceso fue reemprazada por la reacción física de mi cuerpo, donde percibí la manera en que mis hombros se relajaban ante el leve tacto. Fue ahí donde entendí que el simple hecho de escuchar la voz de una persona podría ser lo suficiente para dar confianza, sin necesidad de verle frente a frente. De mis labios salió un simple 'sí' y volví a prestar atención a la profesora.
—Van a resolver estas encuestas con total sinceridad. Cada pregunta tiene dos opciones, una azul y otra roja. Asimismo, una es 'A' y la otra es 'B'. Más adelante les explicaré otras cositas. Cuando terminen solo van a tener en cuenta los colores, no las letras. Entonces, sumarán el total de azules y rojas que escogieron. Me pasarán los resultados y tendrán quince minutos para jugar. Cuando termine el tiempo, me esperan aquí mismo. —Comenzó a repartir las hojas a cada compañero.
Miré de reojo a Keitan para después acercarme a él y responder mi cuestionario.
Las preguntas eran muy sencillas, todas tenían dos opciones, A y B —azul y roja—, como dijo la profesora. La primera era 'sí' y la segunda 'no'.
Una de esas preguntas me recordó a mi madre.
—Estás comprando un objeto en un puesto, ¿te atreverías a pedir rebaja al vendedor? —leí para mí—. Mi mamá siempre lo hace —susurré y marqué que sí.
—La mía también —dijo Keitan, a mi lado—. Yo no lo haría —Encerró la letra 'B' con un circulo.
Me reí al pensar en el Keitan del futuro; de seguro sería muy alto. Si se presentara la situación en que el Keitan adulto decidiera pedir un descuento a un vendedor, este se vería acorralado al ver el serio semblante de su cliente. Pensaría algo muy extremista, como que Keitan es un gánster y que no dudaría ni un segundo en dispararle. Las personas serias están sujetas a demasiados prejuicios.
No te preocupes, Keitan, yo cuidaré de ti, pensé, mirándolo de reojo mientras seguía concentrado en su cuestionario.
Él será mi amigo, definitivamente.
Lo observé un poco más. No fue hasta que su mirada se cruzó con la mía que sentí una sensación de ruptura sobre una hipnosis que desconocía hasta el momento.
—Creo que estoy sufriendo un poco de miopía. —Parpadeé, fingiendo enfocar lo que claramente miraba bien, el rostro de Keitan.
En su mirada inexpresiva se mostró un sutil cambio a manera de preocupación. Nunca había sentido tanta culpa por una mentira.
Seguí parpadeando hasta que decidí levantarme de mi puesto. Corrí a los lavados para empapar mi rostro. Mi idea era volver y decir que solo era un mugre el causante de mi deficiencia visual, pero en el momento en que levanté mi rostro de entre mis manos, frente al lavado, volví a encontrarme con esa extraña expresión, proviniente de Keitan.
—¿Estás bien? —preguntó en un tono confuso para mí.
—Sí, sí. Es que tenía un mugresito en el ojo —mentí, señalando mi ojo.
Noté cómo su pecho se elevaba, en un profundo suspiro de, ¿alivio? Una pequeña sonrisita se asomó en sus labios, casi imperceptible.
Y ahí lo supe.
—¿Te gustaría ser mi amigo? —dije sin pensar.
Keitan retrocedió sorprendido.
—¿Cómo?
—Quiero que seamos amigos. ¿Te gustaría ser mi amigo?
Estaba segura de que nos llevaríamos muy bien. Era la primera vez en la que podía hablar con normalidad; siempre me dio miedo hablar mucho con los demás niños, e inevitablemente, se alejaban de mí. Sus miradas de desinterés me dejaban en claro que no intentara hablarles más. Y ahora, no puedo creer que sea tan sencillo conversar con Keitan.
Podría jurar que su mirada se iluminó por un momento.
—Está bien —respondió, acentuando la seriedad de su rostro.
Keitan... no, mi, mi amigo es interesante.
Llevé mis manos a mi boca, conteniendo la emoción. Puedo llamar a otra persona 'amigo'. Salté un poco en mi lugar y me abalancé hacia Keitan para darle un fuerte abrazo.