Tacones en el lodo

Capítulo 4

Nos detenemos a la orilla de la carretera. El paisaje es puro monte, calor y un sol que parece querer derretirnos. Caty se baja con su camisa floreada desabrochada hasta el pecho y la pomada en la mano, preguntando a unos señores que juegan dominó bajo la sombra de un árbol.

Mi celular vibra. Respiro hondo antes de contestar.

—Hola, Mami.

—Sesasy, ¿ya llegaron? —su tono es mezcla de preocupación y regaño.

—Nop, nos estamos tomando nuestro tiempo —miento descaradamente; si le digo que nos perdimos, se vuelve loca.

De fondo escucho la voz de Daniel.
—¿Revisaron niveles en el carro?

—Sí, Caty se encargó de eso.

Daniel suelta una carcajada.
—Es más nena que tú.

—Bueno —respondo con tono digno—, cuando Caty era un macho alfa, pecho plateado, su papá que era mecánico le enseñó muchas cosas. Después me conoció a mí y…

—Se perdió en el brillo —remata mi hermano, divertido.

—Exacto —digo justo cuando veo a Caty regresar con cara de triunfo, moviendo las manos de manera dramática.

—Dicen que los señores de allá —me hace señas como si fuera traductor de teatro— que estamos cerca.

Le indico con un gesto que es Mami la que sigue en la línea. Caty se asoma sobre mi hombro, sonríe y saluda fuerte:

—¡Hola, Mami!

—Hola, Caty —responde ella, derretida. Mi madre lo adora—. Me mentiste, Sesasy, están perdidos.

—¡Nahhh! Tomamos la ruta alterna. Aquí no hay GPS, pero dile a Tío Ernesto que pudimos llegar gracias al mapa que nos dio —suelto con ironía, rodando los ojos.

—¡Ay, mis niñas! —suspira mi madre—. ¿Qué les espera allá?

—No lo sabemos, pero te marco cuando lleguemos. Gracias por la comida en las neveras, ¡nos va a salvar la vida!

—Cuídense mucho.

—Siempre, Mami.

Caty y yo colgamos al mismo tiempo, nos miramos y soltamos una carcajada nerviosa. Lady Pom Pom ladra desde el asiento trasero como si también se burlara de nosotras.

—Amor, que quede claro —dice Caty ajustándose los lentes de sol—, si sobrevivimos a este calor y al lodo, yo quiero un monumento.

—Si sobrevivimos, yo te hago trending topic.

Acelero y el convertible rosa chicle vuelve a rugir en medio de la carretera solitaria. El camino al rancho apenas comienza.

El calor hace que el asfalto brille como espejo. Caty me abanica con una carpeta que encontró en la guantera mientras Lady Pom Pom jadea con la lengua afuera.

—No puedo más, Sasy. Este calor me va a derretir el iluminador —gime Caty.

—Exagerado. A ti te derrite todo, menos la lengua.

De pronto, algo cruza a toda velocidad frente al carro. Freno de golpe.

—¡Aaaahhh! —gritamos los tres al mismo tiempo, sí, incluyo a Lady Pom Pom.

Cuando abro los ojos, veo al “culpable” parado en medio del camino, moviendo la cola como si nada.

—¿Es un… tlacuache? —pregunto, incrédula.

Caty se lleva la mano al pecho como si le diera un infarto.
—¡Ese ratón con complejo de perro casi me manda con San Pedro, mamacita!

El animal nos mira, mastica algo y se aleja con la calma de quien sabe que domina el camino.

—¿Viste? —le digo, todavía con las manos temblando en el volante—. Te dije que lo único que podía salir era un tlacuache.

—Ay, no, mi cielo, pero yo me imaginaba un tlacuache versión caricatura, no ese monstruo tamaño perro callejero.

Suelto la risa.
—Si esto es lo peor que nos pasa, estamos salvados.

Caty resopla, buscando su abanico otra vez.
—Tú ríete, pero si esa cosa se sube al carro, yo me tiro y corro.

Lady Pom Pom ladra como si lo retara desde el asiento trasero.

—Ya ves —digo riendo—. Mi hija no le tiene miedo a nada.

—Pues dile que la próxima vez maneje ella —responde Caty, cruzado de brazos, pero con una sonrisa que lo delata.

Arranco de nuevo, con el corazón acelerado, pero con una carcajada que aún me sacude el pecho.

El paisaje empieza a cambiar: menos asfalto, más tierra, y cada vez más charcos de lodo que me hacen rezar por mis pobres llantas con glitter, se nota que acaba de llover.

—¿Seguro que este carro puede con esto? —pregunta Caty, agarrándose del tablero como si estuviéramos en una montaña rusa.

—Claro que sí —respondo con seguridad fingida—. Me costó medio millón de seguidores, tiene que poder con todo.

Un letrero de madera aparece al costado del camino, tan viejo y torcido que apenas se lee:
“Bienvenidos a…” y lo demás está borrado por el sol y el polvo.

—¿Cómo que “Bienvenidos a…” nada? —exclamo, frenando para verlo mejor.

Caty se baja, pone las manos en jarras y hace su drama habitual.



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Editado: 07.10.2025

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