Takaino

2.2

Órdenes del rey.

Kai pensó que la máquina debió estar registrando el aumento de temperatura en el cuerpo de Mason. Su mirada asesina parecía dispuesta a derretir su armazón de metal.

Tanto Kai como Mason se quedaron mirando a la máquina esperando una respuesta humana agregada a la grabación. Algo grabado para rebeldes que no quisieran salir. En el momento en que se reiniciaba, se levantaron.

El androide no salió hasta que ellos lo hicieron. Siguió su camino por la galería. Ahora que Kai pudo verlo todo sin la obstrucción de las alarmas, sintió la vulnerabilidad de estar en el exterior. A la izquierda, la galería continuaba con innumerables negocios que ramificaban los pasillos en un laberinto sin final. Ella nunca llegó a internarse lo suficiente para saber si, de hecho, tenía alguna salida. El techo de hormigón estaba apenas más arriba que los agentes de seguridad, numerosos androides que arreaban a la gente fuera de sus trabajos. Kai identificó el disgusto en muchas de las expresiones de los hombres y mujeres que marchaban en multitud. La gran mayoría tenía alguna parte artificial. Una mano, algo dentro del cuerpo que ella no podría ver. Era difícil sobrevivir tantos siglos sin sufrir un accidente en algún punto que arruinara el cuerpo. El metal relucía o se opacaba bajo las prendas.

Mason tomó su muñeca para mantenerla detrás de él y ocultar al menos su rostro, un gesto que uno tendría con un hijo. No había niños entre la multitud; si daban nacimiento a alguno, eso sucedía en el centro de investigación, pues la sociedad entera de Telyon era infértil desde hacía quinientos años. Así había nacido Kai. Pero eso no estaba en sus recuerdos, ni lo hubiera estado nada de su infancia si no fuera por el procesador.

Apretó los brazos para evitar rozar a la gente que se amontonaba alrededor. Como niña, se apresuró para esconderse detrás de Mason. Ella nunca salía a los comunicados reales y no acostumbraba a multitudes como esa. El controlador saltó con numerosas alertas bien fundadas, como su ritmo cardíaco y temperatura corporal. Lo desechó todo. Bajó la cabeza, ocultándose de quién sabía qué.

Nadie la conocía, y no debía tener de qué preocuparse en ese lugar.

Salieron de la galería a la calle peatonal. Alzó un poco la cabeza para poder ver esa escena de la que siempre estaba cerca, y a la que nunca se exponía. Hileras de edificios de decenas de pisos la asfixiaban, muchos de ellos llegando al techo. Así como subían, la mayoría bajaban más pisos de apartamentos. El cielo no era cielo; se encontraban bajo tierra, en la "undercity". La corteza de Telyon era sostenida por una capa de construcciones, un solo piso que se extendía en horizontal por encima de ellos en habitaciones que eran ocupadas por los altos cargos de la ciudad. Un vidrio reflectante hacía sus veces de suelo para esas habitaciones. Podían verlos desde ahí arriba, aunque vieran menos que hormigas a esa distancia, y ellos veían un espejo. Reflejaba lo más que podía de las calles laberínticas de la ciudad. Kai miró arriba esperando encontrarse a más de un kilómetro de distancia, pero ni con el zoom que hizo en su lente lo consiguió. Los rascatierra, edificios de decenas de pisos que acababan solo cuando llegaban a tocar y la corteza de Telyon y que, de hecho, funcionaban como columnas, se reflejaban en estos espejos. Eran la única manera de alcanzar ese piso desconocido para todos. Sus entradas estaban siempre vigiladas por centinelas, y para poder usar el ascensor que permitía subir se necesitaba un permiso especial. Rompían la visión que pudiera tenerse de los reflejos e impedían ver la verdadera lejanía del espacio cerrado de la ciudad.

Sin embargo, a pesar de todo esto, los edificios de la ciudad en general eran rectángulos carentes de encanto, tanto los que tenían final como los que no.

En esos edificios que alcanzaban el cielo se extendían pantallas enormes, decenas de metros de alto y ancho, en la que se enseñaba la bandera de la confederación interplanetaria.

El rey solía esconderse detrás de la bandera de la confederación, conformada por Telyon, Tierra, Marte y Aransul, el último planeta colonizado, para validar su legitimidad. La bandera era azul oscuro, el color del espacio, y encima tenía un círculo formado por cuatro estrellas. Amontonaron a la gente alrededor de la pantalla, sus cabezas hacia arriba en una dolorosa posición para poder ver esa bandera que los androides les forzaban. El cuello de Kai dolió por la posición. Estaba tan cerca de Mason, usándolo de muro para protegerse del guardia robótico más cercano, que el cabello rubio oscuro se metía en su visión. Se debió alejar de él.

El molesto himno de Telyon salió de los parlantes distribuidos por la calle. Si calló la gente, Kai supo que no fue por respeto. Le bastó con prestar atención a las reacciones, en su mayoría claras como el agua, para ver resentimiento. De las bocinas de los androides salía la música, recordándoles que estaban en todos lados.

La imagen fue reemplazada por la del rey. El sobrepeso, oculto bajo prendas que se inspiraban en la realeza de hacía mil años, se mostraba en la grasa bajo su mandíbula. A su forma de ver, era un triste hombre ya harto de la corona que le pesaba en la cabeza, con su tradicional forma que nadie comprendía. Los presidentes de Tierra y Aransul, incluso el ministro de Marte, vestían adecuados a esa altura de la historia humana, pero en Telyon la realeza se esmeraba por recordar la tradición por la que se alzaban. Estaba solo frente a la cámara, sentado tras un escritorio con un vaso de agua y dos banderas en miniatura, una de la confederación y la otra de Telyon.



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En el texto hay: realidad virtual, cyborgs, mundos futuristas

Editado: 23.10.2021

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