Takaino

3.1

Kai pasó los siguientes días en cama, enferma de algo peor que un virus o una intoxicación; de su cerebro.

Había bloqueado el acceso de Mason a su habitación, aunque él ni siquiera intentó hablarle. Se dedicó a trabajar en el simulador descompuesto en extraño silencio. Cada tanto, oía las noticias siendo reproducidas por Avi, ninguna sobre los disturbios de la calle 440. Al entrar ella misma a la red, se encontraba con nada. Estuvo segura de que ambos pensaban en lo mismo.

Teniendo tanto tiempo para reflexionar, Kai reprodujo algunos de sus recuerdos más enteros de sus días en el centro de investigación. Entre montañas de datos arruinados halló su favorito. Se cubrió con las sábanas, indicó a Avi que apagara hasta las luces violetas y dejó que se reprodujera uno de cuando tenía menos de cien años.

Apagó su audición para no distraerse con el trabajo de Mason. Sus herramientas fueron reemplazadas por el recuerdo de motores que se grabaron con claridad. Su visión pasó de la oscuridad absoluta a una sala blanca, como todas las del CIT. El techo estaba más arriba que en el resto de sus recuerdos, quizá a cuatro o cinco metros de su cabeza. Se encontraba en una habitación pequeña llena de computadoras. Una pared reemplazada por un vidrio daba la vista a una enorme máquina. Ella estaba de pie, caminando en círculos con ansiosa alegría. La seguía mareando el hecho de que se movía, veía que caminaba, pero sentía su cuerpo echado en su cama en el mundo real.

En una silla, una chica tecleaba con abrumante velocidad. Su cabello castaño ondulado caía por su espalda en cascadas bien cuidadas, y su piel brillaba como caramelo con el reflejo de las pantallas. Estaba ensimismada en su trabajo, habituada a ese espacio blanco perfecto.

Se deslizó la puerta para dejar pasar a una preciosa chica rubia. A diferencia de su primer recuerdo, y la mayoría de ellos, no llevaba una bata de laboratorio, sino un traje como el de Kai, ceñido al cuerpo y de un material especial, duro al tacto pero flexible para los movimientos. Llevaba un visor por el que tenía desplegada un holograma lleno de datos. El color celeste de la pantalla pequeña hacía resaltar más el color azul que podía verse en sus pupilas. Detrás de ella entró Mason, escribiendo en una tableta.

—Priya, ¿todo en orden? —preguntó él.

La chica en el escritorio asintió, sin nunca dejar de teclear.

—Estoy terminando.

Su yo del pasado se sentía ansiosa. Como si el controlador, que la cámara no guardaba, le estuviera enseñando sus niveles hormonales.

—¿Puedo ir ahora?

Un movimiento en la imagen delató los problemas de la grabación. Se rompió en fotogramas. En un momento, tenía la sonrisa descubierta de la rubia que había entrado con Mason. Un rostro de extraña dulzura en el centro de investigación. Tenía el cabello atado, tan claro el de un ángel. Con solo verla podía adivinarse su nombre. Su traje blanco marcaba una mejor figura que la de Kai, que estaba tan delgada como en el presente, aunque en mejor estado entonces.

Lo siguiente fueron movimientos cortados en los que se veía a sí misma conversando con Priya y Ania, en lo que entró una tercera chica en algún momento. Ella contrastaba con la blancura cegadora, su piel oscura y casi negra. Llevaba con orgullo una infinidad de trenzas por cabello. Hubo un fragmento arruinado por completo en que la grabación se interrumpió por un cuadro de error. Luego, las vio junto a la recién llegada. Mason era el único que seguía trabajando, revisando los datos introducidos por una Priya que daba la espalda a la pantalla. Su bata estaba colgando de su silla giratoria.

—¿Tú qué dices, Mason? —Su audición captó la voz distorsionada de Ania. Por lástima, la grabación no le permitió ver la expresión con que él respondía.

Se dio cuenta de que la conversación era relajada. Mientras pasaba el proceso, que de momentos era nítido y en otros se cortaba, se desenvolvieron entre ellos con una intimidad que le generó nostalgia. Sintió el inmenso deseo de poder llorar. Mientras ella se deshacía en lo que se sentía como una dura cama, se veía y oía reír, charlar.

La chica cuyo cuerpo habitaba como testigo no se parecía a ella. No supo explicarlo; serían las maneras o la energía vibrante con que actuaba junto a sus amigas. O quizá el hecho de que tenía amigas. Visto así, se sentía una renegada social.

Se cortó la grabación durante un periodo de tiempo, hasta que se encontró caminando fuera del pequeño cuarto tras Ania. Siguieron un pasillo estrecho, acabado en una puerta de grueso metal que Ania abrió. Sellada, con escaso personal autorizado para cruzarla. Las máquinas dieron un pitido al escanear el chip de Ania como lo hacía Avi con el de Kai. El proceso fue casi automático, secundado por las manos expertas de Prisma en la computadora, y le siguió una escena poco impresionante.

Salieron al exterior del centro de investigación. Las recibió el espacio inacabable, separado solo por lo que parecía un fino techo de vidrio. Era una cúpula transparente que Kai sabía impenetrable. Sus pies aplastaron la superficie del planeta como tantos otros lo hicieron antes. Una nave pequeña las aguardaba. Sus alas como de ave se extendían con rigidez, su centro tenía la forma de una bala, con espacio para una sola persona. Pequeño y veloz, sabía ella.

Lo siguiente fueron grabaciones cortadas del momento en que subía. Ania se aseguró de que estuviera lista. Sus palabras se cortaron en el proceso, letra tras letra.



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En el texto hay: realidad virtual, cyborgs, mundos futuristas

Editado: 23.10.2021

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