Takaino

3.2

Configuró la audición para bajar el volumen de los sonidos de fondo y oír con claridad las escuetas direcciones de "izquierda" y "derecha" que recibía. La ciudad era un laberinto de callejones y calles cortadas entre edificios de tal altura que no le permitían simplemente sobrepasarlos, pues se daría directamente con el techo espejado. Dio peligrosas curvas que le hicieron raspar más de una pared, salvados solo por el piloto automático que solucionó sus errores de maniobra con eficacia. Salía a una calle y esta se cortaba en cuestión de metros, obligándola a doblar. Otros vehículos bajaban o subían su altura para alejarse lo más posible de ella. Imaginó, aunque no pudo saberlo, que habría gotas de sangre cayendo encima de la gente.

Kai estaba absolutamente perdida. La lejanía de su zona segura la hacía temblar, suficiente para desestabilizarlos a ambos por los instantes en que la máquina tardaba en reconocer el error. Para ella, cada calle era igual a la anterior. Pasaban kilómetros y creía no haber avanzado nada, pero seguía al pie de la letra las instrucciones. Derecha, izquierda, izquierda...

—Sigue dos bloques más y baja. Al final del callejón.

El alivio de oír el final de ese interminable camino le hizo estar cerca de chocar con un balcón. Así como él indicó, descendió la altura y la velocidad hasta estacionarse cerca de unos contenedores de basura. Era la parte trasera de un restaurante de comida rápida, el olor a podrido y a mala comida se mezclaban para formar una nauseabunda mezcla. Le ayudó a bajar y lo notó más débil en el proceso. Él, sin embargo, demostró su entereza al instante.

—Por ahí —con un gesto rápido, le indicó una puerta perdida junto al restaurante.

Kai hizo lo que le decía sin siquiera plantearse el preguntar. Lo arrastró entre la mugre del oscuro pasaje, su cuerpo ahora como un muñeco trémulo que se concentraba demasiado en ahogar el dolor para avanzar solo. A Kai le sorprendió cuando la puerta emitió un suave pitido con el escaneo del chip de Mason. No se abrió, pero acababa de enviar un mensaje para que el dueño del lugar fuera avisado.

Lo dejó recargarse contra las paredes sucias, pintarrajeadas con grafitis con años de antigüedad. La iluminación artificial, que caía por focos del techo para expandirse a la ciudad en general, estaba tapada por los edificios que los encerraban; a Kai le hubieran bastado unos pasos, los que cubrieran cuatro, quizá cinco metros, para cruzar a la siguiente pared de departamentos. Apenas recibían algo de la luz por el reflejo de los espejos. Así, la sangre era negra como el alquitrán, siniestra como las sombras en su rostro formadas por el sensor rojo encima de él. Ansioso por la espera, comenzó a aporrear la puerta.

—¡Wes, trae tu puto culo ahora!

El eco metálico delató el espacio hueco detrás. Hubiera llamado la atención si hubieran tenido alguien a quien molestar.

No tardaron en oír a alguien que se precipitaba en unas escaleras del otro lado, rumiando insultos que la barrera de metal ahogaron.

—¡Qué malhumor! ¡Ya voy, ya voy, impaciente!

El lector de la entrada detectó el chip del hombre que apareció frente a ellos. Luz blanca bañó a los recién llegados, ante los que quedó perplejo por un instante. Despertó la curiosidad de Kai; el hombre tenía arrugas que no eran comunes de ver, rastros del tiempo que la ciencia había dejado atrás hacía siglos, incluso algún que otro cabello blanco. El hombre se precipitó a ayudar a Mason a entrar y subir los inmediatos escalones.

—¿Qué te pasó? ¡Ah, olvídalo! ¡Mírate la mierda que te hiciste! —hablaba y subía a una velocidad que dejó a Kai desconcertada en la entrada, insegura de cómo actuar. Apenas podía seguir lo que decía—. ¡Zinny, ven a ver esto! ¡Kai, qué estás haciendo, te vas a quedar afuera!

—¡Me estás dejando sordo, imbécil! —le reprochó Mason.

Kai se sorprendió al oír su nombre, pero acabó apresurándose por entrar antes de que la puerta la dejara fuera. Un segundo sujeto apareció desde el recodo de la escalera, que no era más que un pasillo ascendente, y se apeó con los otros dos para llevar al herido. Wes seguía dando muestras de su ansiosa personalidad en una verborragia irritante que Kai pasó por alto al alzar la voz.

—¿Va a estar bien? —preguntó detrás de ellos, conteniendo la impotencia con una pregunta bastante vaga.

—No te preocupes, Kai. Déjanoslo a nosotros.

No estuvo siquiera cerca de ayudar a sus nervios, pero decidió confiar en ellos. Su memoria, la propia y no la artificial, le decía que eran rostros familiares y confiables que los años enterraron.

Ingresaron a una sala y pasaron luego a un cuarto que le recordó a un consultorio médico. Una camilla metálica se ubicaba en el centro de la habitación rodeada de maquinaria médica ya un poco vieja, manos robóticas con distintas herramientas que colgaban a los costados igual que lámparas de pie. Los motores de estas se encendieron cuando recostaron el cuerpo en la camilla. Kai pudo ver entonces que la herida era peor de lo que imaginaba, se había abierto y enseñaba una cierta porción de carne. En la esquina había un escritorio con numerosas pantallas táctiles, computadoras con las que se vigilaba el desempeño de los robots. Las paredes estaban cubiertas por estanterías con herramientas de medicina perfectamente ordenadas, medicinas, más computadoras...

Wes tomó asiento junto a la camilla y tomó una tableta. Con movimientos confiados y rápidos presionó botones. Zinov, el otro sujeto, la llamó para que vigilara con él los datos del escáner.

—Conéctate ahí. Tu controlador todavía funciona, ¿no?

Kai sacó el cable integrado a la máquina y ya estaba conectándose cuando la asaltó un ligero titubeo.

—Creo que sí —balbuceó.

Descorrió el cabello que cubría su prótesis exterior, una superficie metálica que reemplazaba unos escasos tres centímetros de su piel, y abrió la compuerta para dejar al descubierto la única conexión exterior con su procesador. Un suave clic resonó en su oído cuando acabó de conectarse.



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En el texto hay: realidad virtual, cyborgs, mundos futuristas

Editado: 23.10.2021

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