Mientras Wes preparaba todo para la inmersión de Kai en el mundo digital, Zinov salió para llamar a un par de colegas que se refugiaban cerca. Cuando ella le preguntó por qué no solo los llamaba, su respuesta fue tan obvia que la avergonzó.
—Nunca se es lo suficientemente precavido.
Así, recostada en la silla reclinable y con la vista clavada en un aburrido cielorraso, dejó que la conectaran a sus máquinas y se dispusieran a jugar. Para entonces, había ya cuatro personas en la sala. Los dos recién llegados, un hombre y una mujer, demostraron también conocerla y se mostraron nostálgicos por el reencuentro, pero ella no recordaba quiénes eran.
Los cuatro la rodeaban cuando Wes sacó un pequeño objeto del tamaño de su dedo, un aparato redondo, blanco, con solo cinco luces azules que se encendían y apagaban del tamaño de la cabeza de un alfiler. Tenía grabado el logo de la empresa que lo fabricó en el metal. Como una ceremonia, se reclinaron mientras lo acercaban a su cráneo. Científicos curiosos por cosas que en verdad ya conocían. Fueron lo último que vio antes de que todo se tornara negro.
[¿Iniciar simulación?]
[Sí] [No]
Los dedos de Kai cosquillearon por la corriente de energía que los recorrió al presionar "sí".
Luego de ingresar su usuario y contraseña, su entorno cambió por el punto de reinicio que ella eligió años atrás. Se encontró de pie en el centro de otra habitación. Esta era una inmensa sala de forma hexagonal, con paredes de color blanco con líneas rosas, violetas y azules que danzaban en la superficie. Kai dio unos pasos, admirando lo realista que era la inmersión neuronal. En el suelo, de color negro, se extendieron círculos de esos tres colores en los lugares en que pisaba, pero nada se formaba bajo las patas de los muebles.
De una de las paredes salían unas escaleras que seguían desde fuera la forma de la habitación, subiendo en espiral. Kai corrió para subir, queriendo probar al máximo esa forma de realidad virtual que por tanto tiempo le habían negado. Arriba se encontró con su habitación.
Ese piso virtual lo había comprado hacía años, cuando sus padres todavía vivían. Lo que no gastaba en el real, esa cueva escondida bajo la corteza de Telyon, lo invertía en ese conjunto de píxeles. Lo había decorado a su antojo, con pisos y paredes cuyos colores se activaban con la presión como la superficie de un charco y muebles a juego, solo que sin vida como las demás superficies. Tanto movimiento de colores la hubiera mareado, ¡con lo asquerosamente susceptible que era a esas cosas! Pero el cuarto…
Esa era su parte favorita.
Tan pronto como acabó de subir, se encontró con la vista de las paredes exteriores reemplazadas por ventanales. El espacio le daba la bienvenida afuera. O una reproducción colorida de él, más bien. Kai conocía el espacio, había volado prototipos de naves como piloto de prueba en el CIT, más de una vez había flotado con su traje espacial en la nada, en la verdadera nada, y esa vista artificial se sentía como aquella. Estrellas que creía poder tocar y planetas que, de hecho, no existían.
Kai sonrió, sintiéndose llena por esa ilusión que una máquina estaba creando en su cerebro. Se tiró de un salto en la enorme cama ubicada a mitad del cuarto, enorme como ella era pequeña, y se regocijó en la suavidad que con el otro simulador no había podido captar. No era un traje jugando con sus sentidos, era algo que engañaba directamente a su cerebro, y no le importaba.
¿Era malo, acaso, vivir en engaños como ese? ¿Por qué esa realidad era considerada por tantos como “falsa”? Si ella la estaba sintiendo, ¿por qué eso no la hacía real?
Las sábanas de tacto etéreo absorbieron unas lágrimas que corrieron con sigilo por su mejilla. No recordaba si había tenido la oportunidad de llorar antes de que se metieran con sus ojos.
Si aquello era falso, ¿ella no era falsa también? Una chica de mentira, artificial…
Lo dejó todo de lado, como cada vez que se planteaba lo mismo. Algo de su día a día no tenía sentido cuando los días eran controlados a reloj para que los planetas coincidieran y no por los ciclos de una estrella cercana. Así que Kai se deslizó encima de las sábanas, todavía vestida con el avatar que llevaba a las carreras, y abrió un armario tras presionar un botón en su panel. Como luz en el aire, una fila de hologramas se extendió por el cuarto, desde la pared unida al resto del piso hasta la ventana que daba al espacio. Buscaban alcanzar el planeta más cercano, huir de su dueña. Kai los hizo deslizarse para que los hologramas pasaran hasta hallar el que quería. Eran en su mayoría idénticos en cuerpo, había copiado el mismo físico y armado distintos atuendos para ahorrarse tiempo. Algo contrario a ella; piel negra azabache, cabellera plateada cuyas hebras se encendían con luz propia y rasgos lejanos a su real delicadez. En su cabeza, así era Kate. Los atuendos preseleccionados eran de dos tipos, baratos y ligeros para las carreras o conjuntos que le fascinaban.
Mientras seleccionaba uno de los que tenía para correr, en el aire apareció la notificación de un mensaje nuevo. Una suave campanita lo anunció a su vez. Por costumbre pensó que sería Mason, pero recordó después de abrirlo que este estaba herido.
>> ¿Tanto herí tu orgullo que no te conectaste por días?