Kai tenía algo particular. Si bien su cerebro y su procesador eran dos entes separados, uno un registro y amplificador del otro, estaban irremediablemente indivisibles. Era natural para ella tener el fantasma de los recuerdos cuando veía sus grabaciones; sabía que alguna vez vivió esas escenas, sabía que quiso a quienes veía, que aquel cuerpo que se movía era suyo, como los ojos a través de los que veía.
Este era el recuerdo mejor preservado que alguna vez revivió, y también de los que más ausentes y presentes tenía. Ausente porque no recordaba siquiera recordarlo, presente porque se sintió tan real como el instante en que mataron a sus padres, momento que no necesitaba grabado para saber que existió.
La desconcertó por completo encontrarse en tal armoniosa posición. Ni un pixel delataba su presencia atemporal, como si en carne y hueso se encontrara en el centro de investigación, en el laboratorio de Mason. Ya no oía la mezcla entre una realidad y otra, a Zinov desesperado o al agua metiéndose por sus oídos. Era escandaloso ese mundo, sí, pero era un uniforme caos; el caos de la guerra.
Lo identificó de inmediato. Era el trece de abril del año 3157, el día de la revolución.
Y ella se vio a sí misma reflejada en un espejo, en el fondo del centro de investigación, en una camilla como lo estaría su cuerpo en la de Zinov. Innumerable cantidad de cables se conectaban a su cerebro. Pantallas de metros de diámetro enseñaban datos incomprensibles. La extensión absoluta de su cerebro cibernético.
Dos personas de espalda a ella manejaban con asombrosa destreza cada uno de los controles disponibles, ajenos al colapso del mundo exterior. La mujer hizo rodar su silla hacia Kai, dando por acabada su labor y sentándose frente a ella mientras el otro continuaba. Reconoció las facciones de su madre al instante, el cabello poco voluminoso que se sacudía como una hilera de hebras conectadas. De cerca, Kai vio que así era; los bordes estaban fundidos, pegados uno a otro para mantener la forma.
Su padre habló desde su lugar entre las consolas.
—Grabando.
La mujer le dedicó su entera atención. Tal era la claridad del recuerdo que se pudo ver reflejada en sus ojos inhumanamente brillantes. Hubiera apostado a que estaban hechos de silicona.
—Esto es lo que haremos —dijo—. Estamos listos para actualizar tu copia de seguridad. En un minuto cortarás la grabación, así podremos archivarla en tu procesador con el resto de las memorias que seleccionaste y podremos guardarlas en la copia. ¿Lo entiendes?
Lo preguntó como una doctora que explica de rutina las condiciones de una cirugía.
—Sí, lo entiendo.
Como siempre, ella solo podía resignarse a oírse decir palabras que en el presente no tenían significado. No, no lo entendía, pero la Kai del pasado sí, estaba dispuesta a lo que la sometían.
—Quiero que revises bien tu memoria y te asegures de que tienes todo lo importante, así los separaremos en la copia de seguridad. El resto lo borrarán cuando lleguen a ti, pero no comprenden lo suficiente el funcionamiento de tu procesador para alcanzar los que archivaremos. —Kai se quedó quieta. Sin poder ver lo que su pasado yo hacía, estuvo segura de que revisaba en sus archivos en busca de algo que hubiera pasado por alto—. Selecciona bien.
La espera fue insoportable. Tuvo que esperar, sin saber qué hacía, sin poder mover un músculo, resignada a revivir explosiones lejanas y cercanas, gritos de horror, el mismo apocalipsis sobre sus cabezas. Se sentía inútil, incluso sabiendo que era solo una grabación.
—Listo —informó.
—Puedes guardar recuerdos sentimentales, no solo los indispensables para el CIT —Toshio habló sin demostrar un verdadero interés por esa parte del proceso, con la misma actitud de frío cirujano que Sakura mantenía—. Vi que solo guardaste tu primer despegue.
—No necesito otros.
Ambos aceptaron la respuesta, indiferentes a la decisión de su hija de olvidarlos.
—En el peor escenario, tienen científicos calificados para borrarlo todo, lo cual no lo creo. —Toshio evaluó en voz alta las posibilidades—. En el mejor, no consiguen tocarlos. Conozco a la mayoría; son ineptos y poco calificados para un procesador desarrollado como el tuyo, no sabrán ni siquiera qué están viendo.
Sakura estuvo de acuerdo, orgullosa de su superioridad sobre los demás. Acomodándose la bata, molestada más por una simple arruga que por el futuro que se les caía encima, continuó con su protocolar explicación.
—Tu cerebro depende a tal punto del procesador que ya no tiene la capacidad de almacenar recuerdos a largo plazo. Lo que borren no lo recordarás por tu cuenta. ¿Lo entiendes?
—Sí.
Incluso a la Kai del futuro le picó la ligera alegría de ver a su madre complacida.
—Guardaremos esta última grabación en un sector diferente de tu procesador, donde no lo buscarán. Solo podrán llegar a ella los que conozcan su funcionamiento.
Como Wes y Zinov, pero principalmente como Prisma, la persona que tuvo la mayor importancia en el desarrollo de los programas que hacían de su procesador uno superior a los comunes.
A Prisma la había visto una vez desde su reprogramación, cuando Mason la halló y la llevó con ella para que llegara a esos precisos recuerdos escondidos. Como Sakura había predicho, los científicos del nuevo rey eran demasiado ineptos para las mentes brillantes de los Takano que incluso después de la muerte seguían burlándose de ellos con sagacidad, pero, al nadie saber qué buscaba, ni siquiera Prisma había dado con esa grabación.