Mason amaba a Kai.
Él había cuidado de ella toda su vida. Kai nunca fue para él una hija, quizás una compañera a la que le enseñó todo y a la que conocía a la perfección.
Era una tendencia de los humanos agruparse en pares; la gente formaba amistades numerosas que mantenía durante años, pero cada quien tenía una sola persona a quien sostenía y se negaba a dejar ir. Para él, esa compañera de vida era ella.
Mason había despertado del todo cuando erráticos apagones afectaron a todo Telyon. Reconoció de inmediato el efecto del Telyon Regulatory Intelligence. El programa era un potencial arma de destrucción masiva, era capaz de acabar con el planeta entero si se usaba por manos inexpertas. Un poder demasiado grande para una sola chica.
Mientras una decena de científicos renegados corrían de un lado a otro sin saber qué intentaban salvar, él los observaba con la impotencia cerrándole la garganta. Se habían reunido miembros de los departamentos de neurología, robótica y biotecnología, los que vivían como ellos en el fondo del Underground. La habían puesto en suspensión, escaneaban cada dato, buscaban algo que arreglar…
Pero todo parecía en orden.
Eso no debía ser así. Algo tenía que estar mal.
No dejaba de verla, tendida en la reposera, con incontables cables desprendiéndose del costado que no podía ver de su cráneo. Su largo cabello estaba atado en dos coletas finas, brillaban las puntas de color azul metalizado con una viveza de la que ella carecía en el rostro. Reconocía a Sakura en sus rasgos, pero no en su serenidad. Mason sabía mejor que nadie lo diferente que era Kai de sus padres.
Resignado a que nada podía hacer más que aguardar a que el resto trabajara, regresó a la habitación en que lo habían dejado para recostarse y descansar. La pierna apenas le molestaba, incluso cuando horas antes había sido un infierno sangriento. Heridas como esa solían serle rutinarias.
Del bolsillo sacó un pequeño cilindro de titanio. Lo desplegó, alargándolo de los lados hasta que fuera una vara de unos diez centímetros. Con un delicado movimiento la dividió en dos a lo largo, estirándolo hacia arriba y formando un rectángulo. Se encendió una pantalla, y con ella comenzó a manipular su propio procesador.
El suyo era común, de los que cualquier ciudadano tenía, servía apenas para controlar que todo funcionara bien con él y almacenar su memoria. Nunca se había interesado por mucho más.
Se replanteó mejor el escarbar en sus recuerdos. Había momentos oscuros que algunas veces deseaba poder borrar, como el día que perdió la mitad izquierda de su rostro. Un accidente en el CIT, un error en sus cálculos que acabó en un desastre. Medio rostro reemplazado por titanio, un ojo perdido y pesadillas que duraron años. Lo habían cubierto con un injerto de piel, pero la metálica mandíbula estaba ahora expuesta. A él no le molestaba; cargaba cada una de sus cicatrices con orgullo. Se equivocaba muchas veces, se regañaba a sí mismo y prometía no volver a hacer lo que más tarde repetiría, pero de poco se arrepentía. En general, esas cosas involucraban a Kai.
Seleccionó en la pantalla un recuerdo particular y se internó en la grabación. Al menos así no tendría que soportar la impotencia de verla echada en el diván.
Lo siguiente fue encontrarse en un lugar que conocía mejor que a sí mismo.
Mason tenía numerosos doctorados a sus espaldas y una reputación que solía tener un peso en el mundo científico, pero su laboratorio en el CIT era poco más que un taller mecánico. Lo suyo era la maquinaria, una fascinación particular por jugar con engranajes lo había mantenido rebosante de energía durante décadas, si no siglos.
Él había dirigido el equipo que desarrolló el hardware para los primeros procesadores creados, mientras que Priya se había ocupado del software. Era común para él trabajar a la par con ella.
Ella estaba sentada en una silla giratoria que le pertenecía a él, con los pies en la mesa y una bandeja a tope de ensalada, lo típico de sus descansos para almorzar. Su largo cabello castaño atado en una coleta y meciéndose con la silla. Él estaba trabajando en algo, pasando de su hora libre…, como siempre.
Sentada más allá, junto al ventanal del taller, Ania comía su propio almuerzo. El espacio exterior se plasmaba detrás del vidrio en un imponente manto repleto de estrellas. Un asteroide coronaba su cabeza rubia, como una aureola.
—Así que, supongan que tienen a toda una flota detrás de ustedes —decía la chica, con ese adorable gesto pensativo de cuando pensaba—. Podrían, A, buscar refugio en algún planeta o una base e intentar esconderse para huir después…
—¿Por qué nos persiguen? —Interrumpió Priya, cazando con el tenedor la comida en un rápido movimiento. Un reptil atrapando a su presa, con sangre fría y mente lógica.
—¿Eso importa?
—Mucho —respondió Mason, mientras acomodaba las piezas de una máquina que se le había roto horas antes—. Si te persigue un gobierno por algún crimen, recurrir a otros planetas podría desatar una guerra. A nadie le gusta una flota apareciendo de la nada en tu territorio.
—¿Qué otra…?
—Si te persiguen, por ejemplo… —Priya volvió a interrumpir, haciendo círculos con el tenedor en el aire mientras miraba al techo, buscando otra opción—, imagina que te metiste con el dueño de una flota de naves. Un rico al que le robaste una y mandó toda su seguridad privada para matarte. En ese caso…