Take Me

Capítulo 3

Los Dashkow. Todo empezó cuando llegaron ellos. No podía parar de repetirme estas palabras. Para así poder justificarme y poder sentirlo. Sentir que mi odio hacia ellos no era infundado. Jamás había odiado. Al menos no a una persona. Hasta que llegaron ellos y sacaron lo peor de mi. Hasta que ellos me mostraron la realidad, sacaron mi lado oscuro. Mi lado oculto y no me gustó el ser que vi en aquel reflejo. Mi propio ser. En lo que me había convertido. En lo que ellos me convirtieron, un monstruo...

(...)
Me alejé de la vista de Daemon. No soportaba verle. Era horrible. ¿Cómo en un envoltorio tan hermoso se encontraba algo tan caótico? Odiaba cada parte de él. Desde su gran altura y musculatura perfectamente definida hasta sus hermosos ojos verde y turquesa con heterocromía, también odiaba su cabello perfectamente peinado, sus carnosos labios, su rostro tan perfectamente perfecto y simétrico. Todo en él gritaba a perfección y yo odiaba el simple hecho de que su belleza me cortara aun el aliento. Odiaba el simple hecho de vivir pensándole.

De pronto escucho unos pasos acercándose y esto hace que me detenga. ¿Quién podría ser? Justo en el momento en que los pasos se detienen. Me tenso deseando no haberme detenido jamás. No podía creerlo. Hoy era un día de sorpresas.

Justamente frente a mi se encontraba él, Daemon.

—¿Qué tal estás?. Escuché que hoy tuviste un desmayo.—pronunció con aquella voz tan baja y ronca que muchas veces causaba suspiros de parte de la población femenina.

—Estoy perfectamente bien. Muchas gracias por la preocupación. Me gustaría mucho que le dieras mi sincero agradecimiento a Tyson por su amabilidad al ayudarme.—dije con mi más perfecta hipocresía.

Me observa por un instante, acomoda su perfecta corbata de uniforme y me da una de sus perfectamente ensayadas sonrisas.

—Se lo daré. Espero que te mejores pronto. Ah y me he tomado el atrevimiento de hablar con la directora Gillson. Mañana tienes el día libre.—sonríe cínicamente y se va sin esperar respuesta.

¡Maldito!. Por su culpa hablarán. No podía creerlo. Estaba indignada. No sabía que decirle a mis padres. ¿Qué faltaría a la escuela así sin más?.

Yo era la chica perfecta. El no me podía hacer esto. No. Una irresponsable, eso es lo que dirán que soy. Ya que algo como la imagen puede resquebrajarse muy rápido. Cuesta mucho tiempo el creársela. Pero solo segundo el destruirla y el sabía esto. Lo sabía perfectamente y se estaba aprovechando de ello.

¿Ahora como ganaría mi campaña para presidenta de clases? Me preguntaba una y otra vez. Pero simplemente no tenía respuesta para eso. De hecho, últimamente no tenía respuesta para muchas cosas.

Caminaba lentamente hacia mi hogar pensando en todo lo que pasaría a continuación y sobretodo en el sermón de mis padres en cuanto al haberme desmayado.

Siempre me había considerado una adolescente normal de pueblo pero poco a poco con el paso del tiempo comprendí que al igual que los Perfectos yo era alguien semejante a un robot. Tenía una extraña programación que hacía que nunca decepcionara a nadie y mucho menos a mi familia. Ya que los Lerssen no eran del todo convencionales. Por lo cual desde un principio nos costó hacernos de un buen nombre en la ciudad.

Aunque con el tiempo lo habíamos logrado y lo mejor es que era gracias a mi. La típica niñita rubia, de ojos color zafiro y cabello corto tal cual joven señorita de pueblo, en resumen un muñequita total y lo más gracioso es que lo era en toda regla ya que en las noches oscuras les gustaba jugar...me convertían en su juguete.

Lo peor es que ni siquiera sabía quienes jugaban.

Miré hacia atrás y respiré tranquilamente por un instante. Todo estaba desierto. Ni una persona a mi alrededor. Así me encantaba. Así me sentía cien por ciento yo, libre.

—La niña perfecta...—canturreé por lo bajo a la vez que movía mi cabeza hacia los lados con el ritmo que yo misma me había creado en la cabeza.

Un paso, dos pasos, tres pasos...y seguí hasta que estos se conviertieron en treinta. Ya había llegado a casa. Me sentía feliz por ello.

Pero lo que no me esperaba era lo que a continuación sucedería. Algo que jamás creí posible.

—Evangeline.—dijo mi madre una vez que entré en casa.

Al momento cerró la puerta como alma que lleva al diablo. Con desesperación. No lo comprendí. Todo era demasiado raro y más aun cuando en aquella salita me encontré sentado en el antiguo sofá a mi padre. Esto no era una buena señal. Ya lo creía.

Me tensé, no sabía que esperar de todo esto.

—Si es por lo de...—mamá me interrumpió—Tranquila cariño, no es por eso. Papá está aquí por otro asunto.

Suspiré algo más relajada pero sin dejar que la tensión se fuera completamente de mi cuerpo ya que al parecer mis padres lo sabían. Sabían lo que había sucedido en la escuela. Aunque bueno después de todo ni me extrañaba ya que en los pueblos, sobretodo en los pequeños como Lincefill los chismes viajaban a la velocidad de la luz, siempre había sido así, por ley universal. Pero lo que si m era realmente extraño era el hecho de que no estuvieran aquí para hablar de ello, el hecho de que me tuvieran que contar algo. Algo que claramente era muy serio ya que mi padre se encontraba aquí, temprano. Sin ser su hora de salida del trabajo.

Suspiré levemente y me senté en la silla frente a mi padre luego de haberle saludado.

—Bien, hija. Te lo diré yo—comenzó mi padre.

—Esta bien.—comenté a la vez que le daba un pequeño asentimiento en señal de que podía proceder.

En ese instante no comprendía lo que sucedía hasta que escuché las palabras de mi padre y mi mundo se sacudió.

—Me han ofrecido un trabajo en el que me pagarán el triple de lo que cobraba aquí.

—Eso suena genial padre, enhorabuena.—estaba a punto de darle un abrazo cuando sus palabras me paralizaron.

No lo pude creer en ese instante y aun al recordarlo no podía evitar la misma reacción.




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