Take Me: Tómame

Capítulo 2

Llegamos a una casa bastante grande, con un pórtico de tamaño considerable así como su garaje, es de dos pisos y es la típica vivienda modelo en los comerciales de bienes raíces, de esas casa que cualquiera quisiera habitar, solo falta que aparezca un arcoíris detrás de ella, pero eso es imposible porque el cielo está completamente oscuro, la temporada invernal está muy cerca, se puede sentir en el aire, es más frío que el de otoño y da una sensación de solemnidad, de nostalgia y vacío.

La teniente Ortega está hablando con los oficiales que están en el perímetro, con sus listones amarillos manteniendo a los curiosos lejos. Después de unos minutos voltea hacia Akos y yo y con un movimiento sutil de cabeza nos invita a que nos acerquemos.

Al principio no me siento muy decidida, me quedo plantada en la entrada, mis pies parecen enraizados a la banqueta hasta que el agente Rivera decide voltear hacia mí, me sonríe enternecido por mi actitud y me da una ligera palmada en el hombro.

—¿Qué pasa, agente Doherty?, ¿no le gusta la acción?—, me pregunta sin quitar su sonrisa divertida.

—Me encanta la acción…— doy un par de pasos sin sacar las manos de los bolsillos de mi chamarra —…me encanta… pero esto es diferente, esto es… investigación, yo… yo estoy más acostumbrada a las misiones donde hay que detener a alguien… amo las redadas— me intento explicar y por un momento mi corazón late con más fuerza, recordando la emoción y la adrenalina que se libera cuando se está a punto de patear la puerta.

—A Cárter le gustaba eso también, era más… de campo… de… pelea…— baja la mirada y sigue caminando con esa aura melancólica, no sé qué decirle —…pero… también era buena investigando.

—Lo sé, he leído mucho sobre ella— me da el paso para entrar en la casa y veo a la gente corriendo de un lado para otro, tomando muestras, iluminando con luces UV cada esquina.

—Todo lo escrito en los periódicos y lo dicho en noticieros no es nada con quien en verdad fue— me dice Rivera antes de acercarnos hacia la teniente.

Ortega se mantiene en el pasillo, recargada en uno de los arcos que dan hacia lo que parece el comedor, una luz cálida sale de ahí y se plasma en su piel morena. Parece seria, cruzada de brazos, viendo todo con atención, sin decir ni una sola palabra hasta que nos acercamos.

Apenas puedo ver por encima de su hombro y soy consciente de ese olor a oxido del lugar, cubro mi boca al mismo tiempo que mis ojos examinan todo. Hay flores regadas, pequeñas y blancas, algunas moradas, parecen flores silvestres, adornan la mesa y el resto de los muebles, algunas están por el piso, pero eso no es lo más llamativo, en cada pared, incluso en el techo hay marcas pintadas con sangre, parecieran letras, unas que jamás he visto, con puntas muy marcadas, agresivas a la vista, pero en conjunto parecieran cargar con un misticismo ajeno a nosotros.

Doy un par de pasos al interior de la habitación mientras sigo fascinada por cada marca, cada trazo sanguinolento que aun gotea de las paredes y en el centro, René Glozz, acostado sobre la mesa de madera, con las piernas y los brazos colgando así como su cabeza, y debajo de cada extremidad un cuenco de madera que recibe cada gota de sangre. Sus ojos están cubiertos por una venda blanca que se ha tornado roja y unos clavos están encajados en ella, traspasándola y atravesando su cabeza, como si estos sostuvieran la venda.

—Parece un ritual satánico— dice Akos desde atrás de mí, no se anima a acercarse más.

—Tal vez si es un ritual, pero… no creo que sea satánico— le respondo al mismo tiempo que giro sobre mis talones una vez más, viendo todo alrededor.

—La muerte del agente Glozz se debió a la pérdida de sangre…— la doctora Karime sale de la cocina ajustando sus guantes de látex, tan pequeña y menuda, con esos ojos enormes detrás de sus lentes con una graduación exagerada para una persona tan joven. En cuanto me ve sonríe de forma agradable y se me acerca, extiende su mano para que yo la estreche, pero de inmediato la retira recordando que aún tiene los guantes —mucho gusto, soy la doctora…

—Karime… si… sé quién es, un gusto y un orgullo estar en este equipo— no puedo esconder mi emoción, si fuera por mí la abrazaría —soy la agente Sonia Doherty.

Por un minuto algo llama mi atención en mi campo de visión, veo sobre la barra por el rabillo del ojo una pequeña figura de madera, de acaso 20 cm, parece un duende de jardín, con esa forma puntiaguda hacia el extremo superior. Me olvido de la doctora Karime y esa euforia que se contagia y camino hacia el objeto. No parece pertenecer al su entorno, no es algo que tendría alguien en su casa y menos en la barra de la cocina, es como si no encajara.

Rodeo la barra y veo la figura desde la cocina, es de madera y está salpicada con sangre, pareciera un hombre viejo con un gorro puntiagudo, no tiene mucho detalle, parece que alguien lo talló en su tiempo libre con una navaja, ni siquiera la madera está barnizada o coloreada.

—Nuestro pequeño amigo está ahí desde que llegamos, no lo hemos movido aun, siento que puede darnos más de lo que podemos ver— dice Karime fascinada por verme interesada en la figura.

—¿Qué estás viendo, amigo?—, agudizo mi mirada, me apoyo en mis rodillas y me fijo en sus ojos, apenas un corte horizontal les da forma, como si al igual que yo estuviera tratando de enfocarse en ver algo.




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