Take Me: Tómame

Capítulo 10

Caro Ortega

—¿Por qué no entró junto con su compañera?, parece ser una novata— me pregunta la doctora Fortín mientras veo el interior de la cajetilla de cigarros, los sacudo para poder obtener uno.

—Ella fue la de la idea— contesto fríamente.

—Pero usted es su jefa y entrar ahí, con el doctor Aiden puede ser peligroso.

—Está encerrado, ¿no?, este lugar es de los mejores custodiados… no creo que tenga problemas— le respondo antes de ponerme el cigarro en la boca.

—Creo que usted no conoce bien al doctor… tiene una mente brillante, en el hospital anterior logró que uno de sus compañeros del pabellón se suicidara… nadie sabe cómo lo hizo— enciendo mi cigarro sin quitarle la mirada de encima a la doctora.

—¿insinúa que ese criminal logrará que la agente Doherty se suicide?

—No necesariamente que se suicide, pero… puede hacer muchas cosas solo con su inteligencia…

—Si eso es cierto, ¿usted que hace aquí?, debería de entrar con cada visitante para asegurar su seguridad, después de todo usted es una psiquiátrica, la más apta para mantener las capacidades mentales del doctor a raya ¿no?

Parece que mi comentario la deja congelada, tal vez no se esperaba que le respondiera, sus ganas de hacerme sentir mal y preocupada por mi subordinada la hicieron confiar. Ahora permanecemos en completo silencio, viéndonos a los ojos, pensando ¿de quién será la culpa si algo le pasa a Doherty?, y principalmente… ¿a quién le dará más remordimiento?, a mí no.

De pronto siento la necesidad de despegarme de su mirada, veo por el rabillo del ojo hacia la ventana que da hacia el jardín de enfrente, es como si alguna clase de magneto controlara mis ojos. Cuando me doy cuenta veo a un hombre alto y rubio caminando con paso decidido por el césped mientras otros dos lo siguen de cerca, cuidando sus espaldas.

—Burak…— pronuncio su nombre y deja un sabor amargo en mi boca. De inmediato corro hacia la entrada, con la doctora Fortín pisándome los talones mientras saco mí arma, dispuesta a llegar hasta las últimas consecuencias, ¿cuántas veces puedes estar tan cerca de acabar con algo de raíz, sin rodeos, sin obstáculos?

Atravieso las puertas del hospital, él está cerca de las puertas de la barda que dan hacia la calle, siento que se me va y no tendré una oportunidad como ésta en otro momento. Corro con pistola en mano.

—¡Teniente Ortega!—, grita la doctora detrás de mí, lo suficientemente fuerte para que Burak y sus hombres volteen y me vean; giran sobre sus talones y levantan los tres sus armas hacia mí mientras yo me derrapo por el piso, dándome cuenta que no tengo donde protegerme.

Sin dudarlo ni un segundo empiezan a disparar contra mí, giro sobre el piso hasta que logro levantarme, sin miedo a las balas levanto mi arma hacia ellos y jalo el gatillo. Las balas pasan rozándome, abren una pequeña herida en mi mejilla y otra en mi brazo izquierdo, pero ninguna me atraviesa ni me hace un daño de muerte. Los segundos pasan lentamente mientras yo insisto en acercarme y ellos en evadirme.

De pronto una mano me toma de la muñeca y me hace girar, es la doctora Fortín quien desesperada de verme arriesgando la vida me cubre con su cuerpo y me mete de regreso al hospital en contra de mi voluntad, por mucho esfuerzo que haga por liberarme de su abrazo, no puedo quitármela de encima. Nos escondemos detrás de las paredes mientras las balas terminan por romper las ventanas que aún quedaban intactas y de un momento a otro el silencio, ni siquiera se escucha el cantar de las aves y un rechinido de llantas a lo lejos me avisa que Burak y sus hombres se han ido, han escapado.

Me quedo sentada contra el piso, respirando agitadamente, me siento atolondrada, mis oídos zumban, a mi lado se encuentra la doctora Fortín, igual o peor de estresada que yo. La tomo por los hombros y veo su espalda, busco algún orificio de bala, sangre, algo que me diga que está herida, pero no es así, es como si ninguno de los hombres de Burak hubieran tenido la puntería necesaria, lo cual se me hace extraño, él no contrata a cualquier matón, solo a los mejores pues se trata de su seguridad.  

—¿Está bien?—, le pregunto a la doctora mientras me levanto y le ofrezco mi mano.

—Sí, pero no se puede decir lo mismo de usted— me señala la herida de mi mejilla, poso mis dedos sobre ella y después veo la sangre en las yemas.

—¿Qué hacía Burak aquí?—, frunzo el ceño, guardo el arma en mis pantalones y empiezo a juzgarla.

—¿Burak?—, me pregunta confundida, no sé si está fingiendo.

—¡Sí!, ¡Burak!, ¡el maldito hijo de puta que nos disparó!—, la tomo por los hombros y la sacudo —es un capo muy peligroso, traficante de armas y droga, proxeneta, sicario de sicarios… no me diga, doctora, que no lo conoce…

—Reconozco el nombre… pero nunca lo había visto físicamente… y claramente no se identificó con ese nombre— parece nerviosa, confundida, me desespera.

—¿A dónde fue?, ¿a quién visitó?, ¿qué hacía aquí?—, de pronto sus ojos se detienen en los míos y parece confundida.

—Visitó la celda del doctor Aiden Meyer…

Cuando responde el alma se me cae al piso, la libero y sin dejar mis cosas atrás me dirijo hacia el pabellón donde se encuentra Doherty. Los enfermeros de la puerta no me quieren dejar pasar ni siquiera mostrándoles mis credenciales, así que les enseño algo más contundente, el cañón de mi pistola. Es lo único que los convence.




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