Take Me: Tómame

Capítulo 27

Me imagino a Aiden cubierto en llamas y mi corazón se rompe, cruje con fuerza dentro de mi pecho, de nuevo cubro mi boca para callar un quejido de dolor, ahora entiendo porque Verdandi no me mostró nada y se lo agradezco, hubiera muerto de dolor al verlo de esa forma, miserable y suicida.

—Solo quédate aquí esta noche, no salgas… evitaré a toda costa que te lastimen… si has venido por información, pregúntame a mí, creo que he pasado suficiente tiempo encerrado con ellos para saber un poco de lo que ocurre…— camina hacia su escritorio y ve los papeles sobre él, alcanzo a ver sus dibujos y algunos escritos, levanta uno y alcanzo a verme a mí misma, dibujada con carbón y como siempre mis ojos son los que relumbran en un azul vibrante. —Cada día te dibujaba, recordándote, con un miedo garrafal a olvidarme de algún detalle de tu rostro, temía que un día despertara y no recordara como te veías al sonreír o cuando estabas pensativa… los días donde el dolor me consumía más profundo, te escribía cartas, te hablaba de lo que ocurría, de cuanto te extrañaba y cuando deseaba morir para estar a tu lado y si no te volvía a ver después de la muerte, por lo menos anhelaba la calma, dejar de existir tal vez sería la única forma de ser libre.

Con cada segundo que pasa lo veo más consumido, es como si ese dolor del que me habla volviera a aflorar, ¿acaso yo no sentí lo mismo?, ¿él fue el único que sufrió?, no… yo también sufrí, desde antes de morir ya era consumida por la misma tristeza. Tomo su rostro entre mis manos y me pierdo en sus ojos que parecen oscurecerse con el dolor, me pongo de puntitas para poder alcanzar sus labios con los míos.

 

Aiden Meyer

De pronto me encuentro saboreando una vez más el sabor de sus labios. Me quedo paralizado, sintiendo esa suave presión que me invita a comenzar un juego entre nuestras bocas. Un calor comienza a crecer dentro de mi pecho y controlo lo más que puedo la necesidad que tengo por estrecharla contra mi cuerpo, temo que una acción brusca la ahuyente, como si se tratara de un delicado ciervo acercándose a un espejo de agua, no quiero hacer nada que la haga alejarse de mí, no ahora que la necesito más que nunca.

Sus manos se apoyan sobre mi pecho, recorre cada cicatriz causada por el fuego, las yemas de sus dedos recorren cada tortuoso camino hasta que sus brazos se enrollan alrededor de mi cuello, sintiendo el calor de su cuerpo contra el mío. El instinto me traiciona, mis manos queman por volver a tocarla, me siento eufórico, me muero de ansias por recorrer de nuevo su piel.

Con algo de temor levanto mis manos hacia ella y justo cuando estoy a punto de posarlas sobre su cintura, sus labios se despegan de los míos y sus manos abandonan mi cuello, sin quitarme la visa de encima pone sus manos sobre las mías, las pone sobre sus mejillas y cierra los ojos, concentrada en mi tacto, disfrutándolo tanto como yo. Lentamente bajo mis manos hacia su cuello, delgado y frágil, con ambas manos lo cubro de sobra; sigo bajando por sus hombros hasta sus brazos, deslizando los tirantes de su brasier suavemente; deslizo las palmas de mis manos hacia sus costillas y desciendo por su abdomen, bajando lentamente hasta su cintura, de nuevo me siento maldito, roto, no soy merecedor de su presencia y mucho menos de su perdón, ella tiene toda la razón al querer odiarme.

Nota que me detuve, que mi devoción se ha vuelto dolor, retrocedo un par de pasos y alejo mis manos de su piel, de nuevo el frío amenaza con arrebatarme el calor que he podido capturar de su cuerpo. Bajo la mirada, no quiero ver sus ojos y seguirme torturando con ese cielo que dejé ir y se volvió infierno por mi culpa. De pronto me veo apoyado contra el escritorio, tratando de mantenerme de pie, valiente monstruo inmortal que ha sembrado el terror a su paso, temeroso del rechazo de la mujer a la que idolatra.

—Aiden…— pronuncia mi nombre y solo así logra que de nuevo ponga mi atención en ella.

—No niego estar destrozado, no niego haber sufrido tu perdida, tampoco niego que tus palabras me han arrebatado toda paz, has regresado a mí como un fantasma que carga todos mis arrepentimientos y la culpabilidad de un bebé perdido, no… un bebé no, mi hijo… el producto del amor más puro y sincero que he sentido por una mujer… mujer a la que le destrocé la vida y posiblemente fui el culpable de su muerte.

—No eres culpable de mi muerte, tú no me mataste…

—Pero te dejé sola… te abandoné escudándome en que era lo mejor para ti, pero… tal vez simplemente tenía miedo…

—¿Miedo?

—De tenerte y después perderte… eso era lo que más me aterraba, porque aunque me mantuviera fiel a tu lado hasta que tu piel se marchitara y tu cuerpo envejeciera, eso no iba a evitar que un día desaparecieras, que murieras y me abandonaras…

—¿Por eso me abandonaste primero?

—No sabía bien porque lo hacía, los argumentos de Opal parecían sólidos, sería lo más lógico que si te amaba te dejara libre para que vivieras una vida normal y feliz, consiguieras a un hombre que te acompañaría, tendrían hijos, envejecerían juntos y terminarían enterrados uno al lado del otro, pero supongo que… mezclado con eso, tenía miedo de pensar que cada día te amaría más, cada día te necesitaría más y de pronto, dejarías de existir mientras yo seguiría viviendo, consumiéndome en dolor… y mírame, aquí estoy… haciendo justo lo que tanto temía.

—Pero aun así regresaste…— la veo retroceder y abrazarse a sí misma —…antes de que… me fuera, antes de que ese túnel se terminara de cerrar te vi corriendo hacia mí… la última imagen antes de morir fuiste tú…— pone una mano en su cuello, queriendo evitar que ese nudo en la garganta la ahorque más —…me habías enviado una carta y una botella… la carta la quemé, la botella la rompí… pensaba mudarme… esconderme de nuevo, porque me dolía, no quería seguir jugando con esto, quería pensar que yo sería más fuerte que tú, que en verdad me mantendría al pie del cañón, no quería ser lastimada de nuevo… y aun así… sentía la necesidad de verte y por lo menos, antes de morir, así fue… si jamás hubiera regresado como una inmortal, me hubiera ido feliz porque por lo menos te vi una última vez— extiende su mano hacia mí y acaricia mi mejilla con ternura.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.