Irene
Me doy vuelta en medio de las sábanas y siento como la luz que se escabulle por los orificios de las persianas, me provocan gran molestia. Me estiro un poco previo a abandonar la cama, llevar mis pies a mis pantuflas y acercar mi mano hasta la cómoda y tomar mi bata para poder ocultar mi desnudez.
Limpio mis dientes y aplico un poco de agua sobre mi rostro con el único objetivo de alejar el sueño, pero es inútil, dado que este no se atreve a liberar mi cuerpo. Bajo a la cocina, dejándome guiar por el sonido de los sartenes y cucharones agitándose que proviene de la misma. Froto mis ojos con mis puños en un vago intento de alejar el cansancio de estos, mientras como toda buena sonámbula y madre entrenada a las malas a no destruir los juguetes de Junior cada mañana, me acerco con ojos apagados por la espalda de aquel hombre enfrente de la estufa que siempre me alegra con sus desayunos.
—¿Por qué no me despertaste? —reclamo, por el hecho de que a menudo lo hace, pero no obtengo respuesta.
Comienza a reír, pero el sonido que emana de su boca es diferente, al igual, que la sensación que causa en mi cuerpo. Se gira, sujeta mis manos para que no pueda escapar de él, menos golpearlo por abusivo.
—¿Qué ha...? —Sus manos guían mi rostro hasta el suyo, impidiendo que pueda reclamarle por su atrevimiento, dado que se da a la tarea de unir en una nueva oportunidad nuestros labios.
Mis ojos se abren en grande, intento golpearlo, pero vuelve a frustrar mis ataques; sin embargo, no me doy por vencida, piso su pierna, más sus risas se desatan.
—¡Jah! Es la prótesis —Se burla el idiota y cuando deseo hacerlo con la real, se separa, emprende la huida.
—¡Ven aquí, Jeremiah! —elevo mi voz, voy detrás de él.
Lo sujeto de la camisa, más no se digna a detenerse, continúa avanzando y arrastrándome a su paso, eso hasta que siento mi espalda chocar con la puerta del refrigerador y su rostro a milímetros del mío. La sonrisa que enseña, es maldad pura, es aquella tentación de la que un día disfruté y ahora solo representa lo prohibido, por lo que cuando trata de besarme, giro mi rostro, no permito que lo haga.
—¿Qué haces aquí? ¿Cómo ingresaste, Jeremiah? —averiguo escapando de sus manos, mismas que desean acariciar mi rostro y así devolver la debilidad al resto de mi sistema.
—Hoy debo recoger a Junior en la escuela, ¿lo recuerdas? —Me doy cuenta de que olvidé parte de lo pactado hace un par de días por los abogados.
Mientras se resuelve los períodos de tiempo que pasarán juntos, pidió recogerlo los fines de semana y acepté de inmediato, ya que en la universidad se viene la semana de exámenes y debo prepararlos y al igual que durante gran parte de la noche, calificarlos. Cuando supe que daría clases, me puse feliz, en el instante en que firmé mis primeros contratos, no cabía de la dicha, pero ahora, cuando por fin las pruebas de mis prótesis iniciarán, mi tiempo es demasiado escaso y me hace pensar que fue un error aceptar, más por el hecho de que mi tiempo con Junior disminuye y de verdad odio eso.
—Lo lamento, pero eso no justifica el que te encuentres aquí, apropiándote de mi casa —Me disculpo, ya que lo había olvidado; no obstante, demuestro el malestar que me genera su atrevimiento.
—Vine temprano, ya que prometí llevarlo a la escuela y toqué la puerta, Junior abrió con un tazón de cereal en sus manos y dije que le prepararía un desayuno de verdad —sonríe, lo hace en grande y mi reacción es aferrarme aún más a mi bata, hecho que le hace carcajear.
Con su descaro, las imágenes y las sensaciones que vinieron luego de la primera vez que estuvimos juntos, regresan: el dolor y la debilidad que me provocó, no se quedan atrás, puesto que aun con la incomodidad que su agresividad provocó, opté por volverme un ser masoquista y regresé. Esa decisión dio cabida a un juego que involucró más que deseo, por el hecho de que los sentimientos que pretendía detener, se hicieron mucho más fuertes, se tornaron intensos e incontrolables.
Pensándolo bien, debí haber huido cuando en aquella ocasión en la cocina se me insinuó luego de que por primera vez probé algo preparado por él. Sin embargo, me quedé, me serví como entrada, plato fuerte y postre a Jeremiah, recibí todo lo que me ofreció, sin prever que como resultado de nuestra desenfrenada pasión, me rompería el corazón, más no me arrepiento, no en su totalidad, dado que sin importar el dolor y el desespero que atravesé luego de su traición, tengo a Junior quien es mi mayor bendición y el mejor obsequio que pudo darme.
—Estoy agotada, mi cabeza está en otro planeta y lo olvidé, en cuanto a los desayunos de Junior, cada mañana come bien —Me defiendo—. Tiene frutas y yogur en la nevera, pan tostado y tajado en la alacena, mermeladas para humedecerlos, también galletas y alimentos saludables. Por otro lado, la universidad cuenta con un programa que fomenta el desarrollo y la autonomía de los menores, allí le enseñan a preparar sus propios alimentos y lo que debe o no comer —Su comentario me causa molestia y no dudo en demostrársela.
—Eso lo sé, solo quería molestarte —confiesa y si no me mató hace años en su cama, me darán un par de infartos por su culpa.
—No cambias, sigues siendo el mismo idiota de hace siete años —musito perdiéndome en aquella sonrisa y mirada que me idiotizaron el día en que nuestras personalidades hicieron corto circuito, cuando nos conocimos.
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Editado: 01.04.2024