Jeremiah
—¿Listo? Junior, eres niño grande, tú puedes, tendrás los flotadores, así no te hundirás —Le recuerdo, pero aun así se niega.
—Mami siempre me sujeta porque ella me ama mucho y no quiere que me vaya con los fantasmas —repite una vez más.
—Lánzate, estaré aquí para atraparte —animo en una nueva ocasión, y aun así, con el terror gobernando su carita, confía en mí y salta.
El agua me salpica, me es inevitable cerrar los ojos y cuando consigo abrirlos, encuentro los flotadores yendo en direcciones opuestas y al pequeño, llegando al fondo de la piscina con sus ojitos cerrados y sus manos cubriendo nariz y boca. Voy en su búsqueda.
—He sido niño bueno y tú no me quieres, me ibas a enviar con los fantasmas —acusa liberando su llanto en el momento en que lo llevo a la orilla—. Mi mami si me ama, tú no —Lo abrazo de inmediato, dejando que una sensación demasiado amarga se apodere de mi pecho.
—Te amo, campeón, te amo más que a nada en esta vida, así que nunca vuelvas a repetirlo —expreso en mi intento por tranquilizarlo. Si entendiera que prácticamente lo abandoné, no me lo perdonaría.
Retiro la humedad de su rostro y acaricio su espalda.
—Todo está bien —afirmo—, ahora, estoy seguro de que eres capaz y vas a divertirte, por lo que te pondré en chaleco, ¿sí? —propongo y su rostro de cachorrito me obliga a creer que ayudarle a estar solo en una piscina, es un maldito pecado, una tortura.
—No, no me quiero ir con los fantasmas, extrañaría a mi mami —dice y no sé si soy demasiado cruel, pero debo ocultar mi diversión.
—Junior —Se cruza de brazos—, está bien, pero como yo si deseo nadar, te quedarás aquí afuera y solo me observarás —desisto.
—Eres un adulto malo —discute al instante—, lo haré, pero si le dices a mami que tú me llevas todos los días a la escuela —saca sus dotes de negociante, aquellos que en definitiva heredó de mí.
—De acuerdo y soy un adulto bueno —replico ante su acusación.
Le asisto con el chaleco y en medio de sus ruegos y muchas más acusaciones, además de pequeños y dulces reniegos, logro meterlo al agua.
—¡No me sueltes! —Se aferra a mi cuerpo— ¡Me arrepiento, no soy un niño grande! ¡No quiero ir a conocer a los fantasmas! —En esta ocasión no me contengo y estallo en fuertes carcajadas que me dan como recompensa, varios pellizcos.
—¡Junior! —Me quejo, mientras me divierto.
—No te burles, mami, dice que es malo —comenta, e intento permanecer serio.
—Entonces inténtalo y deja de hacerme reír —propongo, pero vuelvo a quejarme por culpa de sus garritas.
—Si te burlas, te pellizco —amenaza aquella criatura malévola idéntica a su madre.
—De acuerdo —acepto sus términos, mientras me alejo lentamente del perímetro.
—Quédate cerquita, ¿si? —cambia de criatura malévola y rabiosa a un dulce angelito, aunque aleguen que somos idénticos, es aún más parecido a Irene, no hay mucho que discutir acerca de este asunto.
—Mueves los brazos y los pies —indico, apartándome de él.
—¡Mami, protégeme de los fantasmas! —ruega uniendo sus manitos y elevando su rostro al cielo.
Me giro, me atraganto con la risa antes de regresar a él y mantener mi rostro inmutable y observarlo chapotear, sintiéndome orgulloso de verlo, superar su pequeño miedo. ¡malditos fantasmas!
—Soy un súper nada-nadarista —termina modificando aquella palabra, más no lo corrijo, solo disfruto el verlo enfrente de mí, divirtiéndose con el agua.
—Dame esos cinco —extiendo mi mano en el instante en que, con mucho esfuerzo, logra aproximarse.
—Cuando sea grande, seré un nadarista —pronóstica y no me importa a que se dedique, estaré satisfecho si me encuentro a su lado, mejor aun, si estamos los tres, juntos.
—El mejor nadarista del mundo —Lo secundo—, pero, antes de serlo, debemos abandonar el agua y hacer tus tareas antes de llevarte a casa. Así que quince minutos más y nos marchamos —aviso.
—Ahora que quiero ser una nadarista, ¿quieres que nos vayamos? —Se cruza de brazos— Eres malo, muy malo —suelta con voz tenebrosa y no puedo hacer más que disfrutar nuestro tiempo juntos.
—¿A que no me atrapas? —Le reto yendo lejos, viéndolo esforzarse por alcanzarme.
Irene
—¿Cómo está el nene de mami? —averiguo.
Julian se encuentra rendido, parece muerto, debido a que se fue a una conferencia y llegó en la madrugada, así que todo el fin de semana, estuve sola, y como mi única compañía es ese pequeño que, claramente, luego de tenerlo casi diez meses en mi vientre, hacerme padecer un dolor del demonio solo para traerlo a este mundo, prefiere al condenado que no se interesó por él durante sus cortos seis años de vida; pero no me sorprende, por el hecho de que fui advertida, de igual forma, duele que prefiera estar con el donador de esperma que con su mami.
—Ya soy un niño grande, no soy un nene porque soy un nadarista —percibo en él la intención de pasar por mi lado, sin tan siquiera saludarme como se debe.
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Editado: 01.04.2024