—¡Es una locura, Christine —coincidí yo también. Estaba de acuerdo con Paul, no podía escaparse de casa, las consecuencias podían ser muy malas.
Ella me miró como si la hubiera traicionado, pero yo solo pensaba en su bienestar.
—Si tu padre es tal y como me habéis contado, no sé lo que te hará cuando te encuentre y te encontraran, siempre lo hacen.
—Podríamos escondernos en el búnker, allí estaríamos a salvo.
Puse mi mano en su hombro y le hablé muy despacio, sabía que haciéndolo así, ella me escucharía.
—Christine, sabes que es imposible, nunca funcionaría, nos meteríamos en un lío muy gordo y bastante tenemos ya ¿no crees?
—Tiene razón, hermanita —me apoyó, Paul.
—Yo sólo quiero estar contigo, Pedro. No tienen derecho a prohibírmelo.
—No, no lo tienen y estaremos juntos, no te preocupes —dije yo tratando de tranquilizarla.
—¿Cómo? ¡No me dejarán verte! ¡Ni siquiera me dejan hablar contigo!
—Lo haremos a escondidas, ellos nunca se enteraran. Cuando estemos en público tendréis que hacer lo que vuestros padres os han dicho para no levantar sospechas.
—No sé si podré —dijo la chica.
—Sé que podrás —le confíe yo, sonriéndola —y además lo harás muy bien.
—Seguro —asintió, Paul.
Ella sonrió a su vez pero fue una sonrisa triste.
—De acuerdo —accedió.
—Ahora —les expliqué —, tenéis que llevarme a la enfermería, tal y como le dijimos al profesor y vosotros volveréis a clase. Cuando yo vuelva, no quiero que me miréis ni que habléis conmigo. Cuando salgamos de clase tomaremos caminos distintos y luego nos encontramos en el búnker, ¿me habéis entendido?
Ambos hermanos dijeron que sí. Aunque me di cuenta de que a los dos no les gustaba nada de nada mi idea.
—Con el tiempo puede que vuestros padres cambien de opinión y nos vuelvan a dejar estar juntos.
—Mi madre nunca me dejará —Negó Christine —Me dijo que era muy joven para salir con chicos y que tú eras igual que todos, que sólo buscabas una cosa y que cuando la hubieras obtenido me dejarías tirada.
—¿A qué se refería? —Dije yo en la inopia. Nunca nadie me había explicado nada sobre las relaciones entre personas de distinto sexo. O sea, que era un pardillo de mil pares de narices.
—¡Se refiere al sexo, hombre! —Me lo aclaró, Paul —¿No me digas que no sabes nada de eso?
—¡Claro que lo sé! — Protesté yo, poniéndome colorado. No tenía ni idea, pero no iba a dejar que él lo supiera.
—¡Pues eso, hombre! ¿Si la dejas preñada a ver qué hace luego ella?
—¿Preñada? —Había escuchado esa palabra alguna que otra vez, pero siempre referente a los animales.
—¡Este tío no tiene ni idea de lo que le estoy hablando! ¿Te suena la palabra follar?
—¡No seas bestia, Paul y déjale en paz! —Dijo Christine, dándole un empujón.
Paul se acercó a mí y me susurró algo en el oído. Me contó todo lo qué se suponía que yo ya debería saber. Debí de cambiar de expresión tan radicalmente que Christine me miró asombrada.
—¡Vaya! —Dije, no acertaba a decir otra palabra.
—Sí, así es...y así es como se hace. No tenías ni idea, ¿verdad?
Negué con la cabeza. Paul acababa de desvelarme un universo desconocido para mí y en ese momento supe que me iba a gustar mucho, experimentarlo.
—Pero, yo nunca me atrevería a hac...hacerlo contigo, Christine.
—¡No! ¿Y por qué no?
—No lo sé...¿Vosotros ya lo habéis hecho?
—¡Claro, hombre! Muchas veces —alardeó, Paul — Y Christine muchas más que yo.
Su hermana volvió a darle otro empujón, este mucho más fuerte.
—¡Deja de decir mentiras, imbécil!
—¡Mentiras! En quinto curso tuviste un novio ¿no? ¿Cómo se llamaba...? ¡Ah, sí! Nathan.
—¡Nunca hicimos nada! Él fue diciendo un montón de cosas, pero ninguna era cierta... —se defendió ella.
Yo no sabía si quería seguir oyendo esa conversación. Por una parte me intrigaba, pero por otra me dolía. Y lo peor de todo era que no sabía por qué.
—¿Ninguna...ninguna? —Insistió su hermano.
—¡Ninguna!...Además, eso a ti no te importa y tampoco vayas presumiendo por ahí, porque yo sé que tú tampoco lo has hecho, Jean Paul.
Christine me miró azorada, tenía las mejillas sonrosadas y la respiración agitada.
—No creerás nada de lo que este idiota ha dicho, ¿verdad?
Yo negué con la cabeza. Al mirar a Christine, después de lo que Paul me había contado, me di cuenta de que la veía de una forma distinta. Su imagen había cambiado en mi mente. Me vi observándola de una forma que momentos antes no habría hecho. Admirando su cuerpo y su sedoso cabello, sus piernas y su fascinante mirada.
Christine se dio cuenta de mi mirada y carraspeó molesta.
—¡Venga! Te acompañaremos a la enfermería.
Me dejaron allí y regresaron los dos a clase.
En la enfermería tuve que fingir que el brazo me dolía más de lo que me dolía en realidad. La enfermera del colegio me dio un calmante y me dijo que me sentara un rato hasta que hiciera efecto.
Cuando creí que había pasado el tiempo necesario para que creyera mi actuación, me despedí de ella y regresé a mi clase.
Al entrar los demás alumnos me miraron con curiosidad, todos menos mis dos amigos que inmediatamente agacharon sus cabezas mirando con verdadera atención los libros que tenían en la mesa.
—¿Te encuentras mejor, Pedro? —Me preguntó el profesor.
Le dije que sí, que estaba un poco mejor.
—Sí quieres puedes marcharte a casa, estás un poco pálido o puedes quedarte aquí, como quieras.
Decidí quedarme en clase. Sí, ya lo sé. Cualquiera en mis circunstancias hubiera salido corriendo de allí, gritando de alegría, pero yo tenía que demostrar algo a los demás.
—Profesor —le dije —, me gustaría que me cambiase de pupitre. No quiero seguir al lado de cierta clase de personas.
Christine dio un respingo al oírme. Por un momento llegué a creer que se había ofendido de verdad.
Paul me miró sorprendido.
—¿Creía que eran tus amigos? —Preguntó el profesor confundido.
—Ya no lo son. Es más, les odio a los dos.
Christine permanecía con la mirada baja, cuando levantó la vista y me miró, vi que estaba llorando y no fingía, eran lágrimas de verdad.