Me marché al colegio, pero no pude despedirme de Christine porque ella aún seguía durmiendo. Era comprensible. Yo tampoco tendría ganas de nada, más que de dormir, si algo le hubiese ocurrido a un miembro de mi familia.
Paul era mi amigo y aunque no llegué a conocerle lo suficiente, supe que era un buen chico y lamentaba su perdida. Sentía como un vacío en mi pecho, una sensación horrible que me impedía respirar con naturalidad. Solo de imaginar que pudiera pasarle algo a Christine, hacía que mis ojos se humedeciesen y me embargara una tristeza infinita.
¡No! A ella no iba a sucederle nada malo, yo no dejaría que eso pasase.
Llegué al colegio y espié entre las personas allí reunidas por si veía aparecer a Antoine o a sus secuaces. No deseaba para nada en el mundo volver a encontrarme con ellos. Había llegado a imaginar que habían sido ellos los asesinos de Paul. Pero pensándolo detenidamente llegué a la conclusión de que ellos no pudieron ser. El asesino de mi amigo había sido alguien muchísimo más peligroso. Alguien que conocía su secreto.
Entré en clase normalmente. Nadie se había acercado a mí para preguntarme, aunque sospechaba que la noticia de la muerte de Paul ya debería de saberla toda la ciudad. En un lugar tan pequeño, ese tipo de noticias volaban. Todo el colegio sabía que Paul y yo eramos amigos, o por lo menos lo habíamos sido hasta el día anterior, cuando en medio de la clase le pedí al maestro que me cambiase de pupitre.
Cuando llegó el profesor, me miró con curiosidad, algo extrañado de verme allí.
—Chicos y chicas —dijo —, como ya todos sabréis, ha ocurrido una terrible desgracia. Uno de vuestros compañeros falleció ayer por la tarde en circunstancias muy misteriosas. Las autoridades nos ha avisado de que no debe cundir el pánico. Según nos dijeron, fue un lamentable accidente y ya están ocupándose de su resolución. La dirección del colegio ha decidido suspender las clases durante tres días. Siento mucho no habéroslo podido comunicar antes, pero ha sido una decisión tomada en el último momento. Por lo tanto, me gustaría que recojáis todos en silencio y volváis a vuestras casas.
Recogí mis libros y ya iba a levantarme para salir cuando el profesor se acercó hasta mí.
—Pedro, me gustaría hablar un momento contigo. ¿Puedes quedarte un instante?
Asentí. No sabía de qué quería hablar conmigo. En realidad yo sabía tanto como el resto.
—Pedro —me dijo cuando nos quedamos solos —. Sé que Paul y tú erais buenos amigos. Me alegré mucho cuando les vi hablarte, porque ellos nunca se habían relacionado con nadie...
—Paul ya no era amigo mío —le interrumpí continuando con la farsa que había ideado el día anterior. En esos momentos era mucho mejor hacer ver que no tenía ningún tipo de relación con los dos hermanos. Sobre todo sabiendo que un asesino estaba tras su pista.
—No sé lo que sucedió entre vosotros, pero...
—Profesor, Paul no murió debido a un accidente —le expliqué —. Fue asesinado.
—¿Asesinado? La policía no nos dijo nada parecido —el hombre estaba asombrado.
—Fueron mis padres los que encontraron su cadáver...
—¿Y Christine? ¿Sabes tú algo sobre ella?
—No, profesor...No se nada. Ahora tengo que irme, aún no me encuentro bien y he de volver a casa.
Salí de allí. No entendía bien el por qué de la curiosidad de mi profesor, pero a mis ojos, todo el mundo era sospechoso, cualquiera podía ser un delator de judíos.
Cuando ya estaba en la calle, me detuve un momento. Mi madre me había advertido que no debería ir a casa de Christine, ni ver a sus padres, pero yo pensaba que les debía una explicación. Si les decía que Christine estaba a salvo en nuestra casa, quizás me mirarían con otros ojos.
Me encaminé hacia la casa de mis amigos y pronto llegué junto a su vivienda.
Había muchísima gente concentrada allí. Algo debía de haber sucedido.
La policía impedía el paso a los curiosos allí congregados.
Escuché las conversaciones de la gente por si me enteraba de lo que estaba sucediendo. Lo que oí me dejó helado.
Según lo que pude entender, la policía había encontrado dos cadáveres en el piso de mis amigos. Presuntamente se trataba de los padres de Christine. Alguien había entrado por la noche acabando con sus vidas. Escuché la palabra disparos y también otra que me sobrecogió de terror:
Judíos.
Según la gente, tanto el padre, como la madre y sus dos hijos, eran judíos que se hacían pasar por una familia católica.
Todo el mundo pensaba que el presunto asesino había descubierto su secreto, tomándose la justicia por su mano. Yo sabía que había algo más en aquel asunto.
Christine estaba en peligro. Bajo ningún motivo deberían encontrarla.
Eché a correr en dirección a mi casa, sin mirar para atrás.