—Ahora deberías enseñarme a comportarme como un chico —dijo Chris con una ligera sonrisa —. Eso creo que debes saberlo muy bien.
—Ser un chico es bastante fácil —le dije —, lo difícil sería si yo tuviera que transformarme en chica. Para ser un chico, solo hace falta una cosa y es algo de lo que careces por completo.
Ella me miró con curiosidad y bastante sorprendida.
Cuando me di cuenta de lo que había dicho y sobre todo, lo que ella había pensado, traté de rectificar.
—¡No! ¡No me refería a eso! —Dije, poniéndome colorado como un tomate.
Chris se rió.
—Quería decir que los chicos no somos tan...¿dulces?...Tendrás que ir sucia sin importarte, soltar tacos, escupir...
—Parece divertido.
—Lo es. En realidad si que lo es. Revolcarse por el barro es muy divertido, tirarte al suelo para jugar a las canicas o trepar a los arboles sin importarte si te haces un agujero en los pantalones, es maravillosamente divertido. Pelearte con otros chicos, jugar a la pelota, no pisar el barreño más que una vez al mes... Yo eso no lo hago, pero hay chicos que sí que lo hacen... En definitiva, ser un chico es divertidísimo.
Ella me miraba embobada. No sabía si por la cantidad de estupideces que estaba diciendo o porque de verdad pensaba en todo lo que le estaba contando.
—Levanta —Le dije —, voy a darte tu primera lección practica.
Como no tenía canicas a mano, ni tampoco me apetecía ponerme a escupir, decidí hacer lo que mejor hacíamos los chicos. Pelearnos.
Me acerqué a ella y sin pensármelo le puse la zancadilla. Cayó al polvoriento suelo como un fardo. Cuando trató de levantarse, la volví a empujar y rodó de nuevo por el suelo. Me estaba divirtiendo bastante, ¿no era acaso un chico peleándome con otro chico?
Ella me lanzó una mirada asesina. Sacó sus uñas a relucir, unas uñas que ya no tenía, porque mi madre se las había cortado al ras.
La tercera vez que besó el suelo, vi como los ojos se le llenaban de lágrimas.
—Eso es algo que está totalmente prohibido —le dije —los chicos jamás lloran.
Ella resopló enfurecida, tragándose sus lágrimas.
Cuando me acerqué para volverla a derribar, ella se revolvió y lanzó un golpe bajo.
Al principio no noté nada, pero después los ojos se me llenaron de lágrimas y caí al suelo revolcándome mientras me agarraba esa parte dolorida de mi anatomía.
—Los chicos jamás lloran, Pedro —me dijo vengativa.
Yo seguía gimiendo, el dolor era insoportable.
Noté que Christine se acercaba hasta mí, bastante preocupada.
—Lo siento, Pedro. No pensé que te iba a doler tanto.
Me estaba bien empleado, me había pasado de listo y había acabado pagándolo.
Al cabo de un rato, muy largo la verdad, pude volver a incorporarme.
—Acabas de descubrir el punto débil de los chicos, un punto débil que tú jamás tendrás —le dije, tratando de sonreír.
—Lo que ya sabía era que los chicos sois muy brutos, Paul siemp...
Se quedó callada al recordar a su hermano.
Me apresuré a abrazarla y volví a sentir aquella extraña sensación que siempre notaba cuando la abrazaba, como un hormigueo en mi estómago y ese olor tan característico de ella. Olor a vainilla, dulce y salado a la vez y que conseguía trastornarme.
—¿Estás bien? —Le pregunté.
—No, Pedro, no estoy bien y no sé si alguna vez lo estaré.
Esta vez las lagrimas fueron incontenibles, pero yo no dije nada.
La besé, había deseado hacerlo durante toda la mañana y a pesar de su nueva apariencia, me gustó tanto como siempre.
—Quizás sea el último beso que pueda darte —le dije —, antes de que te transformes verdaderamente en un chico.
Me miró y entre los sollozos, sonrió.
—¿No te atreverás?
—No, no lo haré.
○○○
Mi padre llegó bastante tarde. A pesar de no haber clases, tuvo que estar reunido todo el día. El colegio trataba de dar una imagen de normalidad, pero ya había llegado a oídos de todos el asesinato de tres miembros de la misma familia y la histeria había cundido.
Cuando mi padre se fijó en Christine, no supo que decir. Miró a mi madre reclamando una explicación y ella sonrió.
—Creo que has pasado la prueba, jovencita —dijo ella, entonces la cara de sorpresa que puso mi padre nos hizo reír a todos.
—¡No la había reconocido! —Exclamó él —. Por un momento había pensado que se trataba de algún compañero de clase de Pedro.
—Se quedará con nosotros hasta que pase el peligro —dije yo.
—¡Claro que sí, Pedro! —Contestó mi padre —. No te preocupes, Christine es ahora un miembro más de nuestra familia.
—Ahora me llamo, André —dijo la chica.
—Pues encantado de conocerte, Andre —Mi padre le tendió la mano y cuando ella iba a estrechársela, él la atrajo hacía si y la abrazó —. No dejaremos que te pase nada, André, puedes contar con nosotros. Además sé de alguien que cuidara de ti como si de verdad fueses su verdadero hermano.
—Hermanos no —protesté yo —, sólo primos.
Había escuchado por ahí que los primos podían casarse.
Mis padres sonrieron al captar el comentario.