Tal vez el último verano.

2

Christine, bastante asustada, se acercó a los dos policías.
—Hola, chaval. No tienes porque tener miedo. Solo vamos a hacerte unas sencillas preguntas, ¿vale?
Christine asintió.
—Tu nombre es André Desbois, tienes once años...
—Casi doce —le interrumpió mi amiga poniendo la voz de chico que le había enseñado.
—Sí, casi doce, ya eres todo un hombrecito. Bien, vives en Aix en Provence, con tus padres y tu hermanita, ¿es correcto?
—Sí.
—¿Habías venido alguna vez a esta ciudad con anterioridad, André?
—Estuve aquí hace mucho tiempo. Era muy pequeño —contestó Chris con asombrosa desenvoltura. Mi madre le había instruido bastante bien sobre mi primo.
—¿Podrías decirnos el nombre de tus padres?
—Mi padre se llama Claude y mi madre Isabelle —lo dijo sin titubear.
—¡Muy bien! ¿A qué ha sido fácil?
—Sí.
—Pues ya hemos terminado, puedes irte.
Desde mi rincón oculto, pude ver como los policías estudiaban a Christine con detenimiento. Yo la había enseñado como debía andar, con esa desgana con que solemos ir por ahí los chicos, las manos en los bolsillos de los pantalones y un cierto aire de chulería al caminar.
Lo hizo a la perfección.
—Muchas gracias, señora. No tenemos más preguntas que hacerles —dijo el policía —. Les estoy muy agradecido por su atención.
—De nada —les contestó mi madre —¿Saben dónde puede encontrarse esa niña? ¡Es increíble que haya desaparecido sin dejar rastro! ¡Pobrecita!
—No, señora, aún no lo hemos averiguado. Buenas tardes.
Los policías se marcharon y todos a la vez dimos un sonoro suspiro.
Salí de mi escondrijo y abracé a Chris con todas mis fuerzas.
—¡Has estado genial! —Le dije —. Ahora estarás a salvo, no sospecharán de ti.
—Siempre y cuando los dos vayáis por ahí con cuidado —nos advirtió mi madre —. Sé que estáis deseando salir, pero tenía mis dudas.
—Lo he hecho bien, ¿verdad?
—¡Ha sido increíble! ¡Hasta yo me lo he creído! —Grité.
—Lo has hecho muy bien. André —reconoció mi madre, pero al llamarla por su supuesto nombre nos avisaba de que siempre debíamos estar alerta.
Más tarde, cuando Chris y yo nos quedamos solos, le pregunté por su tío Jerome y le conté lo que la policía me había dicho de él.
—¡Eso es imposible! —Exclamó ella —¡Mi tío murió!
—El policía me dijo que ellos creían que podía estar vivo y ser el causante de las...las muertes de tu hermano y de tus padres. Ellos casi estaban convencidos de ello. Por lo menos eso me pareció.
—¡Sí mi tío estuviera vivo, él no sería su asesino!
—Eso es lo que ellos pensaban, yo no...
—¡Están equivocados! — Gritó, llorando.
Christine subió corriendo a su cuarto y cerró la puerta de golpe.
No supe que hacer. Sabía que cuando Chris se enfadaba, era mejor dejarla sola durante un tiempo, así que opte por salir al patio e intentar terminar de arreglar la bicicleta.
Más o menos media hora después, Chris salió de la vivienda y se acercó hasta donde yo estaba, sentado en el suelo y rodeado de piezas y herramientas.
—Lo siento, Pedro. No quise ponerme así contigo, tú no tienes culpa de nada...
—Le querías mucho, ¿verdad?
—Muchísimo. De pequeña siempre decía que cuando fuera mayor me casaría con él. Estaba obsesionada con mi tío. Era muy simpático, apuesto, elegante; siempre con su americana y su corbata y ese sombrero de fieltro que yo le quitaba y me lo ponía a la menor ocasión. Le quería, tanto que cuando mis padres me dijeron que había muerto, yo enfermé...
—Lo siento mucho, Chris...
—Si fuera verdad que está vivo...yo...
—¿Te irías con él?
Ella no contestó durante un largo minuto.
—No lo sé, Pedro. No sé lo que haría...
En aquel momento sentí un fuerte dolor en el corazón. Veía la sombra de un rival; uno que a pesar de estar muerto, podía arrebatarme lo que más quería en el mundo.
—Pero yo sé que está muerto... —dijo, con los ojos llenos de lágrimas y mirando el balanceo de los gráciles girasoles mecidos por la fresca brisa del atardecer —Me gustaría dar un paseo, ¿me acompañas?
Me levanté en el acto, sacudiendo mis pantalones del polvo acumulado.
Ella me cogió de la mano en un acto reflejo, pero luego me soltó. Teníamos que pensar que era un chico, estaba su vida en juego y también las nuestras.
Fuimos juntos hasta la laguna de Olivier. Un extenso lago que bañaba la ciudad de Istres.
El sol del ocaso se reflejaba en las quietas aguas de la laguna, bordeada de cañaverales y otros tipos de plantas que no reconocí.
—Te he dicho que no sabría lo que hacer, en caso de que mi tío estuviese vivo...pero no es verdad. Si que lo sé...
Me preparé para lo peor.
—Mi tío era alguien muy especial para mí —continuó, Chris —. Sentía adoración por él...pero a ti te quiero. No podría vivir sin ti, Pedro.
Suspiré de alegría.
En aquel momento me hubiera gustado abrazarla y besarla, pero eso no era posible.
—Entonces, ¿te quedarás conmigo?
Se lo pregunté y vi como movía afirmativamente la cabeza.
—Nunca te dejaré...¡Te echo una carrera! ¡Tonto el último!




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