Nora
–Selena, ¿te vas a levantar o no? –la miro desde el cuarto de baño mientras termino de peinarme–. Es imposible que tengas resaca.
–Lo que tengo es sueño –se queja y la veo taparse la cara con la almohada cuando salgo del baño–. ¿Cómo puedes madrugar tanto después de haber salido anoche? Te envidio muchísimo.
–No he madrugado, son más de las 11.
–Pues yo necesito un par de horas más de sueño –bosteza y se incorpora un poco, mirándome con cara de sueño–. Pero seré una buena amiga y te acompañaré. Eso sí, antes quiero desayunar. Dime que tienes mis dulces preferidos.
–Siempre tengo una bolsa preparada para cuando vienes, venga –sonrío, divertida.
–¡Eres la mejor amiga del mundo! –y, ahora sí, se levanta casi de un salto y va a la cocina.
Yo me levanté hace un rato y ya he desayunado y me he preparado, por lo que tengo que esperar a que Selena termine. Así que aprovecho ese tiempo hasta que ella termine para escribirle a mi hermana y decirle que, si quiere que nos veamos hoy, que tendrá que coger el autobús hasta mi piso ya que no tengo el coche.
Mientras hablo un rato con ella, quedando en vernos después de comer en mi piso y pasar la tarde juntas, Selena no deja de hablar en ningún momento mientras desayuna.
–…y, entonces, mis tías decidieron aceptar. La verdad es que no lo esperaba, ¿eh? Pero se ve que mis tías están igual de locas que yo, en algo me tenía que parecer a ellas –se encoge de hombros–. Así que, cuando empiece las prácticas, si se me permite hacerlo, enseñaré mi arte en las revistas.
–¿Y cuál es ese arte? –enarco una ceja.
–Ya sabes. Desnudos, retratos, fotomacrogafría… incluso puede que vaya de acompañante a ciertas entrevistas, noticias o documentales que se harán.
–¿Tus tías saben que tú eres un peligro cada vez que coges una cámara y te pones a fotografiar lo que sea? –comento, divertida.
–Pero si mis tías son iguales –se levanta y recoge todo rápidamente–. Me han dicho que quieren hacer una sección de fotografía de pintura corporal.
–Oh, pues eso está genial.
Voy con ella a la habitación, donde se acaba de meter, y se viste rápidamente.
–Sí –me mira y sonríe de lado–. ¿Quieres hacer de modelo?
–Sí, lo que me faltaba. Desnudarme para pintarme.
–Nora, tienes que…
–No empieces, Selena.
Termina de abrocharse las zapatillas y me mira.
–Está bien –suspira–. ¿Vamos ya? ¿Tienes la dirección del taller?
Y agradezco que no haya seguido con ese tema.
Asiento con la cabeza y, tras asegurarme de que llevo todo lo necesario, salimos las dos juntas de casa. Esta mañana leí el mensaje en el que me enviaban la dirección de donde está mi coche. Queda a más de media hora de mi piso, así que tenemos un buen camino por delante.
–Esta tarde vendrá mi hermana, te quedarás, ¿no? –le aviso cuando conseguimos llegar a tiempo al autobús y entramos en él.
–Obvio que sí. Tengo que influenciar a tu hermana para que no sea tan buena como tú.
–No sé si tengo que sentirme ofendida con eso o agradecértelo.
–Te he llamado buena persona.
–Sí, y me has dicho que vas a influenciar a mi hermana. Y no en el buen sentido –enarco una ceja.
–No hará falta. Ella ya es diferente a ti en ese sentido.
Me quedo mirándola un momento antes de preguntar:
–¿A qué te refieres?
–¡Vamos! ¿En serio lo preguntas? –me lanza una mirada, como si estuviese sorprendida–. Olivia es mucho más directa que tú, en el sentido de que si, por ejemplo… le gusta un chico, no va a tener problema en decírselo.
–Yo soy una persona directa –entrecierro los ojos.
–No siempre, y lo sabes –me mira significativamente–. Además, Olivia tiene mucha más confianza en sí misma que tú. Confianza que a ti te hace falta en muchas ocasiones.
–Eso no…
–Llevas una semana de prácticas y, en lugar de hacer lo que deberías estar haciendo al igual que los demás trabajadores porque para eso has estudiado, te tratan como si fueses una chica que está ahí para limpiar y servir cafés. Y eso me lo has dicho tú a mí –se gira un poco en el asiento para mirarme mejor–. Y tu hermana, al igual que yo, ya le hubiésemos dejado claro a ese tal Marcus que tú no estás ahí para eso.
–Lo he intentado, pero no puedo decirle las cosas tal cual las pienso. ¿Qué quieres? ¿Que me echen?
–Lo que quiero es que seas capaz de ir siempre por delante sin preocuparte siempre de lo que pueda o no pasar –hace una pausa–. Y quiero que confíes en ti.
–¿Quién ha dicho que no confíe en mí?
–Ya sabes a lo que me refiero, Nora. Lo sabes muy bien.
No digo nada. Y ese silencio sólo consigue darle la razón a mi amiga.
Suspiro y miro al frente, centrándome en cualquier cosa menos en ese tema. ¿En qué momento hemos empezado a hablando de mi hermana y terminando de si tengo o no confianza en mí misma? Claro que la tengo. O la tenía.
La tenías.
Selena cambia de tema pocos segundos después cuando ve que no digo nada. Y se lo agradezco. Así que los minutos restantes a la llegada a nuestra parada se hacen bastante amenos y las dos nos bajamos rápidamente del autobús.
–Joder, qué calor hace –se queja Selena cuando nos paramos en mitad de la calle.
–Sí, un poco –murmuro y entrecierro los ojos para conseguir ver mejor la calle con el sol de frente. Por fin, distingo el taller al final de ésta–. Ahí está el taller. Vamos.
Al llegar al taller, me quedo un momento parada en la gran entrada que hay en éste justo antes de entrar y mirar a mi alrededor. Huele a gasolina, hay manchas por el suelo y el ruido de la música se mezcla con el motor de un coche. Es bastante grande y hay varias personas trabajando ahí, pero es sólo un chico quien se me acerca, limpiándose las manos.
–¿Te puedo ayudar en algo? –me pregunta al estar frente a mí.