Nora
Me quedo mirando a Selena, quien me mira amenazadoramente mientras yo sonrío inocentemente, como si nada. Pero conozco esa mirada. Y sé lo que está a punto de hacer.
De hecho, es efectivamente lo que hace.
–¡¿Pero tú eres tonta?! –dice finalmente, alzando la voz.
–No lo voy a negar.
–No, te lo estoy diciendo en serio. A ti te gusta ser tonta y por eso haces esas tonterías, ¿no?
–A ver, todavía no he hecho nada. Y tampoco es algo tan horrible como para que te pongas así.
–Confirmado, eres tonta –niega con la cabeza, como si estuviese decepcionada.
–¡Sólo es una cena!
–Una cena con el chico que te puso los cuernos.
Suspiro y me paso las manos por la cara.
–Venga ya, Selena. No he quedado con él para que volvamos a estar juntos. Sólo quiero ir a esa cena para aclarar las cosas, para decirle que si quiere tener una relación conmigo no va a ser más que una simple amistad.
–Ni siquiera se merece tu amistad.
–No te lo voy a negar. Pero ya sabes como soy –me encojo de hombros.
–Sí, tontísima.
Agarro el cojín de su sofá y se lo tiro a la cara, pillándola desprevenida.
–Vuelve a llamarme tonta y lo próximo que te tiro es el mando de la televisión.
–Wow, qué fuerte estás, ¿no? –comenta, con tono irónico, y enarca una ceja.
Nos sostenemos la mirada durante unos segundos, totalmente serias y sin decir nada más. Pero ese silencio no dura mucho ya que los dos rompemos a reír poco después.
–Ahora en serio, Nora –añade–. Te lo digo porque sabes que te quiero. Y que no quiero que vuelvas a pasarlo mal por ese imbécil.
–Lo sé, y te lo agradezco mucho. Lo sabes. Pero créeme cuando te digo que ir a esa cena no significa que mañana vamos a confirmar que volvemos a estar juntos. De verdad.
–Vale. Confiaré en ti. Pero no dudes en llamarme y pedir mi magnifica ayuda si esa cena no va como te gustaría.
Asiento con la cabeza, conforme, y en esos momentos sale su madre del baño.
Después de comer, vine a su casa para verla y así poder estar también un rato con Selena y contarle lo de la cena. Ya llevo aquí un par de horas, poniendo a Tara al día sobre mis días en las prácticas y hablando un poco de todo también en compañía de su hija. Su padre, Benton, aún está trabajando así que no he podido ni podré verle hoy.
–Tara, que sepas que tu hija es muy pesada –le comento cuando se vuelve a sentar con nosotras.
–Mamá, que sepas que Nora es muy tonta –dice ahora mi amiga.
–¿Qué os pasa ahora? –Tara nos mira con diversión.
–Mamá, ¿tú quedarías para ir a cenar con tu ex, persona que te puso los cuernos? –le pregunta Selena–. Porque esta chica de aquí –me señala–, lo va a hacer.
–Me acabas de decir que confiarías en mi decisión.
–Eso no quiere decir que esté de acuerdo, sino que lo acepto pero me parece mal.
–Madre mía… –suspiro y miro a Tara–. Algún día acabaré con tu hija.
–Vaya dos –la mujer de ojos marrones y con un pañuelo rojo en su cabeza que no le queda nada mal nos mira a las dos, riéndose–. A ver… ir a esa cena no tiene nada de malo –añade, mirando a su hija, quien hace un gesto de desaprobación–, pero eso no quiere decir que esté de acuerdo con la posibilidad de que quieras volver con ese chico. Austin me caía genial, pero lo que hizo…
–No quiero volver con él –le aclaro–. Sólo es una cena de… amigos.
–Entonces, no tienes por qué no ir, ¿no?
–Eso es lo que le estaba intentando decir a tu querida hija.
–Siempre os ponéis las dos en mi contra, no puedo más –se queja, tumbándose en el sofá dramáticamente y tapándose la cara con ambas manos.
La miro, riendo tras su reacción, y Tara y yo nos lanzamos una mirada divertida, pensando lo mismo. Su hija es una dramática.
Pero no tarda en volver a recuperar su posición original y, finalmente, cambiar de tema. Sé que no está conforme con mi decisión de ir a cenar con Austin, desde que se enteró de lo que hizo no quiere que tenga ninguna relación con él, al igual que ella. Pero al menos parece confiar en mi decisión de que no quiero volver con él.
O eso parece.
–Bueno, me voy a ir ya –les aviso unos minutos más tarde, tras revisar la hora en mi móvil–. No quiero llegar tarde, y aún tengo que volver a mi casa a cambiarme.
–Si llegas tarde o, mejor aún, no llegas, no pasaría nada –comenta Selena con indiferencia.
–Cállate ya –río y me acerco a su madre, a quien le doy un corto pero fuerte abrazo–. Me pasaré pronto, lo prometo, estos días no he tenido mucho tiempo de venir, pero lo recuperaré.
–Cuando tú puedas, cariño. No tengas prisa –sonríe ella–. Que te vaya bien en las prácticas.
–Gracias. Cuídate mucho. Si necesitas algo, me llamas –me separo de ella y paso por el lado de mi mejor amiga, a quien le revuelvo el pelo a modo de despedida–. Adiós, pesadilla.
–Adiós, estúpida.
Y, tras lanzarnos una mirada y una sonrisa divertida, salgo de su casa y voy a mi coche.
Ya en mi piso, me apresuro a desvestirme, quitarme las lentillas y meterme en la ducha. Tengo poco más de una hora para prepararme y, aunque no vaya a entretenerme mucho en prepararme, no me quiero arriesgar a tardar demasiado y llegar tarde.
Al salir de la ducha, me pongo las gafas para poder ver con claridad y me apresuro a secarme un poco el pelo con el secador antes de vestirme. Me decido por un pantalón vaquero, una blusa blanca y unas sandalias también blancas. Acompaño también al conjunto con un blazer, ya que después puede que refresque un poco, y un bolso negro con detalles plateados.
Decido dejarme el pelo suelto –ya completamente seco– y dejarme también las gafas. Antes de salir del baño, me pongo desodorante y me pulverizo un poco de mi colonia de siempre. Y ya, por fin, estoy lista. Y voy con tiempo.