Nora
Hoy tengo la tarde libre. Y la tengo que pasar sola.
Selena tiene la tarde ocupada con una sesión de fotos y mi hermana tiene que quedarse esta tarde en casa estudiando. Y a mí, sinceramente, no me apetece quedarme toda la tarde en casa. A pesar de que hoy he tenido que madrugar mucho más –hemos empezado el rodaje a las 5 de la mañana– y a pesar de que estoy un poco cansada, no quiero quedarme aquí.
O, mejor dicho, no me apetece estar sola. Al menos, no ahora. Sí que me gusta pasar ciertos ratos o días sola, pero en momentos que yo sepa controlar. Al fin y al cabo, la soledad no es nada malo. Pero no siempre es así, y ahora es uno de esos momentos. Pienso en lo que pasó ayer con mi madre y los minutos se alargan, el tiempo se hace eterno. Me empiezo a sentir pequeña e insignificante. Me como demasiado la cabeza.
Por eso intento mantenerme siempre acompañada o, al menos, ocupada en hacer algo que me distraiga. Pero ahora estoy coja, en mi casa, sin ningún plan… y no es que pueda precisamente salir a correr para despejarme.
Suspiro y me levanto del sofá. Aunque tenga que salir sola, es mejor que quedarme aquí. Así que me coloco las gafas, me cepillo un poco el pelo y, minutos más tarde, salgo del piso.
No tengo un destino fijo al que ir, simplemente comienzo a caminar lentamente hasta llegar a una parada de autobús. Y, ya allí, decido dónde iré. Nada mejor que ir a la playa y sentarte ahí, sin más con el ruido del mar del fondo y ver las olas rompiendo contras las rocas y la orilla.
Ya estoy sentada en el autobús y digiriéndome a la playa cuando mi teléfono suena dentro de mi bolso. Lo cojo con la esperanza de que sea mi mejor amiga, avisándome de que ha terminado y de que podemos vernos. Pero no es ella. Es el número que tengo agregado con el nombre del taller donde lleva mi coches varios días; es el mismo al que fui la última vez.
–¿Sí? –pregunto nada más descolgar.
–Buenas tardes. Nora White, ¿verdad?
–Sí.
–Bien, soy Deacon, del taller –dice rápidamente–. Te llamaba para avisarte de que esta mañana ha llegado la nueva batería de tu coche. Esta tarde la tenemos totalmente llena, pero yo creo que mañana o, como muy tarde, en dos días, tu coche ya estará completamente arreglado.
–Oh, sí, eh… podría pagarlo en dos partes, ¿verdad?
–Sí, claro. Sin problema. Te llamaré cuando esté todo listo.
–Perfectos, muchas gracias –sonrío un poco. Después, me percato de mi pie vendado–. Igual tiene que ir una amiga a recogerlo, le avisará de que va de mi parte.
–Está bien. Estamos en contacto, Nora.
–Genial, gracias.
Y tras una rápida despedida, cuelgo la llamada.
Al menos, mi día mejora un poco. En nada volveré a tener mi coche y, en cuanto me quiten el vendaje, podré conducir de nuevo.
El autobús se detiene en una parada cercana a la playa y decido bajarme aquí. Incluso una mujer –que creo que tendrá la edad de mi madre– me ayuda a bajar cuando ve que voy con muletas. Se lo agradezco con una sonrisa amable y, a la misma velocidad que antes, camino hasta llegar a la playa, donde me quedo fuera, sin pisar la arena.
El sol está fuera, pero el ambiente es bastante fresco. Incluso agradable. Me quedo un rato ahí, sin más, de pie y mirando la playa, la cual está un poco llena de todo aquel que aprovecha los días de sol a pesar de que ya no es precisamente verano.
Cuando decido seguir con mi camino, me siento en una terraza a tomar algo. Ni siquiera tengo un plan fijo de lo que haré esta tarde, simplemente haré todo lo que se me ocurre en el momento hasta que anochezca y decida volver a mi casa.
* * *
¿Podré algún día dejar de agobiarme por todo? La respuesta la tengo clara, y es que no.
Ya está anocheciendo –de hecho, faltan pocos minutos para que lo haga completamente– y me encuentro caminando por la playa. Sí, por la playa con un pie vendado, cojeando y dos muletas. Ya os podéis imaginar la imagen que debo de estar dando.
Debería volver ya a mi piso, pero sinceramente, no me apetece. Más que nada porque sigo agobiada un poco por todo. Bueno, mejor dicho, por la situación de mi madre. Ni siquiera he recibido un mensaje suyo disculpándose por haber venido a mi casa anoche tal y como vino y, la verdad, es que ya tampoco espero recibirlo.
Cansada, suelto un suspiro y me detengo. Ya me duele el pie de haber estado toda la tarde sin parar. Así que decido sentarme en la arena, con las piernas estiradas y las muletas y el bolso a un lado.
El mar ahora está bastante tranquilo, al igual que la playa. Apenas hay nadie cerca de donde estoy yo, y puedo disfrutar del momento de estar aquí sentada escuchando el mar. Sé que así me relajaré un poco más.
Inevitablemente, estando aquí sentada, recuerdo a Tyler. Giro mi cabeza hacia la dirección donde se encuentra su casa y sé que esa que veo a lo lejos es la de él. De nuevo, recuerdo ese beso y, por primera vez en el día, una sonrisa sincera se instala en mi rostro tras recordar cómo fue. Esta mañana apenas he coincidido con él, y lo he echado de menos.
Madre mía, lo que me faltaba.
Saco mi móvil del bolso y busco su perfil en las redes sociales. Acaba de subir una foto. Es una parecida a la subió hace varios días, enfocando al mar, y ha elegido una canción para acompañar la foto. Por impulso, pulso la pantalla para contestar al mensaje y abro la cámara, haciendo también una foto al mar.
“Creo que tenemos el mismo plan esta noche”, escribo rápidamente.
Me quedo mirando esa foto unos minutos hasta que, al final, la envío. Sé que no la leerá. Tendrá cientos de mensajes acumulados y el mío se perderá entre todos ellos.
Justo en ese momento, me llama Selena.
–Hola –contesto rápidamente.
–Wow, sí que has cogido rápido. Me echabas de menos, ¿eh?