Nora
–Deja de mirarte en el espejo, vas bien –insiste Selena, mirándome desde el sofá–. Hazme caso.
–¿Estás segura? Es que no sé si esta camisa…
–Como vuelvas a decir lo que pienso que vas a decir, te juro que le digo a Tyler que te la arranque y termine lo que empezasteis el otro día en su casa –suelta y me giro hacia ella al instante. Sonríe angelicalmente–. Y sabes que lo haría.
–Vale, me acabas de dar miedo. Me callo –me aparto del espejo y entro en el baño.
–¡Déjate el pelo suelto! –me avisa, alzando un poco la voz.
Me coloco delante del espejo y, haciéndole caso, me paso las manos por la melena, peinándola un poco. Después, decido dejarme las gafas –últimamente, las estoy llevando mucho más que las lentillas– y me pongo un poco de colonia.
Decido echarme un último vistazo aprovechando que Selena no me está viendo. Me he decido por unos vaqueros negros de talle alto, una camisa de media manga con escote cruzado y unos botines negros, con los cuales me he asegurado de ir cómoda con el pie vendado.
Y todo por consejo –u obligación– de mi mejor amiga, que conste.
–¿Te vas a maquillar? –me pregunta Selena, apareciendo tras la puerta del baño.
–No lo sé.
–Venga, sí. Un poco –insiste, acercándose a mí–. Aunque sea máscara de pestañas, la línea del agua y… pintalabios.
–Con lo que me encanta maquillarme… –murmuro, pero le hago caso y cojo esas tres cosas.
–Por una vez, pesada. Que tienes esto aquí de adorno.
Pongo los ojos en blanco y decido hacerle caso. Me aplico la máscara de pestañas rápidamente, la línea del agua también y me quedo mirando un poco el pintalabios antes de aplicármelo; es de un color burdeos suave y permanente. Está sin estrenar; de hecho, casi todo mi maquillaje está sin estrenar.
–¿Contenta? –la miro cuando termino.
–Mucho –sonríe ampliamente–. Venga, que vas a llegar tarde.
–Joder, pareces tú más emocionada que yo –bromeo mientras salgo de la habitación y me acerco a guardar mis cosas en el bolso.
–Muchacha, que vas a cenar con Tyler Wayne. Eres la envidia de cualquier chica ahora mismo, incluida la mía –se lleva la mano al pecho–. No actúes como si tú no estuvieses emocionada, que te conozco.
–Pues si me conoces, no voy a decirlo yo –la miro de reojo, divertida, y termino de guardar todo–. Acércame las muletas.
–Aquí tienes –dice mientras me las da–. Dime que el pintalabios es permanente, que nunca se sabe… ¡vale, me callo! –se interrumpe cuando ve que alzo una de las muletas hacia ella, amenazante–. Madre mía, qué agresividad.
Río por lo bajo y me cuelgo el bolso al hombro. Tras esto, me giro de nuevo hacia mi mejor amiga.
–Vas a bajar, ¿no?
–Por supuesto que sí, ¿acaso lo dudas?
–Pues no me dejes en vergüenza, por favor –le pido, pasando por su lado.
–No te lo puedo asegurar –se encoge de hombros y viene conmigo–. Venga, que tu futuro marido estará a punto de llegar.
Niego con la cabeza, poniendo los ojos en blanco, y las dos salimos de mi casa.
Hace un rato que vino y hemos pasado la tarde juntas. Le conté lo ocurrido anoche con Tyler y, por supuesto, se emocionó demasiado. Y, cómo no, quiso quedarse y esperar a que Tyler viniese a recogerme. Ni siquiera intenté convencerla de lo contrario porque sabía que no lo conseguiría.
Cuando llegamos a la planta baja, sale ella por delante de mí y espera a que me coloque a su lado.
–Menuda cita tan guay vas a tener estando coja –comenta ella, riendo por lo bajo.
–Calla –río yo también–. Que cansada estoy de andar con esto.
–¿Cuándo te lo quitan?
–En unos días. Pero, hasta que llegue, seguiré necesitando tu ayuda.
–O la de Tyler –me mira de reojo y me abre la puerta principal para que pueda salir–. Ahí tienes a tu príncipe.
–Te prometo que algún día te mataré.
–Me quieres mucho, no serías capaz.
Salgo por delante de ella y, tal y como me ha dicho, veo a Tyler cerca de la entrada, junto a su coche. Me quedo mirándole fijamente mientras me acerco a él. Va vestido con unos pantalones negros, una camiseta blanca rota y una chaqueta un poco arreglada de color negro también. Sinceramente. Me gusta bastante.
Como siempre.
Pues sí.
–Has sido puntual, menos mal –comenta él nada más verme, echando un vistazo a mi cuerpo del que, por supuesto, me doy cuenta.
–Te lo dije –sonrío cuando estoy frente a él.
–¡Hola! –dice Selena de repente, colocándose a mi lado–. Yo soy Selena, la gran mejor amiga de esta chica.
–He oído hablar de ti –dice él, mirándola y dándole dos besos cuando ella se acerca.
De verdad, me gustaría tener la confianza y la seguridad que tiene mi amiga. Es envidiable.
–Oh, ¿te ha hablado de mí?
–Sí, de lo pesada que puedes llegar a ser a veces –le digo yo cuando me mira.
–Bah, qué va. Es una exagerada –hace un gesto sin importancia con la mano y vuelve a mirar a Tyler–. Bueno, dejo que os vayáis y disfrutéis de la gran cena. Aunque no hace falta que lo diga, seguro que lo hacéis.
–Seguro que sí –Tyler sonríe, divertido, lanzándome una mirada.
–Y que sepas que me gustas mucho, eh –añade–. Me he visto tus películas demasiadas veces.
–Sí, como te he dicho, es muy pesada.
–¡Oye, estoy valorando su trabajo!
–Selena… –la miro, enarcando una ceja.
–Vale, ya me callo y me voy. Nos vemos mañana, preciosa mía. Pasadlo bien –se gira hacia Tyler, quien nos mira con diversión en todo momento–. Ha sido un gusto conocerte, Tyler.
–Igualmente, Selena. Ya nos veremos.
–Eso seguro.
–Y ve mañana a por mi coche, por fa. No te olvides –añado yo.
–No te preocupes por eso, me acordaré –asiente y nos mira a los dos–. ¡Pasadlo bien, adiós!
Segundos más tarde, se aleja de nosotros, se sube a su coche y se marcha. Ahora estamos Tyler y yo solos.