Un mes más tarde
Nora
Me despido con una sonrisa amable de todos los de la habitación y salgo del edificio un minuto más tarde. Está lloviendo, así que abro el paraguas y salgo por fin a la calle, caminando después calle abajo.
He pasado gran parte de la tarde en el estudio donde siguen con la edición de la película. Después de terminar con el rodaje –hace ya dos semanas–, Marcus me avisó de nuevo de que participara también en la edición y montaje de ésta, cosa que no dudé en aceptar ya que siempre me ha encantado el tema de edición y, tal y como pensaba, me está encantando.
Si todo sigue así, en poco más de un mes la película estará finalizada.
Ahora voy hasta la casa de mis padres. Cenaré con mi padre y con mi hermana esta noche. Y, aunque tengo muchas ganas de ir con ellos, el único problema es que tengo que ir andando ya que mi coche, definitivamente, ha dejado de funcionar. Dejó de hacerlo hace casi un mes y me he tenido que arreglar con el transporte público, con la ayuda de Selena o, simplemente, ir andando. Y ahora, aunque podría perfectamente pedir un taxi o llamar a mi padre, también prefiero que me dé un poco el aire.
Además, hay un ambiente bastante bonito justo ahora en la calle. La Navidad está a punto de llegar y las calles ya están decoradas, al igual que muchas tiendas e incluso casas. Así que este buen ambiente mejora el día nublado y de lluvia que hace hoy.
Estoy a punto de cruzar una calle, pero me detengo cuando mi mirada se cruza con un escaparate y con lo que hay tras éste. Tengo que empezar a mirar los regalos para Olivia, Selena o mi padre, y como tarde mucho no me dará tiempo. Así que me detengo a mirar el escaparate unos minutos hasta que decido entrar y echar un vistazo dentro. Ni siquiera tengo ni idea de lo que poder regalarles.
Me quedo un buen rato ahí dentro, dando vueltas y vueltas sin decidirme por algo para regalarles. Con lo único con lo que salgo de la tienda más tarde es con un detalle para Selena: una luna que, al iluminarse cuando todo está oscuro, queda bastante realista y, en definitiva, es bastante bonita. Aun así, tendré que buscar algo más.
Sigo andando hasta la casa de mis padres cuando me detengo frente a un semáforo en rojo y aprovecho para mirar el teléfono. Tengo varios mensajes de Selena donde me pide que la llame cuando pueda, y no dudo en hacerlo.
–¡Por fin! –exclama ella.
–Cuéntame –le pido directamente, esperando a que el semáforo cambie de color.
–Necesito que me hagas un favor –me pide y se queda callada.
–Vale, pero dime cuál,
–Verás… como ya sabes, estoy creando un álbum de fotos donde expongo cómo ha sido la evolución de la moda en los diferentes años y épocas –resume rápidamente algo que ya sé que está preparando desde hace días–. Pues… necesito tu ayuda.
–¿Respecto a qué?
–¿Podrías hacerme de modelo para los años 90?
–No –digo directamente.
–¿Qué? ¿Por qué?
–Prefiero estar detrás de una cámara, ya lo sabes.
Muevo mi pierna nerviosa. ¿Por qué tarda tanto en cambiar el semáforo de color?
–Pero soy tu mejor amiga, y necesito tu gran ayuda –insiste–. Venga, al menos, piénsalo. Te doy hasta mañana por la noche, ¿vale? Por favor. Piénsalo bien. Me gustaría que fueses tú. Quedaría genial y…
–Selena…
–¡Por favor! –repite–. Lo harás genial.
Me quedo un momento callada y suelto un suspiro. Soy una persona que apenas se hace fotos en su día a día –sólo cuando ella me obliga cuando estamos juntas–, ¿y ahora me dice que le haga de modelo? Esta chica no piensa.
¿Y tú sí?
Querida conciencia, ¿estás de mi parte o de la suya?
A veces de la suya, sinceramente.
Oh, gracias.
–Lo pensaré –me limito a decir.
–Vale, eso me sirve –puedo percibir como sonríe ampliamente–. ¿Dónde estás ahora?
–Esperando a cruzar la calle, para ir a casa de mis padres y… –me interrumpo justo cuando pasa un coche y, para mi mala suerte, pisa un charco a tal velocidad que acabo, literalmente, empapada de agua–. ¡¡Mierda!! –exclamo, llamando la atención de varias personas.
–¿Qué pasa?
–Un coche. Me acaba de empapar de agua –suspiro, mirándome la ropa mojada–. Voy a colgar ya, me estoy cabreando. Nos vemos mañana.
–Vale –escucho como ríe.
Cuelgo la llamada y, cabreada, lo guardo en el bolso antes de mirar de nuevo la ropa. Lo que me faltaba.
El semáforo se pone en verde –por fin– y cruzo lo más rápido que puedo. Al final, sí que hubiese sido buena idea llamar a mi padre o a un taxi. Si es que soy tonta. Y aun me quedan casi 20 minutos para llegar a casa de mis padres, a la cual llevo sin ir desde hace… ¿3 semanas?
Después de lo que pasó aquella noche, la única vez que fui –además de para llevar a mi hermana al día siguiente– fue para ir de nuevo a buscarla y pasé mientras esperaba a que se preparase. Después, no he vuelto a ir. Básicamente, porque no me gusta el recuerdo que conlleva mirar el salón y la nueva mesita que sustituye a la que se rompió –o rompieron, mejor dicho–.
Mi madre aún sigue en el centro de rehabilitación. Y sólo he hablado una vez con ella. Según me cuenta mi padre, parece estar bien y cumpliendo las órdenes que le mandan. Me fío de su palabra, pero no quiero confiarme tan rápido; la otra vez lo hice. Eso sí, pensamos en ir a verla el día de Navidad, y será la primera vez que lo haga después de un mes.
Y puedo sonar egoísta e incluso mala hija, pero… no tengo muchas ganas de hacerlo, sinceramente.
Suspiro, creo que por quinta vez en los últimos 10 minutos, cuando vuelvo a tocarme la ropa mojada. En un día de lluvia, ir con la ropa mojada y que no pueda secarse… es una mala combinación. Seguro que mañana me levanto enferma.
Levanto la vista a tiempo de estar a punto de chocarme con una chica y, al evitarla… mierda. ¿Hoy también va a ser un día de mierda?