Tal vez, para Siempre (bilogía) Libro 1

CAPÍTULO 3

Llegué a mi casa realmente tarde ese día, la pulga estúpida de Amalia me había abandonado a mitad de la tarea, así que tuve que terminarlo todo yo solo; además de irme con la ropa empapada. Daniel se había cansado de esperarme así que me dejó los deberes que había mandado el profesor y se fue. Agradecí que se fuera porque no quería que me viera así. Sentía mucha rabia en contra de Amalia por lo que me había hecho, pero no pensaba acusarla con el director como ella había hecho conmigo. No, esto se había convertido en algo personal, y si quería guerra, pues eso precisamente era lo que le daría.

Me fui a dormir pensando en la primera de una serie de jugarretas que le tendría preparada durante las dos semanas de castigo. Si ella creía que estábamos a mano, estaba bien equivocada.

 

—¿Cómo te fue ayer en el castigo? ¿Te fastidió más la chica nueva? —me preguntó Daniel a la mañana siguiente cuando ya habíamos llegado al colegio.

—Esa niña no sabe lo que le espera —dije mientras miraba a la entrada del colegio, esperando verla llegar, necesitaba saber cuál era su casillero y descubrir su clave, aunque eso no sería tan difícil.

—Te hizo algo ¿verdad? Eres demasiado vengativo, Lucas.

—¿Venganza? ¿Quién habló de venganza? —Preguntó Irina al llegar junto a nosotros. Me rodeó con sus brazos y de nuevo me besó, yo ni siquiera la miré, necesitaba estar atento a la llegada de Amalia.

—Lucas va a jugarle bromas a Amalia. —Respondió Daniel.

—¿Por qué le das tanta importancia? Mejor deja las cosas como están—, dijo ella haciendo un gesto de fastidio, a veces me irritaba su superficialidad—, además, Lucas, prometiste que saldríamos hoy.

Había olvidado por completo que le había prometido a Irina que la llevaría al café nuevo que habían abierto a pocas cuadras de la escuela. La verdad es que no tenía ganas en absoluto de salir con ella, pero ya lo había prometido y yo siempre cumplo mi palabra, así que le respondí con desgana:

—Sí, iremos, paso por ti en la tarde ¿te parece?

— ¡Genial!, entonces te veo en la tarde. —Esbozó una enorme sonrisa y se fue contoneando la cadera mientras tomaba del brazo a su amiga; quien había llegado en ese instante, cuchicheando, muy probablemente sobre mí.

—Entonces, dime, ¿qué le tienes preparado? —Preguntó Daniel con una mirada maquiavélica, yo reí y justo en ese momento, la vi.

Ahí estaba con su sonrisa de suficiencia, entrando como si no me hubiera bañado ayer en el castigo, me quedé mirándola fijamente, sabiendo que la constancia de mi mirada provocaría que volteara a verme; tardó unos minutos, pero funcionó, al final sus ojos se posaron en mí. De inmediato la sonrisa se le borró del rostro, y una expresión de desprecio la reemplazó, yo la miré de igual manera, y podría jurar que sus ojos me hicieron sentir que ella sabía lo que planeaba hacer.

» ¿Vas a mirarla hasta matarla o qué? —Volvió a preguntar, al ver que no le respondía.

—No, solo le jugaré algunas bromas, pero eso sí, yo seré el que ría al final —dije tajante.

El timbre sonó y yo no podía dejar de estar ansioso por el momento en el que me la encontraría, me sentía como un niño de kínder, esperando para jugarle una broma a su mejor amigo. Ya tenía todo preparado, la primera broma del día implicaba una distracción, pegamento, y un muy probable cambio de ropa.

No la conocía muy bien, pero estaba casi seguro de que no me acusaría con el director, se notaba a leguas que era una chica vengativa, por eso me había mojado ayer, y también estaba bastante seguro de que ella sabía que yo también, por eso no le sorprendió que no la hubiera acusado con el director.

Diego tomaba la clase de química conmigo, y precisamente ahí era donde Amalia y yo debíamos cumplir el castigo; después de los laboratorios, donde todo el mundo ensuciaba el aula a más no poder. Nuestra tarea era sencilla, solo implicaba limpiarlo todo.

Como estaríamos solos, necesitaba una excusa para poder distraerla y ponerle el pegamento en el asiento. La verdad es que era una broma un tanto, sino es que muy infantil. Pero la crítica no me asustaba, yo era conocido por jugar ese tipo de bromas en el colegio; juré que cuando saliera no las volvería a hacer, pero para eso todavía faltaba un año.

Diego sería mi cómplice, yo la distraería mientras él lo preparaba todo.




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