Esperaba el viernes con ansias. No solo porque en la mañana disfrutaría de una deliciosa venganza —o más bien una re-venganza de otras dos anteriores— sino porque también el viernes era día de fiesta.
Todos los años Diego organizaba una fiesta de bienvenida para el nuevo año escolar. Esto por supuesto sin permiso de sus padres, aunque eso a él no le importaba, pues ellos casi nunca estaban en casa. Se la pasaban de viaje y él estaba casi todo el tiempo solo. La única que lo cuidaba era su tía, pero ella no vivía con él porque tenía su propia familia, así que lo visitaba de vez en cuando.
—Lucas, tu padre llega hoy de viaje. —Me dijo mi madre esa mañana. La noticia me cayó terriblemente. Estaba apurado, además eso significaba que no podría ir a la fiesta.
—¿Hoy? Mamá ¿recuerdas que te hablé de la fiesta de Diego? ¿Lo recuerdas verdad? —Pregunté con la esperanza de que quizá me dejara ir.
—No, no recuerdo nada. —Dijo despreocupada.
—¡Pero mamá!
—¡Lucas Jr. Hall! —gritó ella—, no vas a dejar plantado a tu padre. No hay discusión.
Resoplé enojado, por más que quisiera gritarle era mi madre, no podía hacer eso. Dejé el sándwich que estaba comiendo a medias y salí como alma que lleva el diablo a la escuela. No podía creer que esperara tanto para nada.
Mi padre era un hombre de negocios, solía viajar a sus diferentes sedes para controlar que todo iba en orden. Pero siempre estaba pendiente de mí y de mi madre. Para él siempre fui su mayor orgullo, tanto así, que me nombraron igual que él: Lucas.
La verdad es que yo también lo adoraba y me sentía muy orgulloso de ser su hijo. Ambos compartíamos la pasión por el fútbol, por lo que cuando empecé demostrar dotes para jugar a los ocho años, él ni corto ni corto ni perezoso me inscribió en lo que hoy es la secundaria Castle.
Avancé enojado por la entrada del colegio sin mirar a mi alrededor, y llegué directo a los casilleros. Al menos si no iría a la fiesta, tendría la satisfacción de ver la reacción de Amalia al ver la sorpresita que había preparado para ella.
—¿Por qué traes esa cara? —Me preguntó Diego. Di un respingo, porque la verdad no me había dado cuenta de que él estaba detrás de mí.
—Mi padre llega hoy. —Dije a secas, sin apartar la mirada del casillero de Amalia. Ella aún no había llegado.
—¿Y qué con eso?
—Creo que no voy a poder ir a la fiesta. —Dije volteando a verlo.
—¡No me jodas! ¡Tienes que ir, Lucas! —Insistió él.
—Mi madre ya habló. No puedo desobedecerla.
—Tu papá es buena onda, yo creo que te dirá que sí. —Afirmó totalmente convencido. Lo más probable era que tuviera razón, pero debía esperar a que llegara para poder pedirle permiso. —Mira quien viene ahí.
Volteé en la dirección que me indicaba, Amalia y su amiga venían caminando directo hacia los casilleros. Quise fingir que no la había notado, pero ella de inmediato me buscó con la mirada. Me recosté sobre la pared, esperando.
—¿Y esas miradas qué significan? —Me preguntó Diego.
—¿Cuáles miradas? —pregunté nervioso—, solo estoy esperando. Quédate y lo verás.
Parecía como en cámara lenta, desde el momento en que me vio hasta que llegó al casillero, introdujo la clave y abrió la pequeña puerta. Un boom reventó en su cara, salpicando también a su amiga de un polvo rosado de pintura.
El pasillo estalló en risas y carcajadas, yo me mordí el labio intentando no reír, pero me fue imposible.
—¡Ja, ja, ja! ¡Lucas, amigo! —me dijo Diego entre risas—, creo que esta fue una de las mejores.
—Lo sé.
Amalia se quedó en shock, lo primero que hizo fue tomar un pañuelo y limpiarse los ojos, luego cerró de un golpazo el casillero y me miró. Sus ojos estaban cubiertos del polvo rosa, parecía un mini cerdito, se veía adorable. Pensé que de inmediato correría hasta donde me encontraba y me golpearía; pero para mi sorpresa no lo hizo. En cambio, se limitó a lanzarme una mirada de odio, tomó a su amiga del brazo y se dirigió a los baños.
Su reacción me sorprendió. Esperaba que se pusiera berrinchuda, que gritara o pataleara, mínimo que me insultara, pero no hubo nada de eso.