Tal vez, para Siempre (bilogía) Libro 1

CAPÍTULO 6

Me puse mi mejor jean y camiseta, de un tono azul claro para que combinara con mi chaqueta de cuero negra. Me gustaba vestir bien y llegar con estilo a la fiesta. Después de todo, yo era una de las personas más esperadas esa noche.

Había quedado con Irina de ir si es que conseguía el permiso, pero no pensaba pasar por su casa. Ella vivía prácticamente al otro lado y tendría que dar una enorme vuelta y luego volver hasta la casa de Diego. Era tiempo valioso que perdería y mi madre ya me había advertido que no podía llegar tan tarde.

Miré la hora en mi celular, era temprano, así que decidí mandarle un mensaje para que supiera que nos veríamos allá.

“—Irina, conseguí el permiso, te veo en casa de Diego.”

Tecleé rápidamente, sin reparar muy bien si lo escribía correctamente, aunque el diccionario siempre hacía lo suyo.

A los segundos un mensaje sonó de respuesta:

“—Está bien, nos vemos allá xoxo.”

Terminé de darme los últimos toques, me peiné el cabello y guardé unas cuantas mentas por si acaso, uno nunca sabe.

Salí apresurado no sin antes darle un enorme beso a mi madre y un abrazo a mi padre. Subí a mi auto y arranqué. La noche estaba fría, y cuando aceleré el auto pude sentir como el viento congelaba mis mejillas, mi nariz se sentía fría como un hielo, pero eso no me molestaba, pronto entraría en calor.

 

Me tomó cerca de veinte minutos llegar a la casa de Diego, el tráfico estaba especialmente intenso esa noche, pero después de unas cuantas renegadas y puteadas a otros conductores; llegué a salvo a mi destino. La casa de Diego se veía imponente. La gente ya se encontraba reunida en la puerta y adentro se escuchaba la música a todo volumen.

Desde fuera podía ver cómo las luces danzaban en las diversas habitaciones. Por las ventanas de arriba se podían distinguir siluetas de personas que posiblemente habían convertido la fiesta en algo más “privado”. Sonreí ante aquello. Diego siempre había organizado ese tipo de fiestas y no le molestaba saber que en su casa se crearon muchos bebés que posteriormente salieron a la luz.

Aunque yo siempre había asistido, me jactaba de decir que nunca había tenido ninguna de esas situaciones. Por supuesto el resto del colegio pensaba que sí. No sé quién se había encargado de esparcir ese rumor; pero, yo no estaba dispuesto a desmentirlo. Después de todo tenía que formarme cierta reputación.

La única que sabía que yo nunca había tenido una experiencia de esas era Irina. Hasta donde tenía entendido, ella tampoco, así que se aseguraba de hacerles creer a sus amigas que ella y yo teníamos algo mucho más profundo.

No me molestaba no haberlo experimentado aún. No niego que a veces las ganas casi hicieron que me doblegara, pero yo sentía en el fondo de mi alma, que todavía no estaba listo para ese paso.

Estacioné el auto en la entrada porque ya el estacionamiento se encontraba lleno. Una fila de carros ocupaba casi toda la calle, así que no me quedó más remedio que dejarlo ahí. Sin embargo, no me preocupaba pues el vecindario era bastante seguro.

La gente me miró caminar hacia la puerta y entrar. El tumulto se abrió paso para dejarme pasar. Lo primero que llenó mis sentidos fue el fuerte sonido del bajo de una canción de pop mezclada con electrónica. El sonido envolvía todo lo demás evitando que escuchara hasta mis pensamientos.

Las luces iban en tonos rosas, azules y violetas, pasando por verde y amarillo, pintando de múltiples colores las paredes de la enorme casa de Diego. Los cuerpos de los estudiantes se movían al ritmo de la música, sudorosos y calientes. De inmediato me dio calor y me quité la chaqueta.

Avancé como pude entre los estudiantes que bailaban hasta llegar a otra sala, donde había más gente sentada o jugando en la mesa de billar de Diego. Mis amigos, Ian, Daniel y Eric se encontraban sentados en el sillón del fondo, conversando animadamente con una multitud de chicas, entre ellas Lila, que se encontraba en las piernas de Daniel.

—¡Lucas! ¡Por fin viniste! —            Exclamó entre gritos Daniel cuando me vio.

—¿Crees que me lo iba a perder? —Dije sonriendo de oreja a oreja mientras chocaba los puños con él y los demás.

—¡Lucas, mi amigo! Sabía que no me fallarías. —Escuché que dijo Diego, pasándome un brazo amistosamente por la espalda.

Sin esperar ni un segundo me brindó una bebida de dudosa procedencia. Normalmente se le daba por ofrecer bebidas que aparentemente no parecían contener alcohol, pero siempre les agregaba al final un toque de ron o vodka.




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