Tal vez, para Siempre (bilogía) Libro 1

CAPÍTULO 7

Me quedé congelado en las escaleras sin saber qué decir. Daniel había sido el único que se había percatado de lo que sucedió en el sótano, y esperaba que se mantuviera así. Aunque algunas personas habían visto salir a Amalia y luego a mí, y lo más probable es que se empezaran a correr rumores, pero la historia en sí no se sabría jamás.

La realidad era que ni yo mismo sabía muy bien qué había pasado. Un segundo estaba discutiendo con ella y al otro la tenía tan cerca que pude incluso oler su aliento, a refrescos y galletas.

Daniel me miraba entre divertido e intrigado, pero se abstuvo de decirme algo frente a Irina. Después de esa escena se me habían quitado todas las ganas de seguir ahí. Además, faltaba poco para la media noche; y, como la cenicienta, debía volver a casa antes de que se rompiera el hechizo.

—Debo irme. —Anuncié. Daniel me custodiaba como un guardaespaldas. Sabía que no me dejaría ir sin una explicación.

—¿Tan temprano, amor? —Me preguntó Irina haciendo un puchero.

—Apenas comienza la diversión, hermano, quédate. —Me pidió Diego.

—Lo siento, no puedo. —Dije sin dar más explicaciones.

Los chicos hicieron gestos de descontento, pero no podía quedarme, el rostro de Amalia frente a mí era algo que no podía borrarme de la cabeza. Irina se puso de pie y me dio un ligero beso en la mejilla, yo se lo devolví en los labios, la besé como nunca la había besado, ella se sorprendió y me miró con lascivia, pero yo no pude sentir nada.

—¿Realmente debes irte? —Preguntó con ojos suplicantes.

—Sí.

Salí dando zancadas, casi como queriendo huir de ahí. Diego me siguió de cerca, no volteé atrás, pero sabía que había dejado a Irina más confundida que antes.

—¡Oye, oye! ¡espera! —Gritó Daniel cuando ya habíamos salido de la casa, me dirigía directo a mi auto, él me tomó del hombro y me jaló.

—¿¡Qué quieres!? —respondí de mala gana. Él me miró, sorprendido por mi reacción.

—¿Qué sucedió? ¿Por qué sales huyendo?

—¡No estoy huyendo! —Exclamé.

—Estás a la defensiva. —Inquirió. No le presté atención y seguí caminando hasta llegar a mi auto, pero me detuve en seco cuando lo vi.

—¿¡Qué carajos!? —dije ofuscado. Las llantas de mi auto estaban todas pinchadas. Daniel se acercó a ver qué sucedía y soltó una carcajada en cuanto vio mi auto.

» ¿Te parece chistoso? —Pregunté molesto.

—¡Por supuesto! Ahora no podrás escapar de mí.

—¿¡Quién coño me reventó las llantas!? —Bramé. Le di un golpe con el puño a la puerta delantera del auto, y entonces una nota se desprendió de la ventana y cayó al asiento. La tomé de mala gana, en ella estaba escrito un mensaje:

“Suerte volviendo a casa. ─A.”

—¿Qué dice? —Me preguntó Daniel.

—¡Esa maldita pulga! —estaba que me llevaban los diablos. Estaba tan molesto que la cara se me había tornado roja. Empuñé la nota con tanta fuerza que se arrugó en mi mano. Daniel ya no se reía, sabía que estaba hablando en serio.

Empecé a caminar como un toro embravecido, sin mirar atrás, sin escuchar los llamados de Daniel. Todo lo que había sentido hacía un momento por ella se había esfumado como el polvo. Esta vez se había extralimitado demasiado.

No sé cuánto tiempo estuve caminando, pero lo siguiente que escuché fue a Daniel pitando la bocina de su auto, andando a mi lado.

—No seas idiota y sube, caminando te tardarás una hora en llegar y tus padres te van a matar.

—Déjame solo Daniel —no tenía ánimos de hablar con nadie, simplemente no sabía qué me pasaba, ¿por qué estaba tan molesto? Era algo material, lo podía arreglar.

— No te voy a preguntar nada, pero déjame llevarte —me detuve y acepté su petición, en realidad estaba cansado, los pies me dolían, la cabeza me dolía.

Daniel abrió la puerta del auto y me subí sin decir nada. Condujo en silencio mientras yo miraba el vacío. A esa velocidad todo parecía una gran mancha borrosa, el movimiento y el aire en mi rostro me hicieron calmarme por un rato. Cuando estacionamos en la casa ya era casi la una de la madrugada.




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