Tal vez, para Siempre (bilogía) Libro 1

CAPÍTULO 8

—¿¡Qué!? —Pregunté sorprendido, ella solo me guiñó el ojo y volteó a prestarle atención a la profesora que ya había iniciado la clase.

¿Qué tenían las mujeres hoy con su guiñadera de ojos? ¿Acaso querían volverme loco? No supe qué más decirle a Irina, así que la imité y me quedé callado. Las apariencias para un hombre en cuanto al sexo son más difíciles de llevar que para las mujeres. Para nosotros, teníamos que hacerlo con muchas o éramos unos perdedores. Para ellas, si lo hacían con muchos, eran unas mujerzuelas.

Sabía para qué Irina me proponía vernos en ese lugar. Era conocido por ser el sitio de la primera vez de muchos. Sinceramente no estaba seguro de si quería perder mi virginidad en ese sitio, y mucho menos con ella. La mujer era muy hermosa, pero tenía mis dudas.

El timbre sonó y yo por poco no salgo volando del asiento. Necesitaba hablar con Daniel.

Hoy teníamos prácticas antes del primer partido, que se acercaba muy pronto. Corrí a los vestidores y me cambié el uniforme.

—Daniel —Llamé su atención porque él estaba distraído en el teléfono.

— ¿Qué pasa?

—Tengo algo que contarte. —Dije sin mucho rodeo.

—Dime. —Dejó el teléfono de lado y me miró atento, yo esperé que se alejaran los demás lo suficiente como para que no me escucharan.

—Irina me pidió que nos viéramos detrás de la cancha. —Solté.

—¿¡Qué!?

—¡Sshhh! Baja la voz.

—¿Pero por qué?

—No quiero que nadie se entere —no sabía cómo tomar la situación.

—Es tu oportunidad, amigo, ¿qué consejo quieres? ¿la talla del condón? —Dijo y se echó a reír.

—¡No! No sé qué hacer. —Dije entrando en pánico.

—Pues comúnmente debes quitarle la ropa. —Dijo él con una sonrisa, estaba que se tiraba al piso de aguantar la risa.

—¡No seas idiota! —exclamé—, sé cómo hacerlo, lo que no sé es si hacerlo con ella.

Daniel era la única persona a la que le podía confiar sin ningún miedo estas cosas.

—¿Por qué no? Es tu novia desde hace dos años, además está bien buena la condenada.

—Sé que está bien buena, ese no es el problema.

Daniel guardó su sonrisa por un segundo y me miró serio, sabía que algo se estaba pensando.

—¿Acaso hay alguien más con quien pensarías en hacerlo? —Preguntó.

—¡Por supuesto que no! —Exclamé de inmediato, pero la imagen mental de alguien vino a mi mente, casi como si me traicionara, y él pareció darse cuenta como si leyera mi mente.

—Quizá esa chica…

No dijo su nombre, pero no era necesario, sabía a quién se estaba refiriendo.

—Estás loco, por supuesto que no.

—Fea no es. —Afirmó. Y tenía razón, esa noche la había visto tan diferente, como si me hubiera puesto otros ojos para verla. Cuando venía al colegio siempre vestía ropas feas, que no dejaban ver esas curvas que se escondían entre tanta tela.

—Es común —no quise admitirle lo que pensaba—, pero no, no sé por qué la mencionas.

—Por lo que pasó en la fiesta.

—Ya te dije que no pasó nada.

El entrenador entró de repente sonando el silbato como un demente.

—¿¡Qué hacen ahí hablando como cotorras!? ¡A la cancha ya!

—¡Si entrenador! —respondimos al unísono. Salimos corriendo a entrenar. Era la primera vez en toda mi vida que deseé que una práctica durara eternamente. El entrenador puso a correr el reloj y yo solo deseaba que se detuviera. Tenía miedo de enfrentar a Irina.

Traté de concentrarme en lo que estaba haciendo. Era el capitán así que debía mantener la cabeza fría. El entrenador nos colocó en fila para ensayar tacleadas. Yo era el primero, así que me preparé con el balón en las manos, listo para esperar la embestida de Joe, uno de los jugadores más grandes del equipo.




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