Tal vez, para Siempre (bilogía) Libro 1

CAPÍTULO 10

AMALIA

 

La vida para mí no había sido difícil hasta que mi padre empezó a ser director. Cuando eres la hija de un prestigioso profesor exmilitar y de una CEO super importante, tu vida se llena de exigencias. Pero eso aumenta al mil por ciento cuando tú padre es el director de la escuela donde estudias. El excesivo control que él ejerce sobre mí es abrumador. Así que pensé que estar en la secundaria Castle iba a ser lo peor que me pasaría en la vida.

No solo me había quitado la posibilidad de graduarme con mis amigos de siempre, sino que también tendría que adaptarme a un nuevo colegio; y a nuevas personas, a solo un año de mi graduación. Cuando le insistí a mi padre para que me dejara continuar en el antiguo colegio donde estaba se enojó.

Luego convenció a la madre de Janet para que se cambiara conmigo. Al menos no todo iba a ser tan malo si ella estaba ahí.

Janet siempre había sido super tímida y callada, a veces me preguntaba cómo habíamos terminado siendo amigas. Mi personalidad era todo lo opuesto a ella, sin embargo, congeniábamos tan bien como el yin yang.

Pero la secundaria Castle no era tan mala como yo me la había imaginado. En realidad, era muy hermosa, las instalaciones eran geniales, mis compañeros de clase también lo eran. Lo único irritante eran los estúpidos estudiantes de último año. Lucas y su insufrible grupito que no me dejaban en paz desde que Janet y yo habíamos llegado el primer día.

—¡Amalia! ¡Sal del baño! —Escuché que me gritaba Harold, mi hermano menor. Siempre lo había cuidado después de que mi otro hermano mayor, Cristopher se fuera al ejército de la marina. Creo que por esa razón yo era tan ruda. Haber vivido entre dos hombres fastidiosos toda mi vida me había preparado para tratar con odiosos como Lucas.

—Hay tres baños en esta casa, ¿por qué quieres usar este? —Le grité mientras me peinaba y me ponía lápiz labial de un tono mate.

—Mamá está en uno y tu amiguita Janet en el otro. ¡Vamos, dale! Quiero ir al baño a usarlo como se debe.

—¡Ya voy! —Ese niño me irritaba demasiado. Aun así, lo quería, pero; eso no se lo iba a demostrar. Salí del baño mientras lo empujaba con los dedos en la frente. Harold era el único al que podía hacerle eso porque todavía era más bajo que yo. En cambio, el resto del mundo a mi alrededor parecía hecho para gigantes. Tuve la desgracia de nacer demasiado bajita. A veces era beneficioso. Si quería, la gente ni me notaba, pero era algo contraproducente cuando quería alcanzar la Nutella de la parte alta de los estantes en el supermercado.

Fui directo a mi habitación, era temprano, pero si me descuidaba se me iba a hacer tarde para el colegio. Hoy era un “gran día” porque se realizaba el primer partido de la temporada de futbol americano.

Janet se había quedado conmigo toda la noche, habíamos discutido de todo, de las tareas, de películas, de moda, y de chicos. Lucas era el tema principal casi siempre, pero no porque sintiera algo por el princeso, sino porque no paraba de molestarme. La última vez se había encargado de hacer girones mi ropa.

Terminé de guardar las cosas en mi mochila. Janet entró e hizo lo mismo.

—¿Tenemos que ir? —Me preguntó haciendo un puchero.

—Sí, tenemos que ir. Sabes que no voy a dejar las cosas así. —Dije firmemente.

—Pero Amalia… —protestó ella—, sabes que si tu padre se entera de las jugarretas que le has hecho a Lucas las cosas se van a poner feas. ¿No puedes dejar eso así?

—¿¡Y dejar que gané!? Eso, ¡jamás! —Exclamé. Ella rodó los ojos y volvió a hacer un puchero.

—Contigo no se puede. —Dijo rindiéndose.

—Sabes que no. —Sonreí triunfante. Me puse el bolso a espaldas y salimos directo al colegio. No me quedaba demasiado lejos. Mi padre siempre ofrecía llevarnos, pero yo me oponía tajantemente. Ya era suficiente con que fuera mi padre y el director.

—¡Mamá, ya me voy! —Grité. Mi madre, Ginger Brown, era la directora de una gran compañía de envíos internacionales, casi siempre estaba ocupada, pero eso no le impedía pasar tiempo conmigo o con Harold. Apenas escuchó mi grito bajó corriendo de su oficina y me dio un beso de despedida.

—Cuídense las dos —dijo dirigiéndose también a Janet—, te amo. —Finalizó mirándome.

—Y yo a ti. —Dije abrazándola.




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