Tal vez, para Siempre (bilogía) Libro 1

CAPÍTULO 11

Nunca me había sentido tan nervioso como ese día. No era la primera vez que jugaba un partido, pero siempre los nervios afloraban en mi interior y me hacían sentir retorcijones en la barriga; pero estos siempre iban mermando a medida que comenzaba el juego. Correr, lanzar, planear jugadas y escuchar los gritos y ánimos del público me relajaban, y entonces podía jugar con soltura y tranquilidad.

Y casi como siempre, eso nos ayudaba a ganar. Haber tenido una victoria aplastante de veinticuatro contra catorce se sentía increíblemente bien. La jugada ganadora la hizo Daniel, pero por alguna razón todos corrieron a felicitarme a mí. A él también lo vitoreaban, pero no tanto como me hubiera gustado que lo hicieran. No me gustaban las injusticias, así que yo mismo me encargué de levantarlo en mis hombros y elevarlo por los aires. Fue entonces cuando todos empezaron a darle la mano y lanzarle palabras de victoria.

—¡¡ Los leones, los leones!! ¿¡Quienes somos!? ¡¡Los campeones!! —Gritaba la gente. Los sentimientos de victoria me embargaban, era emocionante cada vez que sucedía. Como si una enorme euforia se apoderara de nosotros.

Me quité el casco porque el sudor empapaba mis ojos y no me dejaba ver con claridad. El aire fresco sobre mi cabello me hizo sentir muy bien, paré un poco la celebración y fui directo a beber agua como un desquiciado, me eché un poco encima para apaciguar mi calor, aunque ya era de noche y el viento soplaba fuerte, yo sentía mi cara arder en fuego.

—Excelente trabajo Hall. —Me dijo el entrenador dándome una palmada amistosa en el hombro. Yo hice un gesto de dolor pues había caído mal en uno de los tiempos sobre el hombro y me estaba doliendo, sabía que cuando se enfriara me dolería todavía más.

—Gracias entrenador, pero no hice el trabajo yo solo.

—Lo sé. Tu amigo White tiene mucho futuro igual que tú. —Respondió sonriente refiriéndose a Daniel.

Volteé a ver al público. La gente brincaba y saltaba, gritaban, tocaban música y se abrazaban. En cambio, el otro equipo ya se había retirado casi por completo, al igual que sus fans. La mascota del colegio hacía su baile de la victoria mientras molestaba a las porristas. Irina no volteó a verme, aunque la pillé mirándome de reojo de vez en cuando.

Realmente me había molestado con ella por lo que había hecho. La había rechazado, sí. Pero eso no le daba derecho a difamarme de esa manera. Algunos estudiantes se aprovecharon de la situación para intentar fastidiarme. Por supuesto eso no les duró mucho.

Sin embargo, no iba a volver a dirigirle la palabra a esa mentirosa. Muy tarde me había dado cuenta del tipo de persona que era. Una chica caprichosa, que si no conseguía lo que quería simplemente buscaba la manera de arruinarte.

El equipo me llamó para seguir festejando. Pero yo no les presté atención porque estaba muy distraído buscando mi celular.

—¿Qué pasa Lucas? Vamos a celebrar. — me dijo Daniel de pronto.

—Voy a buscar mi celular a los casilleros. —Respondí distraído mientras caminaba.

—Después lo buscas. —Me dijo él.

—No. Es que prometí informarle a mi padre a penas acabara. No pudo venir ya sabes, pero siempre está pendiente.

—Le avisas después. Anda vamos.

—Déjame lo busco y vuelvo enseguida. —Insistí. Para mí era muy importante avisarle a mi padre. No podía aplazarlo por nada del mundo. Daniel suspiró y asintió resignado, haciéndome un gesto con las manos en plan de “bueno, anda”.

Tomé la ropa y el termo de agua que tenía ahí junto a mi casco y salí disparado al vestuario del equipo. No podía darme el lujo de perder el celular después de haber gastado tanto dinero en el auto. Mis padres no eran faltos de dinero, pero probablemente también me harían pagar un celular nuevo si llegara a perderlo. Se encargaban de fomentarme las responsabilidades; y aunque nunca me han dejado sin nada, siempre me inculcaron la modestia y el esfuerzo al trabajo duro.

Entré al pasillo oscuro. No había nadie pues todo el mundo se encontraba en la cancha; además el colegio restringía la entrada solo a la sección de los vestuarios. Sin embargo, cuando me acercaba a la habitación empecé a escuchar ruidos extraños y voces.

Definitivamente había alguien allí. La curiosidad me entró, pero también el miedo, ¿quién podría estar allí? Si todo el mundo estaba afuera. De repente escuché los gritos de una chica seguido de la voz de varios hombres cargadas de burlas y amenazas. Entonces no me aguanté más y entré de golpe.

Mi corazón ya venía acelerado, pero incrementó su ritmo cuando mis ojos se encontraron con la escena. Unos cuatro chicos de la hinchada de los halcones de Green estaban en el lugar.




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