Tal vez, para Siempre (bilogía) Libro 1

CAPÍTULO 14

Sentí que fue una eternidad el tiempo que nos quedamos mirándonos. Ella no decía nada y yo tampoco, las personas pasaban a nuestro alrededor tropezándose con nosotros, hasta que, al fin, una chica de su grupo de bailarines rompió la conexión de miradas entre ella y yo.

—Amalia, ¿qué sucede? —Le preguntó. Ella tardó un tiempo en responder.

—Ah… nada. —Dijo sin quitarme la vista de encima.

—¿Quién es él?

—Soy Lucas —Extendí mi mano sana rápidamente antes de que ella pudiera decir cualquier cosa—, soy un… amigo. —Dudé en pronunciar esa última palabra. Precisamente eso no éramos. La verdad, no tenía idea de qué éramos ahora.

—Yo no diría eso. —Respondió a secas mientras volteaba a ver a su amiga—. Nos tenemos que ir, ¿me acompañas?

—Amalia, espera —le dije—, quiero hablar contigo.

En realidad, no tenía idea de qué le iba a decir. No había ensayado nada, ni siquiera tenía idea de que ella estaría aquí.

—Te esperaré afuera. —Le dijo la amiga, ella la miró con ojos suplicantes, pero no tuvo tiempo de protestar.

—Ven. —Susurró refunfuñando mientras me tomaba del brazo sano y me arrastraba a otro lado. Caminamos en silencio por un corto pasillo hasta un salón. Me metió ahí y cerró la puerta con sigilo—. Habla.

¿Qué le iba a decir? Esto fue una pésima idea. El corazón me latía acelerado, me había puesto nervioso, yo nunca me ponía nervioso. ¿Por qué provocas esto en mi Amalia?

—Yo… quería una explicación. —Empecé a decir. Fue lo primero que se me ocurrió para salir de esa situación.

—¿Sobre qué? —Preguntó desviando mi mirada. Ella también parecía nerviosa.

—Sobre esa noche.

—No entiendo, ¿a qué te refieres?

—Bueno, para empezar, ¿qué estabas haciendo tú ahí ese día?

Abrió la boca para responder, pero no salió ningún sonido. Volteó la cabeza y miró a todos lados como buscando la respuesta en algún lado.

—Pues… la verdad es que yo… —Empezó a morderse el labio con insistencia. Se veía adorable haciendo eso «¡No, Lucas, ¡concéntrate!»

—Tú… —Dije, intentando ayudarla a continuar.

—¡Ay! Te voy a decir la verdad —su mirada cambió de la divagación a firme. Sus ojos marrones profundos voltearon a mirarme con seguridad—. La verdad es que entré a jugarte una broma.

—¡Ja, ja, ja, ja! —No pude evitar soltar una risotada de repente. Sonreí lleno de alivio, por un segundo había creído que ella había estado ahí involucrada con aquellos tipos.

—¿Te parece gracioso?

—Claro que sí —dije entre risas—, ahora todo tiene más sentido.  —Amalia sonreía. Era la primera vez que la veía sonriendo genuinamente a mi lado.

—De verdad lamento lo que te pasó. —Dejé de reírme y cambié mi expresión, endureciendo un poco las facciones.

—No te preocupes, no me hicieron daño de verdad.

—Tu hombro no dice lo mismo.

—Ese no es mi brazo lanzador. —Dije guiñándole un ojo.

—Gracias. —Dijo en un susurro. De no haber sido porque estábamos en un salón con una acústica diferente; y el hecho de que estábamos solos, no la habría escuchado.

—¿Qué dijiste? —Pregunté acercándome a ella. De repente vi como volvió ese peculiar rubor a sus mejillas, se echó hacia atrás.

—No lo voy a repetir.

—Está bien. Pero a cambio, te propongo algo.

—¿Qué? —Me miraba con curiosidad, incluso podría decir que con menos odio. Su actitud era completamente diferente a la de antes.

—¿Tregua? —Pregunté extendiendo mi mano. Ya no quería hacerle más bromas a Amalia, aunque esa fue una curiosa forma de acercarme a ella, pero realmente deseaba que me mirara de otra manera.

—Está bien. Tregua. —Dijo ella suspirando, me dio la mano y sentí un cosquilleo extraño cuando nuestras palmas se tocaron. La miré directo a los ojos y ella a mí. No supe cuánto tiempo duró eso, pero para cuando me di cuenta, estábamos más cerca el uno del otro que antes.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.