Dos semanas después…
La férula se había ido, y ya tenía una semana yendo a rehabilitación. Mi hombro no estaba funcionando al cien por ciento, pero al menos ya podía entrenar. Estar casi un mes sin practicar nada de ejercicio había mellado en mi cuerpo. Me cansaba con más facilidad, pero poco a poco me iba recuperando.
Brayan me miraba con odio cada vez que me veía entrenando, sabía que era cuestión de tiempo para volver a recuperar mi posición como mariscal de campo, y eso le molestaba. No iba a negar que me fascinaba verlo enojado, sobre todo porque odiaba verlo con Amalia.
Desde el día de la confrontación en la cafetería me la encontraba muy poco. Sabía que me estaba evitando, cuando la veía salía corriendo en la dirección contraria. Pero ya no la encontraba con Brayan. En cambio, su amiga Janet se la pasaba mucho tiempo con él. Me pareció extraño, pero no le puse mucha cabeza al asunto.
Lo único que yo deseaba era acercarme a ella otra vez; pero había sido un completo estúpido, y lo más probable era que no quisiera volverme a hablar nunca más.
—Este fin de semana es la fiesta. —Dijo canturreando Eric.
Había olvidado por completo la invitación a la casa del lago.
—Es verdad. —Admití distraído mientras miraba a los de cuarto entrar al salón. Tenía la esperanza de volverla a encontrar, pero no apareció.
—¿Vas a ir? —Me preguntó.
—Sí, claro —dije mirándolo—. Nunca me la perdería.
—Es el perfecto descanso después de esos exámenes.
—Eso, ni lo pongas en duda. —Dije riendo. Al fin me había puesto al día con las materias y según yo, me había ido bien.
Todos los años Ian hacía una fiesta de esas, y cada año aumentaba el número de gente que iba. Lo bueno es que solo pasaban el sábado hasta el amanecer del domingo; luego todos se iban a sus casas y nos quedábamos solo los siete. Ahora, al estar separado de Irina, no estaba seguro de que se quedara. A ella tampoco la había vuelto a ver, solo me la topaba en la clase, pero había cambiado de asiento para ya no estar a mi lado; y de vez en cuando en los pasillos, sobre todo cuando Lila conversaba con Daniel.
La hora de la salida estaba cerca. Ya podía conducir mi auto; pero mamá insistía en llevarme y traerme. Al final llegamos al acuerdo de que Daniel me llevaría a casa todos los días.
—¿Nos vamos? —Preguntó.
Asentí y me subí a su auto.
—¿Listo para la fiesta de este fin de semana? —Preguntó entusiasmado.
—Sí. —Contesté sin muchos ánimos.
—Ah bueno, pero ¿qué pasa? —Dijo con tono dramático.
—No sé, me siento desanimado.
—¿Es por ella? No te entiendo, eres Lucas Hall, ¿por qué simplemente no vas y le dices lo que sientes?
—No es tan fácil, ella es diferente.
Daniel frenó el auto en seco justo en un semáforo y volteó a mirarme enarcando una ceja.
—¿En serio? “Ella es diferente” —Dijo mofándose, me dio un palmazo en la cabeza y se echó a reír —. No seas imbécil, ¿de cuándo acá le tienes miedo a las mujeres?
Tenía razón, nunca me había costado acercarme a una chica, no podía dejar que Amalia me derrumbara.
Llegamos a mi casa, Daniel se despidió de mí y de mi madre que me esperaba preocupada en la puerta. Subí de inmediato para preparar el bolso que me llevaría al día siguiente al fin de semana en el lago. En años anteriores habría estado brincando en una pata. Siempre iba con Irina y pasábamos momentos interesantes, aunque nunca llegábamos a nada más que las caricias. Eso a ella le molestaba.
Pero este año era diferente, estaba soltero, enamorado de una chica que aparentemente me odiaba, y con un brazo medio descompuesto.
Convencer a mi madre de que me dejara ir fue un suplicio. Al final una video llamada con mi padre fue el clavo justo para ese martillo.
Me lancé de una zambullida a la cama mientras revisaba los mensajes. La chica misteriosa no me había vuelto a escribir desde ese día. A pesar de que me había dicho que no le importaba ser mi amiga, desde que le había confesado mis sentimientos por Amalia, no me había contestado ni un mensaje.