No supe cuánto tiempo estuvimos besándonos, pero a mí me pareció una eternidad. Lentamente nos separamos, abrí los ojos porque mi corazón estaba muy acelerado; tenía miedo de su reacción. Mi cara estaba lista para esperar la bofetada, pero eso no ocurría. En cambio, Amalia tenía los ojos cerrados, y todavía inclinaba su cara un poco hacia mí.
Sus ojos cafés me miraron. Tenía las mejillas completamente sonrojadas, y estaba seguro de que el alcohol no tenía nada que ver. Parecía confundida, pero no disgustada.
—Lucas… ¿Qué… que es esto? —Preguntó atontada.
—No lo sé. —Dije suavemente. No me había dado cuenta de que la sostenía por la cintura. Ella no daba ninguna señal de que quisiera que la soltara, así que no lo hice.
Amalia me miraba, se notaba que no sabía que decir. Yo tampoco.
—¿Qué significa…? —Volvió a preguntar.
—Lo único que sé, es que no sé en qué momento te volviste lo más importante para mí —no tenía idea de dónde me salían esas palabras, yo no tenía problemas con las chicas, pero esas palabras tan cursis nunca habían salido de mi boca.
Sus ojos brillaban, y no era la luna ni las estrellas que se reflejaban en ellos, tampoco era el licor, pues parecía que toda aquella borrachera se le había pasado en un instante. Sus ojos parecían agua. Esbozó una sonrisa y eso provocó que una pequeña lágrima saliera de sus ojos, ¿por qué lloraba?
—Lucas… yo… —su siguiente reacción, no me la esperaba, pues se levantó de puntitas para llegar a mi rostro, me tomó de las mejillas y me devolvió el beso. Me impresioné, pero no tuve tiempo a quedarme en shock, que ella me devolviera el beso significaba que sentía lo mismo que yo. O que estaba muy borracha como para distinguirme de cualquiera.
La abracé con fuerza enredando mis dedos en su cabellera rubia. La levanté suavemente porque ya me estaba empezando a doler la espalda, realmente era demasiado bajita. Sentí como sus brazos también me rodearon, y así estuvimos un buen rato.
Después la solté, dejándola de nuevo en el suelo. Su respiración y la mía eran agitadas. Sus mejillas seguían rojas y estaba seguro de que las mías también. Me sentía como el hombre más feliz del planeta. Llevé una mano por detrás de mi cabeza como siempre que hacía cuando me ponía nervioso. ¿y ahora qué le decía?
—Lucas, tengo que irme. —Dijo de pronto.
—¿Por qué?
—Janet… la he dejado sola y ella no sabe comportarse cuando bebe. —Respondió todo apresurado, como si quisiera huir de mí. No esperó una respuesta de mi parte, pues de inmediato salió casi corriendo de la terraza de nuevo abajo.
No supe cómo reaccionar a eso. ¿Le gustaba o no? Estaba empezando a incomodarme la forma en la que huía de mí. Sin embargo, el recuerdo de sus labios en los míos me hacía estremecer. Quise suspirar como niña de primaria, pero no lo hice porque me iba a ver muy pendejo.
A pesar de eso, la sonrisa no se me borraba del rostro. Salí de la azotea en dirección al lago. La gente se había vuelto a reunir, habían hecho una fogata y asaban malvaviscos y carne mientras sonaba la música a todo volumen.
—¡Ahí estás! —Me gritó Diego.
—¿Me buscabas? —Le pregunté despreocupado.
—¡Sí! ¡Me la debes! Te recuerdo que te he ganado una apuesta.
Me había olvidado por completo de la partida de billar con Diego. Realmente a estas alturas no me importaba lo que me mandara a hacer. Estaba demasiado feliz y eso no me lo iba a arruinar.
—A ver, dime, ¿Cuál es el reto?
—El reto es… que debes decirle a Amalia todo lo que sientes por ella.
Me le quedé mirando y solté una carcajada.
—¡Ja, ja, ja! Muy tarde —no era mi intención decirle lo que había pasado a mis amigos. Al menos no todavía, pero no pude evitar soltarlo, la cosa me causaba mucha gracia.
—¿¡Cómo que muy tarde!? —Exclamó Diego.
—¿Tarde para qué? —Preguntó el metiche de Eric que se acercaba con Ian y Daniel. Me llevé una palma a la frente. No me iban a dejar en paz.
—Reté a Lucas a confesarle sus sentimientos a Amalia, pero dice que es muy tarde.