Estaba molesto, tenía unas enormes ganas de volver y matar a Brayan, pero la mano de Amalia sobre la mía me tranquilizaba bastante. Ella no dijo nada, miraba al frente mientras yo conducía. No tenía idea de cómo empezar una conversación con ella, al fin y al cabo, no era como las demás.
—¿Hablaremos de lo que pasó anoche? —Dijo después de quince largos e incómodos minutos. Me aliviaba que ella tomara la iniciativa y no yo, eso me hacía sentir mucho más confiado.
—¿Lo recuerdas? —Pregunté intentando hacerla reír. Ella me miró enarcando una ceja, pero luego soltó una leve risita.
—¿Preferirías que no? —Preguntó. ¿¡Acaso estaba loca!? ¡Claro que quería que lo recordara! Cada minúsculo e insignificante detalle.
—Eso ni lo digas. Sería muy incómodo tener que explicarte algo así, sin que pienses que me propasé contigo. —Intenté reír, pero no me salió más que un sonido extraño. Ella me ponía muy nervioso. Sin embargo, intenté disimularlo lo más que pude.
—¡Ja! No soy de ese tipo de mujer. Y, para tu mala o buena suerte, lo recuerdo perfectamente.
—No le diría mala suerte a eso.
Volteé a mirarla con la comisura de mi ojo, intentaba mantener la vista en el camino porque no quería provocar un accidente, pero me moría de ganas por ver sus expresiones. Estaba sonrojada y evitaba mi mirada a toda costa. Veía al frente o hacia la ventana.
—Entonces… ¿de verdad soy lo más importante para ti? —Recordaba claramente haberle dicho eso. Sentía una enorme vergüenza ahora. Todo lo que dije, lo dije porque lo sentía de verdad.
—No sé en qué momento sucedió eso, Amalia.
—¿Te digo la verdad? —Mi corazón se aceleró. Asentí con la cabeza como un muñequito bailarín de auto.
—Me gustas desde hace un tiempo. —Soltó. Con total naturalidad como si estuviera hablando del clima. Abrí los ojos como platos, sabía que no era la típica chica sumisa y tonta, pero no sabía a qué nivel estaba ella realmente. Tragué en seco.
—No sé qué decir. —Dije soltando una risa nerviosa.
—Ya sé que te pongo nervioso, no lo disimules. —Esbozó una inmensa sonrisa que me paralizó por completo. Era tan hermosa.
—Pensé que me detestabas. —Dije, intentando desviar un poco el tema.
—Si te detestaba —dijo seria—, tampoco sé cuándo cambió eso. —Luego, esbozó una sonrisa con el final de esa frase.
Nos quedamos en silencio mientras seguía conduciendo. El ambiente de incomodidad que había sentido al principio ya no estaba; en cambio, me sentía como en nuestra propia y única burbuja.
El resto del camino estuvimos hablando de cosas banales y bobas, de cosas graciosas o serias. Escucharla reír era increíble. De vez en cuando la miraba, y nuestros ojos se encontraban, entonces ella bajaba la mirada y sus enormes pestañas cubrían sus ojos cafés. Para cuando entramos a la ciudad, de alguna manera su mano estaba entrelazada con la mía. No decíamos nada, no necesitábamos decir nada. La armonía entre los dos era simplemente perfecta.
—Ah… no sé dónde vives. —Empecé a decir.
—No quiero ir a mi casa.
—Entonces ¿a dónde te llevo?
—A la casa de Janet.
—¿Estás segura?
—Sí. No puedo dejar que siga pensando eso de mí. —Me gustaba la lealtad que parecía profesarle a sus amigos, sin embargo, pensaba que no era tan buena idea que fuera a enfrentarla justo ahora.
—Está bien, dame la dirección.
Me pasó el GPS indicándome dónde quedaba la casa de Janet. Sorprendentemente no quedaba demasiado lejos de donde yo vivía. Llegamos al sitio en menos de veinte minutos.
—Espérame aquí. —Me indicó.
Quería decirle que yo podía acompañarla, que podía contar conmigo. Pero ¿de qué ayuda le iba a servir yo?
—¿No quieres que vaya contigo?
—No. Esto lo debo arreglar sola.
Dicho eso se bajó del auto, tomando una enorme bocanada de aire y soltándolo todo de un golpe al cerrar la puerta. La vi caminar hacia la entrada de la modesta, pero elegante casa de Janet.