Tal vez, para Siempre (bilogía) Libro 1

CAPÍTULO 20

Amalia

 

No podía dejar de pensar en lo que había sucedido con Janet y Brayan. Me sentía muy estúpida por seguirlo usando a pesar de saber lo que mi amiga sentía por él. Pero era genial ver la cara de celos de Lucas cada vez que me veía con él.

Ahora me daba cuenta de que se me habían salido las cosas de las manos.

Janet me había mandado al demonio, literalmente. Lo bueno es que todavía no inventaban un autobús hasta allá.

Estaba tan enojada que por un momento me había olvidado por completo que Lucas se me había declarado irremediablemente y eso me volvía loca.

La noche anterior me había emborrachado porque estaba tan frustrada de verlo allí. Lo había estado evitando casi dos semanas desde que me había confesado lo que sentía.

Por supuesto él no lo sabía.

No tenía idea de que los mensajes de la chica misteriosa eran míos. Tampoco tenía idea de que me gustaba en secreto desde el día en que me había salvado, incluso desde antes, y no sabía cómo había sucedido eso, simplemente entre tanta broma y broma, y esos encuentros (que según yo habían sido incómodos, pero en realidad no) había terminado por gustarme irremediablemente.

Lo recordaba y un escalofrío me recorría el cuerpo.

Por supuesto yo no me había dado cuenta de lo que sentía. Pero luego fui a verlo al hospital para agradecerle y lo escuché discutir con Irina por mí. Eso me hizo pensar muchas cosas; sin embargo, admitir que estaba enamorada de él después de todo lo que había pasado entre nosotros, era difícil.

La cereza del pastel fue el día de la presentación de baile. Intentaba ser odiosa y distante; pero su cercanía, y verlo tan frágil con esa férula me hacía temblar las piernas. Me moría de ganas de saltar sobre él y besarlo, por supuesto, no lo hice.

Ahora íbamos tomados de la mano, en el auto de su mejor amigo escuchando una canción cursi mientras esperaba que me respondiera cómo se suponía que tenía que compensarlo.

—¿Me dirás cómo tengo que compensarte? —Le pregunté. Estaba nerviosa. Quería parecer confiada, y creo que lo estaba logrando bastante bien, pero Lucas a veces actuaba tan misterioso y seductor, que no podía evitar sonrojarme.

Detuvo el auto y volteó a mirarme. Me quedé hipnotizada con sus ojos azules, su tez blanca y su cabello negro. Y esa sonrisa, ¡por favor! ¡esa sonrisa!

—Sé mi novia. —Dijo de pronto. No pude evitar abrir los ojos como platos. Cómo deseaba tener ahí a Janet para gritar como colegiala y preguntarle qué hacer. Aunque no estuviera molesta conmigo, igualmente no podría hacer eso.

Definitivamente yo quería estar con él. Sabía que lo suyo con Irina se había terminado hacía casi dos meses, y era bastante obvio que el resentimiento entre los dos se había esfumado.

Pero todavía tenía mis dudas. Lucas era muy diferente a mí, o eso creía. Realmente no lo conocía lo suficiente como para formarme una opinión más certera.

Lo miré fijamente por mucho tiempo, o tal vez, fueron unos escasos segundos. Lo único que sabía era que quería perderme en esos ojos para siempre. Mi corazón latía muy acelerado, sabía que estaba sonriendo como una tonta a pesar de que mi cerebro intentaba mantener la compostura.

«¿Lo beso? ¿Asiento? ¿Le digo que sí? ¿¡Qué hago!?»

Al final, me decanté por lo primero. Esos labios rosados y carnosos me invitaban a besarlo con locura.

No supe en qué momento me acerqué tanto a él; para cuando me di cuenta ya estaba tan cerca que podía sentir su cálido aliento en mi rostro.

—Sí. —Susurré, y entonces lo besé. Cerré los ojos y él me imitó. Nos hundimos en un beso largo y romántico. Lento y suave. En un momento sentí como llevaba sus manos hasta mi cabello, enredándolo entre sus dedos. Estaba en el cielo. Nunca había sentido algo así con nadie. Lucas me movía el piso en muchos sentidos.

Sentí como nuestras respiraciones se aceleraron, el beso se hizo más prolongado e intenso, y entonces me obligué a separarme de él.

Puso su frente contra la mía mientras sonreía agitado. Mi corazón iba a mil por hora, sentía un enorme cosquilleo en mi estómago. Pensé en las fulanas mariposas y entendí que no eran boberías cursis. Las mariposas definitivamente se sentían.




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