Tal vez, para Siempre (bilogía) Libro 1

CAPÍTULO 21

Esa mañana me levanté tan feliz, que casi me pongo a bailar en el pasillo de camino al baño. Siempre me arreglaba bien, pero hoy tenía que ser mucho mejor que antes. Me puse a tararear una canción pegajosa que tenía en la cabeza mientras me afeitaba los vellos de la cara. Nunca me había gustado tener barba.

Había quedado con Amalia para pasar por ella. Me emocionaba ver la reacción de mis amigos, de Irina, de todo el colegio; pero en especial, de Brayan. No lo había vuelto a ver desde que le di el golpe en la cara. Esperaba que no me buscara problemas porque ya mi hombro se había recuperado de la lesión y no tenía ganas de volver a lesionarme.

Me puse mi mejor ropa y bajé muy animado las escaleras. Mi madre me esperaba con el desayuno como siempre.

—Veo que estás muy feliz, ¿alguna novedad? —Me preguntó mientras ponía el sándwich en la mesa.

—Puede ser. —Respondí con una media sonrisa.

—¿No le vas a contar a tu madre?

—Sí lo haré. Pero después, estoy muy apurado. —Me despedí de ella dándole un beso en la frente, mientras llevaba medio pan en la boca. Me bebí el jugo de un tirón y salí corriendo a mi auto. Vi la hora, ya era tarde y Amalia vivía al otro lado.

Subí a mi preciado auto. Tenía un tiempo considerable sin conducirlo y ya extrañaba la sensación de estar al volante. La casa de Amalia se encontraba a mas o menos media hora de distancia, aunque; si no había tráfico, podría llegar en veinte minutos.

Cuando llegué la vi ahí parada. A una cuadra de donde realmente vivía porque no quería que su padre supiera lo nuestro, lo cual me parecía innecesario considerando que era el director de la escuela y sería inevitable que se enterara.

Traía puesto un vestido que le llegaba justo a las rodillas, de color verde oscuro. Resaltaba muy bien con su tono de piel y su cabello. Al verme, sonrió, y yo no pude evitar hacer lo mismo. Su sonrisa me volvía loco. Le abrí la puerta del copiloto y entró.

—Hola, pulga. —Dije saludándola.

—Hola, princeso. —Me guiñó el ojo y se echó a reír. Todavía sentía cierta vergüenza cuando me miraba, quería besarla, pero temía que no quisiera que fuera demasiado meloso. Afortunadamente para mí, ella era una chica de armas tomar. Vi que se acercaba, y entonces la imité, antes de que pudiera terminar lo que iba a hacer, y la besé.

Amalia sonrió y sus mejillas se llenaron de sangre de inmediato.

—¿Nos vamos?

Ella asintió y puse el auto en marcha de nuevo.

—¿Resolviste las cosas con Janet? —Le pregunté, mientras íbamos de camino.

—No. Todavía no quiere hablarme. Esperaré a que se le pase la rabieta. —Tomé el volante con una sola mano y la otra la puse justo en el medio entre los dos para que ella la tomara. Lo hizo y mi corazón se aceleró. Le apreté ligeramente la mano.

—Espero que se arreglen. —Dije sinceramente. No me gustaba verla triste.

—Yo también. Pero eso no me preocupa ahora.

—¿Qué te preocupa entonces?

—Mi papá. ¿Sabes lo que te hará si se entera de esto? —Dijo señalándonos a los dos.

—No le tengo miedo a tu padre —en realidad, sí le tenía miedo, pero no le iba a demostrar cobardía.

—¡Ja, ja, ja! Cosita, crees que mi papá no te hará nada. —Dijo ella riendo a carcajadas. Me reí, pero en realidad era por nervios, tragué saliva y seguí mirando al frente, no quería pensar en el papá de Amalia tan pronto.

Al llegar me estacioné justo frente a la entrada, donde siempre lo hacía. De lejos pude ver que Daniel y los demás ya habían llegado. De hecho, casi todo el colegio se encontraba afuera. El corazón se me aceleró. Sabía que iban a hablar, aunque claro, con lo que había pasado en la fiesta, seguramente ya se habían hecho muchos rumores.

Me bajé del auto primero y fui a abrirle la puerta como buen caballero, pero ella ya se había bajado.

—Se supone que debo abrirte la puerta.

—Ni que estuviera lisiada. —Respondió volteando los ojos, luego, me extendió su mano y sonrió.

—¿Vamos?

Tomé su mano y la entrelacé a la mía. Empezamos a caminar directo hacia la entrada. Con la comisura de mis ojos pude ver como los demás estudiantes se nos quedaban viendo. Pero la cereza del pastel fue ver a mis amigos, todos boquiabiertos, viéndome avanzar con Amalia.




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