Tal vez, para Siempre (bilogía) Libro 1

CAPÍTULO 22

Me devanaba los sesos pensando cual sería el mejor lugar para llevarla. Usualmente no pensaba tanto en eso, Irina era una chica muy básica. La podía llevar a cualquier restaurante y era feliz. Pero con Amalia lo sentía diferente. Quería impresionarla, de verdad.

Me había dicho que le gustaba la naturaleza, mi primer pensamiento fue llevarla a un parque, pero no estaba seguro si esa sería una buena idea.

Nos habíamos despedido esa tarde con la promesa de que saldríamos el fin de semana, lo malo era, que ya habían pasado cuatro días desde ese momento; y todavía no se me ocurría nada.

Con la excusa de que era una sorpresa me libraba de tener que decirle, pero el tiempo se me agotaba y mi cabeza no había ideado un plan.

—¿Has pensado en el parque Piedmont? —Me preguntó Daniel mientras se estiraba para comenzar la práctica de futbol.

—Sí, pero no sé. No me termina de convencer —. El parque Piedmont no estaba mal, pero sentía que era demasiado genérico, demasiado concurrido y de plano, demasiado típico.

—No lo pienses tanto, si ya aceptó salir contigo es porque se siente bien a tu lado. Dudo mucho que le importe demasiado. —Respondió despreocupado.

El entrenador hizo sonar el silbato y comenzamos a correr. Yo, ya sudaba, y no era precisamente por el ejercicio. Ella me hacía querer buscar lo mejor; después de todo, se lo merecía, y aunque Daniel dijera que no le iba a importar; y tal vez tuviera razón, a mí si me importaría.

El entrenamiento fue intenso, terminé chorreando agua como si una regadera se hubiera posado sobre mi cabeza. Amalia no estaba ahí en ese momento, porque tenía una importante clase de biología. Y me alegré de eso, pues me daba un poco de vergüenza que me viera todo empapado de sudor, o peor, que me oliera.

Salimos corriendo a las duchas. Me cambié de prisa porque quería verla antes de volver a casa.

—¿Cuándo nos la vas a presentar oficialmente? —Preguntó Daniel. Ian nos escuchaba atento mientras se cambiaba. Volteé la cabeza disimuladamente, Brayan nos estaba mirando desde lejos, y podía sentir su pesada mirada sobre mí.

Lo del incidente en la casa del lago había quedado ahí, afortunadamente. Aunque sí había llegado con el ojo morado a la práctica. Siempre que podía me miraba furioso, y cuando el entrenador mandaba a practicar tacleadas o defensas, casualmente; o me “golpeaba demasiado” o “no se daba cuenta” y terminaban arrojándome al suelo.

Di gracias de que no tendría que jugar con él en un partido real, o acabarían matándome antes de que él moviera un dedo por mí.

—Ustedes ya la conocen. —Dije.

—Sí, pero solo de saludo y ya —se quejó Ian.

—¿Qué más quieres?

—Bueno, si ella te tiene tan loco, entonces es porque va en serio —explicó—, entonces, eso significa que ya la podemos considerar parte del grupo.

—Olvidas que en el grupo también está Irina y Lila —Respondí irónico.

—Lila ni me habla —dijo Daniel—, un momento estábamos bien y luego, simplemente me dejó de hablar y no dijo por qué —se encogió de brazos como si realmente no le importara.

—¿Eso no te molesta? —Pregunté ligeramente asombrado.

—No. —Dijo despreocupado.

Me eché a reír y los demás me imitaron. Daniel era un caso serio.

Terminamos de alistarnos y cada uno se fue por su lado. Me dirigí hacia el salón donde Amalia tenía clases para esperarla. Por suerte para mí, todavía no había salido. La observé desde la ventanilla de la puerta. Se veía muy concentrada escribiendo lo que el profesor dictaba. Parecía una máquina de escribir, pues el lápiz se movía velozmente de un lado a otro del cuaderno con agilidad.

Sonreí mientras la observaba embobado, ella realmente me hacía esbozar la sonrisa más bobalicona del universo. No se había dado cuenta de que la estaba mirando, ni siquiera cuando el timbre sonó y comenzó a alistar sus cosas para irse.

Me aparté de la puerta para dejar salir a la gente mientras esperaba verla a ella. Salió mirando hacia abajo, aún organizando los cuadernos en el bolso. La jalé del brazo para acercarla a mí.

Al principio se sorprendió, pero luego se relajó al ver que era yo. Me regaló una sonrisa que provocó que mi corazón se acelerara.

—Me asustaste. —Dijo sonrojándose.




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