¡Por fin habían llegado las vacaciones!
La última semana fue la más ardua por los exámenes; pero eso se compensaba porque ya no tendríamos que volver a pisar los interminables pasillos de la escuela. Al menos no por lo que quedaba de los próximos veinte días.
Daniel, Diego, Ian, Eric y yo habíamos planeado un muy alocado itinerario para esos días; que incluía ir al cine, a la playa, al parque, y a la casa del primero que saliera sorteado en un papelito para beber hasta el amanecer.
Pero esos planes habían sido antes de que yo empezara a salir con Amalia; Daniel terminara por completo con Lila, y Diego empezara a salir con una chica de otra escuela. Ian y Eric seguían siendo los eternos solteros, y los únicos disponibles para todos los planes del invierno.
—No puedo creer que nos abandonen —se quejaba Ian.
—No los estamos abandonando, piensa que tendrán más tiempo para conquistar chicas —le decía Diego.
—¡Vamos! Habíamos planeado ir a la playa todos juntos. Sin ustedes me voy a aburrir como una ostra.
—¿Ah? O sea ¿yo estoy pintado en la pared? —Se quejó Eric ofendido.
—Sabes lo que quiero decir.
—Ya les dije que lo de la playa si va. Amalia también quiere ir —dije despreocupado.
—¿Y tú? —le preguntó Ian a Diego.
—No lo sé, le preguntaré.
—Yo estoy adentro, lo saben. —Habló Daniel, que había estado callado todo el rato.
—¿Entonces de qué se quejan? —pregunté.
Los cinco nos echamos a reír a carcajadas mientras subíamos al auto.
Después, cada uno se fue a su casa y terminamos planeando todo un viaje a south beach. Estaba muy entusiasmado por contarle a Amalia sobre nuestro viaje.
Llegué a casa y me cambié de prisa. No la pude esperar en el colegio porque ella salía primero que yo, así que había pensado pasar por su casa para sorprenderla.
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Toqué a la puerta tres veces con el puño. Todavía no me acostumbraba a que su padre me recibiera en la puerta. Era extraño tener que ver al director después de salir de vacaciones; usualmente no lo quieres volver a ver hasta el último segundo en que sea absolutamente necesario cuando vuelves a clase; en cambio, yo iba y lo buscaba voluntariamente.
—Hola señor Brown, ¿está Amalia? —saludé cuando me abrió la puerta.
—¿Para qué me preguntas eso si ya sabes la respuesta? —. Siempre terminaba sacándome de lugar sus preguntas. Me quedé congelado sin saber qué responderle. Él me miró fijamente y luego se echó a reír a carcajadas—¡Ja, ja, ja! ¡Estoy bromeando!
Me eché a reír; pero en realidad sudaba frío. Su sentido del humor me ponía nervioso.
—¿Puedo pasar?
—Claro, no olvides que tengo una colección preciosa de escopetas, pistolas y otras armas —me guiñó un ojo y se apartó para dejarme pasar. Sus amenazas sutiles (no tanto en realidad), me ponían nervioso.
Entré y me quedé parado como imbécil en la sala. Harold salió corriendo a saludarme cuando me vio.
—¡Lucas! ¿Cómo estás?
—Muy bien, ¿y tú campeón?
—Mal. Amalia arruinó mi puntuación perfecta en el juego —se quejó haciendo un puchero muy tierno. Era un niño adorable.
—No mientas mocoso —dijo ella. No me había dado cuenta de que venía bajando las escaleras; volteé y como siempre, me quedé ensimismado mirándola, incluso en esa ropa gigante que se ponía para estar en casa; se veía hermosa. —Hola princeso —me regaló una sonrisa y un ligero rubor en las mejillas.
—Hola pulga.
—No sabía que vendrías. Vamos —me extendió la mano para que la tomara, no había terminado de bajar las escaleras así que estaba ligeramente inclinada hacia delante. Le tomé la mano y me dispuse a seguirla.
—Amalia. Puerta abierta —amenazó el papá con un tono autoritario, como el que usaba cuando reprendía estudiantes en el colegio.
—Sí papá.
Harold se disponía a seguirnos, pero Amalia se detuvo y le dio un ligero empujoncito en la frente.