Había pasado un día desde que Amalia y yo nos habíamos peleado. El enojo había mermado bastante en mi cabeza, pero cuando pensaba que todo podía haber sido un enorme plan maestro para que se burlara de mí; la rabia volvía.
No sabía cómo debía sentirme; ¿De verdad ha estado jugando conmigo todo este tiempo? Sacudí la cabeza sopesando la idea. No podía ser así; simplemente porque sus ojos me decían que no.
Ella había intentado comunicarse conmigo desde esa tarde, pero yo le rechazaba los mensajes y las llamadas una y otra vez.
—“Lucas, por favor, respóndeme”.
—“Te juro que no era ninguna broma, me enamoré de ti”.
—“Te extraño”.
Todos y cada uno de los mensajes los dejaba en visto. Necesitaba tiempo para pensar, para entender la situación; así que ese día llamé a Daniel.
—Voy bajando a tu casa.
—Está bien —me respondió él.
La verdad era que estaba a unas pocas cuadras porque ya había salido antes de si quiera llamarlo. Toqué a su puerta y su madre me recibió enseguida.
—¡Lucas! ¡Cómo has crecido!
—Hola señora White —saludé amable, ella me indicó con la mano que siguiera; subí deprisa las escaleras directo al cuarto de Daniel.
Este se encontraba jugando en la computadora solo con un pantalón de algodón y sin camisa.
—¡Ey hermano! —Dijo saludándome mientras giraba en la silla. Nos dimos un choque de puños; de los que siempre solíamos hacer, y me senté sobre su cama.
—¿Llevando la buena vida? —le pregunté sarcástico.
—¡Por supuesto! Frituras, juegos, y cinco días sin bañarme —. Soltó una carcajada y yo también.
—Eso explica el olor —me tapé la nariz fingiendo que olía horrible.
—¿Qué haces por aquí? Pensé que estarías saliendo todos los días con Amalia —comentó mientras le ponía pausa a su juego.
—Desde ayer no la veo.
—¿Qué? ¿Por qué?
—Mmm, esto se cuenta mejor con alcohol, ¿vamos a tu chalet? —le pregunté.
—Pero mi mamá está ahí. Mejor tomamos acá —se puso de pie y cerró la puerta del cuarto; luego, del closet se asomó una mini nevera, de donde sacó dos cervezas de lata.
—Tienes tus trucos, alcohólico —le dije a modo de broma.
—¡Ja, ja, ja! Siempre —me arrojó la lata y yo la atrapé en el aire.
—No has perdido el brazo.
Nos volvimos a sentar y cada uno abrió su lata. El sonido refrescante del gas de la bebida me hizo sentir como que la necesitaba a gritos. Le di la primera sorbida y el líquido helado se hizo paso por mi garganta. El sabor ligeramente amargo provocó que se estremeciera mi cuerpo.
» Ok, cuéntame lo que pasó.
—No lo sé exactamente. Todo iba muy bien, y de pronto descubro que me mintió todo el tiempo.
—¿De qué hablas?
—¿Recuerdas la chica de los mensajes misteriosos? —él asintió mientras le daba otra probada a la cerveza—, pues, era ella.
—Te lo dije, pero no quisiste creerme.
—Voy a tener que empezar a hacerte más caso.
—Ajá ¿y luego? ¿Eso es todo?
Asentí mientras bebía de nuevo. Le agarraba el gusto después de un tiempo.
—En ese tiempo ella y yo nos jugábamos bromas, ¿Qué tal si eso no ha cambiado? —pregunté más para mí mismo que para él.
—¿Eres idiota o qué? —su pregunta me sacó de onda. Enarqué una ceja esperando que continuara—, para empezar, es una tontería total. Y, para terminar, es obvio que a ella le gustas.
—¿Cómo estás tan seguro? ¿Qué tal que está haciendo todo esto para vengarse de mí?
—¡Ay, Lucas! Es obvio que te mando esos mensajes anónimos porque ustedes “se odiaban” —enmarcó eso entre comillas; y me puso a pensar.
Ella y yo supuestamente no nos soportábamos en esa época; y, lo más lógico es que intentara acercarse a mí de otra manera.