Tal vez, para Siempre (bilogía) Libro 1

CAPÍTULO 27

Me sentía como un tonto por la forma en la que había actuado el día anterior. El sol salió bien temprano en la mañana y se reflejó feroz en mi cara, eso me despertó; e inmediatamente un fuerte dolor de cabeza por las cervezas de ayer, estaban haciendo estragos en mi mente.

Amalia seguía dormida a mi lado, nos habíamos quedado abrazados en la cama en forma de cucharita. En la noche no había sido demasiado consciente del asunto, pero hoy había caído en cuenta de lo que había pasado.

Dormí con ella.

Mi corazón se aceleró de solo pensarlo. Amalia había sido pionera en mi vida de muchas cosas; y esta era una de esas. Nunca había dormido con ninguna chica; a excepción de mi madre, pero ella no cuenta.

No sabía cómo despertarla; mi brazo estaba justo debajo de su cuello y ya empezaba a ponerse morado. Necesitaba liberarlo. Lo deslicé con la suavidad más grande que pude hacer; pero, aun así, se despertó.

—¿Lucas? —Preguntó somnolienta mientras se desperezaba —¡Lucas! —Exclamó de pronto y se puso de pie como un resorte.

—Buenos días —le dije sonriendo.

—¿Me quedé toda la noche? —Preguntó alterada.

—Pues sí, y no grites por favor.

—¡Lucas! ¡Mi padre va a matarme! —. Salió corriendo al baño y se lavó la cara. Yo comencé a levantarme despacio porque las cervezas realmente me habían caído muy mal, incluso sentía unas ligeras ganas de vomitar; pero me contuve.

—¿No le dijiste que vendrías?

—Sí le dije, pero no que me iba a quedar hasta el amanecer.

Las náuseas se volvieron más fuertes, y no era precisamente por la resaca. Su padre iba a matarme a mí si se enteraba de que había pasado la noche conmigo.

—Estoy muerto. Soy hombre muerto —me llevé las manos a la cabeza, preocupado.

—Le diré que me quedé en casa de Janet —tomó el bolso que había traído; el cual yo no había notado hasta ahora; y se dirigió a la puerta para irse.

—Espera.

Giró sobre sí y volteó a verme, todavía tomando el pomo de la puerta.

—Perdón por comportarme como un idiota —Amalia sonrió y me rodeó con sus brazos.

—No tengo nada que perdonarte —me dio un ligero beso en los labios y salió del cuarto como alma que lleva el diablo.

La seguí de cerca mientras bajaba las escaleras. Daniel se encontraba en la sala y no había rastros de su madre por ningún lado. Vio salir a Amalia y se despidió con la mano; luego volteó a mirarme con la sonrisa más perversa que le había visto jamás, enarcó las cejas y las movió de arriba abajo cual payaso.

—Se apoderaron de mi cuarto anoche, eh, picarón.

—No seas pendejo —me acerqué donde estaba y me senté frente a él en el mueble.

—Con Irina no pasó, pero con ella… —le lancé lo primero que encontré a la mano; en este caso, un cojín.

—No pasó nada, pendejo. Yo no soy como tú.

—O sea, aburrido —se echó a reír a carcajadas, demasiado fuerte para mis pobres oídos—como los vi muy acurrucados en la cama…

—Solo dormimos, nada más.

—Me hiciste un tremendo escándalo ayer. Tienes suerte de que mi madre salió en la tarde y ya no volvió hasta la madrugada.

Me tapé la cara con las manos de vergüenza, usualmente yo no hacía esas cosas. No con padres presentes.

—¿Qué habrá pensado tu mamá? Mejor me voy antes de que me vea.

—¿Sigue el plan de la playa?

—Ah, sí, supongo —salí corriendo directo al baño, ya no podía contener más las ganas de vomitar.

Después de expulsar todas las cervezas de anoche y algo de dudosa procedencia que no tenía ganas de averiguar qué era; me acomodé la ropa lo mejor que pude, me lavé la cara y salí de la casa de Daniel.

No podía creer que todo eso hubiera pasado en cuarenta y ocho horas. Era la primera vez que me peleaba con ella, y la primera vez que nos reconciliábamos; y todo eso se sentía muy extraño.

Tenía ganas de llamarla, quería volver a verla, a pesar de que no habían pasado ni tres horas desde que se había ido, pero la extrañaba.




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