Tal vez, para Siempre (bilogía) Libro 1

CAPÍTULO 29

La grúa que habíamos solicitado no llegó sino hasta la mañana siguiente. Afortunadamente logramos sobrevivir al frío porque estábamos bien abrigados y nos mantuvimos abrazados toda la noche para evitar morir de hipotermia.

La batería de mi auto no había muerto del todo, solo se había agotado por el esfuerzo. Nuestros celulares se habían quedado sin batería y por eso no habíamos podido volver a comunicarnos con nadie.

Cuando el sol salió la tormenta ya había mermado por completo; pero el suelo había quedado completamente cubierto de nieve.

La grúa nos llevó hasta mi casa. Cuando mi madre me vio salió corriendo y se lanzó sobre mí, abrazándome.

—¡Ay, Lucas! No debí mandarte a comprar nada, lo siento. —La abracé de vuelta e intenté calmarla.

—Tranquila mamá, estamos bien —recordó que Amalia también estaba ahí y me soltó para verla a ella, le tomó las manos y la miró como si fuera la hija que nunca había tenido.

—¿Te encuentras bien? —le preguntó.

—Sí señora Hall.

—¿Quieren algo? ¿Un chocolate caliente, tal vez?

—Me encantaría. También un teléfono, necesito llamar a mis padres.

—¡Por supuesto! —Nos hizo pasar a mí y a ella, tomándonos de las manos como si fuéramos niños.

Mi padre se encontraba adentro y de inmediato se puso de pie al verme entrar con ella. Me saludó palmeando con fuerza mi espalda.

—¿Se encuentran bien? —preguntó con preocupación.

—Sí papá.

Amalia no esperó a que yo dijera nada más; de inmediato le tendió la mano a mi padre para saludarlo.

—Un gusto señor Hall —saludó.

—Un gusto señorita Brown. Lamento que no nos hayamos conocido en mejores condiciones, pero el clima es implacable —. Ella soltó una ligera risita y le apretó la mano con seguridad. Me quedé un poco impresionado por ese despliegue de cortesía y buenos modales.

—Lo importante es que ya estamos aquí.

—Eso es verdad. Por cierto, ¡feliz navidad! —exclamó mi madre.

—¡Feliz Navidad! —dijo ella.

Nos sentamos a la mesa a tomar el chocolate caliente. El tibio líquido se sentía como una manta cubriendo todo mi interior; me alivió muchísimo.

Mi madre le prestó su teléfono a Amalia y esta llamó a sus padres. También habían estado preocupados por ella; sobre todo porque no contestaba el celular desde ayer.

Acordamos en que la llevaría a su casa al medio día, después de que hubiera bajado un poco el frío y descansáramos mejor.

—No puedo creer que casi morimos —comentó Amalia. La había llevado hasta mi habitación; y con la condición de mis padres de que la puerta se mantuviera abierta; nos podíamos quedar a solas.

—Yo no puedo creer que es la segunda vez que pasamos la noche juntos.

—Mmm, es verdad. Creo que ya me estoy acostumbrando —sonrió y se lanzó sobre mi cama.

—Amalia…—iba a armarme de valor; le iba a decir que estaba empezando a enamorarme de ella de una forma que me volvía loco; que incluso estaba empezando a sentir que la amaba.

—¿Qué? —Sus ojos marrones se clavaron en los míos; y me acobardé.

—Me gustó pasar la navidad contigo —su pupila brillaba con intensidad. Bajó la mirada y sus enormes pestañas cubrieron sus ojos.

—A mi igual.

Me acosté a su lado y nos tomamos de las manos; el sol entraba radiante por la ventana y daba directo en donde estábamos. Dejamos que el calor de los rayos nos envolviese y de un momento a otro nos quedamos dormidos.

 

****

Después del incidente con la nevada no había podido volver a verla. Al día siguiente de noche buena volvió a nevar y las calles fueron clausuradas por seguridad. Sentía que eran las peores vacaciones de la vida.

Me aburría como ostra en la casa, solo podía ver a Amalia por web cam, o nos texteábamos de vez en cuando.

“—Te extraño, pulga”

“—No tienes idea de la falta que me haces, estoy tan aburrida”




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