Después del año nuevo se venían los pocos días de vacaciones que nos quedaban, y no podíamos desaprovechar la oportunidad de ir a la playa.
El clima todavía seguía un poco frío, pero eso no nos iba a impedir pasarla bien. Amalia y yo estábamos como en una especie de “luna de miel”, así me gustaba pensarlo, solo esperaba; con todo mi corazón, que durara para siempre.
Esa mañana me desperté bastante animado, salté de la cama como un resorte, me cambié de prisa y me fui hasta su casa.
Ella me esperaba con una ropa bastante sugerente que me hizo suspirar. Sonreí de oreja a oreja mirándola avanzar hasta mí.
—Hola pulga —saludé.
—Princeso —dijo ella con tono sarcástico.
La subí al auto y arrancamos. Mis amigos y los de ella se habían vuelto un solo bloque, un grupo bastante unido; habíamos acordado encontrarnos allá, así que Amalia y yo teníamos tiempo para estar solos.
Toda la incomodidad que podía haber sentido antes con ella se había esfumado, estar juntos ahora, era tan habitual como respirar, comer o dormir; y eso me encantaba.
La tomé de la mano mientras conducía; el sol le daba en la cara, pero sus lentes la protegían bastante bien. Me quedé admirando cómo se veía su cabello a la luz.
—Lucas, mira al frente —me dijo cuando se dio cuenta de que la miraba.
—Lo siento, es que me deslumbras.
Ella se echó a reír, y de nuevo; como siempre que le decía cosas bonitas, sus mejillas se sonrojaron.
Habíamos elegido una playa diferente a la de south beach porque estaba demasiado lejos, y no queríamos conducir demasiado tiempo, así que llegar nos costó menos de una hora y media.
El sol iluminaba con fuerza en la playa, a pesar de eso, no hacía tanto calor, corría un viento helado que provocaba tiritar.
Cuando llegamos; Diego, Daniel e Ian; ya estaban en el lugar.
—Pensé que no vendrían. —Daniel fue el primero en saludarnos.
—¿Por qué no habríamos de venir? —le pregunté.
Ian y Diego también nos saludaron.
—Ah… no pues, ¡ja, ja, ja! Ignora lo que dije —respondió un tanto nervioso. Esperaba que Amalia no hubiera captado aquella indirecta, porque me quedaba claro que Daniel estaba sugiriendo algo más.
—¿Dónde están los demás? —preguntó Amalia.
—Están dejando el auto, tu amiga y Víctor están juntos por allá —le dijo Ian.
Ambos volteamos en la dirección que nos había señalado, pero yo no había visto nada. De pronto de entre la arena y el viento aparecieron tres siluetas, al principio no las reconocí, pero luego me di cuenta de que eran Víctor, Janet y Eric.
Nos saludaron con la mano y corrieron a nuestra dirección. Cuando ya estuvimos todos reunidos nos pusimos a montar el toldo.
—¿Sabían que fui un gran Boy Scout? —preguntó Víctor, pero no esperó a que nadie le respondiera—. Llegué a tener casi todas las insignias.
—¿Casi? —dijo Ian.
—Sí, casi. No conseguí tenerlas todas al final —sentí que hubo un ligero tono de decepción en su voz, pero se compuso enseguida y terminó de armar el toldo bastante rápido.
—Bueno, ¡Vamos gente! ¡A quitarse la ropa! —exclamó Daniel entre risas, todos nos echamos a reír también.
—Hace demasiado frío, ni siquiera el sol nos ayuda —le dije yo, aunque me moría de ganas por ver a Amalia en traje de baño, sabía que ni ella ni su amiga se iban a quitar la ropa, que de por sí; ya era corta.
—Entonces juguemos algo para entrar en calor —sugirió Amalia.
De entre sus cosas sacó una pelota de voleibol, y la movió de un lado a otro, incitándonos a jugar.
No hubo ni una queja, todos nos pusimos de pie enseguida y formamos grupos.
Amalia y yo estábamos en el mismo equipo junto a Daniel; Ian, Víctor y Diego formaron otro, pero Janet se quedó sola, éramos impares.
—Yo les hago de juez —dijo— de todos modos, no soy buena en este juego.
—No importa que seamos más, juega con nosotros —le ofreció Amalia.
—No, no. Está bien —se excusó.