Casi no dormimos esa noche. La habíamos pasado en el balcón mirando las estrellas, además, nos habíamos prometido mirar juntos el amanecer. El problema fue, que nos quedamos dormidos en algún momento entre las dos y las cuatro de la mañana.
Cuando desperté el sol ya había salido, y ella no estaba a mi lado. La busqué un poco desesperado; luego me di cuenta de que estaba en la cocina. Caminé hacia ella sigiloso para que no se diera cuenta de mi presencia.
Tenía puesta mi playera y parecía estar preparando algo muy animada. La abracé por la cintura y dio un respingo.
—Me asustaste —sonrió y giró el torso para darme un beso— se suponía que te iba a despertar.
—¿Qué haces?
—Era una sorpresa.
Miré con más atención lo que estaba haciendo. Parecía ser un pequeño pastel de cumpleaños. Decía “Feliz Cumpleaños Princeso”. No pude evitar esbozar una sonrisa de oreja a oreja; me sentía el hombre más dichoso del planeta.
» Feliz cumpleaños —susurró.
La giré hacia mí y la abracé, dando una vuelta sobre mí mismo mientras la sostenía. Ella se echó a reír y me abrazó con fuerza.
—Te amo Amalia, te amo.
—¿Para siempre?
—Tal vez —le guiñé un ojo y ella sonrió.
—Nos perdimos el amanecer —salió corriendo hacia su habitación y volvió de vuelta. Traía en la mano una pequeña cajita de color rojo—. Es para ti.
—A mí no me parece —le dije, refiriéndome al amanecer. No le quitaba los ojos de encima. De nuevo se sonrojó, tomé la cajita y la abrí. Adentro había un simpático dije con forma de balón de futbol americano.
» ¡Me encanta! —exclamé emocionado.
—Sé que te gusta mucho el futbol, espero que te guste también este balón —se agarró las manos en la espalda y se mordió el labio.
—Está genial —dije sonriendo, mirando embobado el collar.
—Ven —tomó la cadena y me la colocó. Me quedé observando el pequeño balón y suspiré.
—De verdad, gracias.
—Vamos, come tu pastel. Iré a bañarme.
Esperé a que terminara de ducharse para hacerlo yo. Mientras, me puse a ver la televisión. Me distraje con un partido de futbol americano y para cuando me di cuenta ya había pasado más de una hora. ¿En qué se tardaba tanto?
—¿Estás viva? —pregunté tocando la puerta del baño.
—Ya voy a salir —gritó desde adentro.
Me encogí de hombros y volví a sentarme en el sillón a ver el partido.
Para cuando salió había pasado más de la mitad del juego.
—Ya —me indicó.
Cuando volteé a mirarla la quijada se me cayó al suelo. Se veía increíblemente despampanante. Llevaba un vestido rojo ceñido al cuerpo, unos tacones negros, el cabello ondulado hasta la cintura y un hermoso maquillaje.
—¡Wow! —fue todo lo que pude decir.
—Anda a arreglarte —mandó.
—¿Acaso iremos a algún lugar especial?
—Es tu cumpleaños, ¿creíste que la pasaríamos aquí? —me puse de pie de un brinco y corrí a bañarme y cambiarme.
Cuando estuve listo salimos del hotel. No tenía idea de a dónde me llevaría, pero estaba seguro de que debía ser algún lugar elegante. Agradecí a mi madre por haberme obligado a traer el smoking, aunque yo lo veía innecesario.
—Me tienes intrigado, ¿a dónde vamos?
—¿No que te encantan las sorpresas?
—Hacerlas, no recibirlas —respondí nervioso.
—Pues hoy será tu turno, aunque no quieras —me guiño un ojo y subimos a un auto.
El carro condujo aproximadamente diez minutos desde que había salido del hotel; nos dirigíamos a la ciudad. Finalmente se detuvo en la entrada de un lujoso restaurante.
—¡No lo puedo creer! —exclamé asombrado, era uno de los restaurantes más costosos y cotizados de la zona.