Tal vez, para Siempre (bilogía) Libro 1

CAPÍTULO 34

Despertar a su lado era increíble; pero despertar después de haber estado juntos por primera vez, era la gloria. En mi cara se había formado una sonrisa permanente, y no parecía tener la intensión de desaparecer.

Me sentía diferente, pero bien. No podía describir con palabras lo que estaba pasando en mi mente y en mi corazón, era un completo caos; pero no esos que destruyen; más bien era un caos perfectamente hermoso.

Todavía era de madrugada. Debíamos volver antes de que saliera el sol, lo más probable era que nos perderíamos la primera hora, pero todavía llegábamos a tiempo al resto de las clases.

Amalia parecía estar plácidamente dormida y no quería despertarla. Me quedé observándola mientras soñaba; no podía ser más hermosa, pero, debía levantarla.

—Oye, pulga —susurré muy suave en su oído. Ella entreabrió los ojos, hizo un quejido extraño y se volvió a dormir.

» Amalia, despierta.

—Cinco minutos más —pidió.

—No tenemos cinco minutos más, ya es muy tarde —Abrió los ojos de golpe y me miró; luego esbozó una cálida sonrisa.

—No quiero volver.

—Yo tampoco, pero debemos hacerlo o nos matarán nuestros padres.

Asintió y nos levantamos. La cama estaba hecha un desastre, pero no había tiempo para arreglar nada. Salimos apresurados del hotel y tomamos mi auto.

El camino desde South Beach hasta Atlanta era largo, y ya eran casi las seis de la mañana.

 

Finalmente llegamos hasta la ciudad; me encargué de dejarla en su casa porque tenía que cambiarse de ropa antes de volver a la escuela. Conduje deprisa porque tenía la última práctica antes del partido final, y si el entrenador no me veía, era capaz de poner a Brayan como sustituto de nuevo.

Entré a la casa como un rayo, ni siquiera tuve tiempo de saludar a mi madre. Me metí a la ducha y me aseé lo más rápido que me daban mis manos.

Un golpe seco en la puerta me distrajo.

—¿Ni siquiera saludas a tu padre? —no me había dado cuenta de que mi papá estaba en la casa.

—Lo siento, se me hace tarde —abrí la puerta del baño y lo abracé.

—Feliz cumpleaños hijo.

—Gracias papá.

—Tu madre está abajo esperando que vayas a saludarla, y si fuera tú, iría ya mismo —el tono en que dijo eso me dio a entender que estaba molesta, así que bajé de prisa.

—Mamá, lamento no haberte saludado, es que…

—Feliz cumpleaños Lucas —me acalló y se lanzó sobre mí, abrazándome.

—Mamá ¿por qué lloras? —unas enormes lágrimas corrían por su rostro; se echó a reír y se las secó con la manga de la camisa.

—Es que ya eres todo un hombre, y me vas a dejar.

—Nunca te voy a dejar mamá —le acaricié el cabello y le di un suave beso en la frente.

—Claro que sí.

—¡Ay, mujer! Estás arruinando la sorpresa —dijo mi padre.

—¿Sorpresa? ¿De qué sorpresa hablan?

De pronto sentí que el ambiente de felicitaciones por mi cumpleaños se había convertido en otra cosa. Mi padre hizo un gesto con su mano para que lo siguiera a la sala de estar.

Enarqué una ceja porque estaba realmente confundido. Algo me decía que esa sorpresa no tenía nada que ver con mi cumpleaños. Mi madre me siguió de cerca, y al llegar a la sala se puso al lado de mi padre.

—Quise contenerme, de verdad —empezó a decir mi papá—, pero no me aguanté, tu ibas a estar fuera dos días y eso era demasiado tiempo.

—Ok, me están asustando, ¿qué sucede?

—Entrégasela mi amor —le dijo mi madre.

Mi padre sacó de su espalda un enorme sobre blanco. Al principio no entendía absolutamente nada, pero bastaron unos segundos para comprender.

El enorme sobre tenía las siglas de la universidad de California estampados en la esquina superior. El corazón se me aceleró de pronto, no sabía qué hacer, ¿agarraba el sobre? ¿salía corriendo?

—Toma, ábrelo —insistió mi padre.




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