“—Lucas, ¿me estás evitando?”
Desde el día que habíamos vuelto de la playa y me había enterado de la carta de la universidad; había intentado por todos los medios no toparme con ella. Cada vez que la veía en la escuela mi corazón se arrugaba como pasita; y sabía que solo estaba retrasando lo inevitable, pero simplemente no podía mirarla a los ojos y decirle la verdad.
Había pasado un día y medio, pero sabía que no podía seguir ignorándola, iba a pensar que el motivo por el que la estaba evitando era otro, y definitivamente no quería que su mente se lo tomara por ese lado.
“—Por supuesto que no pulga, es que he estado muy ocupado.”
“—¿Estás seguro? No quiero pensar que solo fui un juego para ti.”
“—No, te lo juro que no. Veámonos hoy, en la cancha de futbol.”
Le texteaba mientras ignoraba por completo la clase de español. Miré el reloj y me arrepentí de haberle mandado ese mensaje, pues solo faltaban quince minutos para que sonara el timbre.
“—Te esperaré debajo de las gradas.”
Suspiré con fuerza e intenté relajarme, pero fue inútil. De pronto sentí unas ganas locas de vomitar todo el desayuno que me había comido.
El timbre sonó y ya no pude evitar más lo que tenía que hacer. Me dirigí directo hacia la cancha para hablar con ella.
La vi desde la distancia. Se encontraba de espaldas a mí, distraída en el celular; incluso tuve la oportunidad de salir corriendo, pero no lo hice. Caminé directo hacia ella y la abracé por detrás antes de que se diera la vuelta.
Igual que la primera vez que hice eso, dio un respingo, pero luego se relajó al ver que era yo. Se dio la vuelta y me correspondió el abrazo.
—Pensé que no vendrías —dijo con alivio.
—Yo también.
—¿Sucede algo, Lucas? —podía notar la preocupación en el tono de su voz.
—¿Recuerdas que te hablé de querer estudiar en California? —ella asintió con la cabeza, pero no dijo nada; sabía que era lo suficientemente inteligente como para comprender a dónde me dirigía con eso—. A principio de año yo envié mi solicitud de beca, pero no creí que me fueran a responder.
—No sigas, ya sé lo que me vas a decir.
—No quiero irme, Amalia, no quiero irme sin ti —la voz se me quebró sin querer, todavía faltaban varios días, pero sentía que esta era una despedida.
—No seas bobo Lucas, es tu sueño, debes ir —sus palabras me sorprendieron, nunca imaginé esa reacción.
—¿Qué? ¿Quieres que me vaya?
—No, claro que no —se alejó de mí y me dio la espalda—pero no te voy a retener aquí.
Le tomé la mano e hice que se diera la vuelta; tenía la cabeza gacha y no me miraba.
—Podemos hacer que esto funcione. ¡Ey! Mírame —tomé su mentón con la punta de mis dedos e hice que me mirara. Sus ojos estaban completamente dilatados, podía ver las lágrimas queriendo salir a gritos de ahí.
—¿De verdad lo crees? —parpadeó, y ya no pudo contenerlas más, las lágrimas salieron a chorro de sus ojos.
—No pienso dejarte, lo oyes. Te amo.
Se aferró con fuerza a mi cuerpo y no me soltó. La rodeé con mis brazos y nos quedamos así por mucho tiempo.
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Dos semanas después…
El día había llegado. Mis padres me habían comprado los pasajes hasta California, donde un tío lejano de la familia me iba a recibir para ayudarme a guiarme por la ciudad los primeros días.
Todos mis amigos habían acordado despedirme en el aeropuerto. Amalia no estaba muy de acuerdo con eso porque decía que odiaba las despedidas, pero después de insistirle un poco, aceptó ir al aeropuerto también.
Mi vuelo salía a las once de la mañana. Había llegado tres horas antes porque así lo estipulaban las reglas del vuelo. Mi mamá y mi papá me acompañaron en todo momento hasta que ya solo me quedaba esperar la hora para entrar a la sala de abordar.
—¿Por qué no llegan? —me pregunté a mi mismo en voz baja. No había señales de los chicos, ni de ella.
Me senté inquieto en una banca mientras movía el pie como maniático.