El campus de Berkeley era más grande de lo que me había imaginado, y de no haber sido por el hecho de estar lejos de ella; y que me dolía el corazón como si fuera a tener un ataque cardiaco; estar ahí hubiera sido increíble.
Toda una vida soñando con el campus, las clases, los profesores, y por supuesto, el equipo de futbol; parecía casi imposible que realmente estuviera caminando por el enorme pasillo hasta la dirección, donde tendría que registrarme.
Avancé en el enorme edificio, pero entre tantas puertas sentía que ya me había perdido.
—Hola, disculpa, ¿por aquí es para registrarme? —le pregunté a un chico que estaba cerca.
—No, estás en el lado opuesto —tomó el mapa que llevaba en la mano sin preguntarme— ¿ves este pasadizo?
—Sí —admití sin estar realmente seguro de saber cuál era el lugar.
—Vas por ahí, luego giras a la izquierda y al final del pasillo está. Llegas por acá. —Me señaló la salida hacia un lugar abierto. Asentí lentamente con la cabeza, pero realmente no le había entendido.
Me encogí de hombros y me fui por donde me indicó. Todo el rato estuve pensando que quizá Amalia no se hubiera perdido como yo, eso me hizo sonreír.
Sin darme cuenta había seguido bien las indicaciones del chico, aunque realmente no era muy complicado una vez que llegaba al pasillo.
Respiré profundo y tragué saliva, a pesar de la carta, todavía me sentía nervioso de entrar a aquella oficina. Toqué la puerta en vez de abrirla sin pedir permiso.
Una voz en la parte de adentro me indicó que pasara. Una elegante señora vestida con ropa de oficina me recibió.
—Bienvenido a Berkeley, ¿en qué le puedo ayudar? —preguntó con voz cantarina y amena.
—Vengo a inscribirme, tengo una beca.
La mujer levantó la vista de la computadora y clavó sus ojos en mí. Noté como su mirada me recorría de arriba abajo como un detector.
—¿Su nombre?
—Lucas Hall.
—Espere un momento.
Se puso de pie y caminó decidida y coqueta hasta una elegante puerta, la entreabrió y pasó por la pequeña rendija que había hecho. Suspiré y empecé a sudar frio, ya me estaba poniendo nervioso tanto protocolo.
La mujer se tardó unos minutos, pero luego salió con una sonrisa.
—Puede pasar.
—Gracias —le dije.
Empujé la puerta que ya estaba ligeramente abierta y la cerré tras de mí.
La oficina que me recibió era inmensa, en su mayoría de un tono marrón de madera, un ventanal cubría parte de la pared de la izquierda, dejando ver un lindo jardín. Del otro lado había una estantería con muchísimos libros que parecían de lomos de cuero con letras doradas, e iban en tonalidades rojas, azules y verdes.
En la esquina una bandera de Estados Unidos izada colgaba de un pequeño estandarte.
Y en el centro, un gran escritorio con muchos papeles; pero muy bien organizados, enmarcaban a un hombre de mediana edad con un traje muy elegante.
Unas cuantas canas ya se asomaban de su cabeza, el hombre me sonreía mientras mantenía las manos entrelazadas. Tenía todo el aire de un presidente o de un jefe.
—Buenos días —saludé.
El hombre me sonrió e hizo un gesto con la mano para que pasara a sentarme.
—Buenos días señor Hall, nos complace tenerlo aquí y que haya recibido nuestra carta de aceptación.
—A mí también me complace mucho que me hayan aceptado, señor. Es un honor estudiar en esta increíble institución.
—Esperamos que su rendimiento aquí sea tan bueno como en su secundaria —dijo el hombre.
—Así será señor.
El hombre de traje empezó a explicarme un sinfín de reglas y normas que debía seguir para poder permanecer en la universidad con la beca, me habló de los equipos, aunque era bastante obvio que yo quería entrar en el de futbol americano.
—Lo hemos visto jugar, creemos que usted tiene potencial para ser un gran mariscal, pero ya sabe que eso dependerá de sus notas.
—Le prometo que no fallaré.
Me sonrió y continuó exponiéndome todo lo que implicaba estudiar en Berkeley. Aunque mi beca fuera por deportes, por obligación debía estudiar alguna carrera, me inclinaba por la ingeniería electrónica; me parecía interesante, pero a final de cuentas mi único interés era formarme profesionalmente como jugador.