Tal vez, para Siempre (bilogía) Libro 1

CAPÍTULO 41

«¡Malditos vuelos!», decía para mis adentros. Parecía que la vida se había confabulado conmigo para no dejarme estar con ella. Después de haber cortado la videollamada abruptamente, intenté desesperadamente y por todos los medios volverla a contactar, pero ella no me volvió a responder, de nuevo.

Sabía que por mensajes o llamadas no iba a logar hablarle, así que intenté tomar un vuelo en plena mitad de semana; el único problema es que no había vuelos a Atlanta hasta dentro de tres días.

—¡Aarrgg! —golpeé el mesón de la señorita que atendía en la aerolínea y se asustó.

—Disculpe señor, pero no puedo hacer nada.

—¡Está bien! Deme el vuelo para el sábado —dije de mala gana.

Esperar sería lo más frustrante de la vida, pero no tenía otra opción. Necesitaba hablar con ella así tuviera que esperar sentado en el aeropuerto una semana.

 

—Amigo, ¿qué carajos pasó entre ustedes desde que te fuiste? —me preguntó Daniel. Lo había contactado por webcam porque necesitaba saber algo de ella, aunque fuera por otra persona.

—No lo sé. Todo se fue en picada.

—Sin mis consejos, arruinas muy rápido las cosas —dijo bromeando, pero ni siquiera eso me hacía reír.

—¿No sabes nada de ella?

—La verdad no, lo siento.

—Necesito verla, no puedo perderla.

Daniel y yo estuvimos hablando un buen rato hasta que se agotó la batería de mi laptop.

Un día más pasó y la ansiedad me estaba carcomiendo.

“—Amalia, por favor, déjame hablarte, sé que metí la pata, por favor perdóname.”

No hubo respuesta. La incertidumbre me estaba matando. Solo me quedaba esperar.

Bajarme del avión fue la cosa más satisfactoria del mundo. Salí corriendo, buscando como un loco un taxi que me llevara hasta su casa. Finalmente encontré uno que accedió a llevarme hasta allá por una suma exagerada de dinero; no me importó, tenía una sensación de angustia en el pecho que me gritaba a todo pulmón que debía llegar ahora, y que, si no lo hacía, iba a perderla para siempre.

Cuando llegué todo parecía estar en calma, su casa estaba igual que siempre, pero el ambiente se sentía muy diferente.

Había llegado justamente para el día del baile de fin de curso, pero dudaba mucho que Amalia y yo fuéramos a ir.

Pensé volver a escabullirme por la parte de atrás, pero no creía que eso me fuera a funcionar dos veces. Además, necesitaba pedirle perdón de frente, necesitaba que ella misma accediera a verme, incluso ahora más que nunca, que tenía la certeza de que me necesitaba.

Toqué a la puerta tres veces seguidas. Unos pasos pesados se acercaron. Su padre me recibió, y por su cara, supe que no le alegró para nada verme.

—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó con tono amenazante.

—Yo… necesito hablar con Amalia. —Tragué saliva e intenté no desviar su mirada, el hombre me causaba terror pero no podía darme el lujo de irme ahora.

El señor Brown miró hacia atrás, como intentando decidir qué hacer. No me fue muy difícil entender que ella estaba ahí, diciéndole que no quería verme.

—Amalia no está. Ven más tarde.

—Pero señor…

—¡No está! Regresa a tu universidad muchacho. —Cortó de forma tajante y me cerró la puerta en la cara.

Empuñe las manos de frustración. Necesitaba verla, esto no podía quedarse así.

Me di la vuelta por la parte de atrás, la llave seguía donde siempre. Trepé de nuevo el árbol hasta su ventana, pero esta, estaba cerrada.

Golpeé el vidrio con la suficiente fuerza como para que solo ella pudiera escucharme. La vi entrar a su habitación cinco segundos antes de que se diera cuenta que yo estaba ahí.

Cuando me vio se acercó con paso decidido y cerró la cortina.

—¡Amalia! Por favor, necesito explicarte las cosas —supliqué.

Pensé que no volvería a abrir las cortinas, pero al final lo hizo; sin embargo, no abrió la ventana.

—Vete, Lucas. —Su voz era monótona, sin ánimo, sin energía.




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