Tal vez, para Siempre (bilogía) Libro 1

CAPÍTULO 42

A pesar de que sentía que estábamos bien, una misteriosa sensación en el pecho no me dejaba estar completamente tranquilo. Dejé a Amalia en su casa para poder improvisar algún traje que tuviera en la mía.

Mi madre no me esperaba, así que para ella sería una enorme sorpresa verme ahí.

Salió corriendo a abrazarme en cuanto me vio.

—¡Lucas! ¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó confundida, pero feliz.

—¡Sorpresa! —sonreí y le correspondí el abrazo.

—Has venido a llevar a Amalia al baile, ¿no es cierto? —asentí repetidamente.

—Pero no traje absolutamente nada. No sé qué ponerme.

Me jaló del brazo sin decir nada más hasta mi habitación, entró directo al armario y sacó una bolsa negra que estaba al fondo. Recordaba haberla visto muchas veces, pero jamás le había prestado demasiada atención.

—Siempre te guardo un traje en caso de emergencia —anunció triunfante. Abrió el sierre y ante mí apareció el smoking más elegante que había visto jamás.

—¿Por qué no me sorprende? —pregunté sarcástico.

—Vamos, póntelo.

Arrojó la bolsa hacia mí y se fue corriendo como un adolescente emocionada. Sonreí para mis adentros y empecé la faena de arreglarme.

 

Estaba nervioso, mis amigos tampoco sabían que yo me encontraba en Atlanta, iba a verlos después de varios meses sin saber de ellos y eso me emocionaba.

Me subí a mi amado auto, el cual no había podido llevar a california (al menos no por ahora) y me dirigí a la casa de Amalia de nuevo.

El año escolar finalmente había llegado a su fin y era inevitable para mí pensar, que así como se terminaba ese ciclo, algo nuevo y desconocido estaba por iniciar.

Volver a ver al papá de Amalia no fue tan malo como me había imaginado. Todavía me miraba con un poco de recelo, pero no me dijo nada cuando me hizo pasar a la sala.

Amalia todavía no bajaba y eso me ponía ansioso.

—Mujeres, se arreglan más que un payaso —comentó Harold. No pude evitar sonreír.

Iba a contestarle cuando escuché sus pasos bajando por las escaleras. Me puse de pie de un salto y avancé en dos zancadas hasta el pie de las gradas.

Un suspiro ahogado salió de mi boca. No pude evitar sorprenderme ni dejar de mirarla maravillado.

Llevaba un vestido blanco largo hasta cubrir sus zapatos. En ese color parecía un ángel rubio y chiquito. Mis ojos se detuvieron en el precioso escote que enmarcaba muy bien su anatomía, pero lo que terminó de dejarme sin aliento fue el otro escote de la espalda. La abertura del vestido llegaba hasta la parte baja, y, aunque le quedaba increíblemente divino, yo tenía ganas de arrancárselo ahí mismo.

Intenté recomponerme antes de que terminara de llegar abajo.

—Estás hermosa —alcancé a decir. Ella me sonrió y volvió a ruborizarse.

—Gracias. ¿Nos vamos? —preguntó extendiendo su brazo, lo entrelacé con el mío y salimos directo al baile.

 

La temática de ese año era “una noche de luna llena”, el lugar estaba adornado con estrellas y telas azul marino, y en el centro del escenario, una enorme luna llena alumbraba el salón.

La pista ya se encontraba llena de estudiantes que bailaban. No tardé demasiado en divisar a mis amigos.

Amalia y yo avanzamos tomados de la mano directo hasta ellos.

—¡Lucas! ¡Vaya sorpresa! —exclamó Daniel cuando me vio.

—Amigo, ¿cómo estás? —me saludó Diego.

—Lamento no haberles avisado, pero aquí estoy —les dije—, ¿dónde están Ian y Eric?

—Por allá, por cierto —respondió Daniel volteando a mirar a Amalia—, te ves muy hermosa.

—Tú también Daniel —le dijo ella.

Volteé a mirar en la dirección que me había señalado Daniel pero no logré ver a nadie.

—Qué bueno que estás aquí, así por fin puedo presentarles a todos a Rose —empezó a decir Diego.

Durante el tiempo que había estado en Berkeley, Diego había formalizado su relación con una chica de otra escuela, pero todavía no la conocía.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.